27.5.12

EN RESUMIDAS CUENTAS: Fantasmadas

Nick Murphy, un director criado en el medio televisivo, debuta con su primer largometraje para la gran pantalla con La Maldición de Rookford, una cinta que intenta recuperar el terror gótico a través de una historia de fantasmas al uso. O sea, una mezcla, no muy bien acabada, que roba ideas de un montón de cintas clásicas del género sin saberlas insertar debidamente en su propuesta.

El film se centra en la figura de Florence Cathcart, una joven especializada en cazar a embaucadores que aseguran contactar con espíritus del Más Allá, tal y como hacía el personaje principal de la reciente Luces Rojas, el último trabajo de Rodrigo Cortés. En este caso, la muchacha protagonista viajará hasta un orfanato en plena campiña inglesa en donde dicen se pasea el fantasma de un niño muerto en el pasado en extrañas circunstancias. ¿Verdad o mentira? Ella, con su raciocinio y la ayuda de diverso material científico, intentará desvelar que se esconde tras la figura del espectro.

La Maldición de Rookford se muestra hábil a la hora de crear una atmósfera tensa y misteriosa, así como en la presentación de sus personajes, aunque patina estruendosamente en su desmadrada y nada bien resuelta recta final, momento en el que el realizador pierde totalmente los papeles y se deja llevar por un cúmulo de despropósitos a cual mayor. Suerte que, para paliar ese descontrol y en la piel de la tal Florence, se encuentra Rebecca Hall, una actriz modélica capaz de llevar a buen puerto un rol tan poco atractivo (y tópico) como el que le ha caído en desgracia.

Otro que se acerca a ambientes góticos y espectrales con La Mujer de Negro es el británico James Watkins, el mismo de la prometedora Eden Lake, una cinta vista el 2008 en el Festival de Sitges y nunca estrenada en España en salas comerciales. La mítica casa Hammer ampara su nuevo trabajo; una productora que, desde su renacimiento, aún no ha encontrado un producto digno que le acerque a sus años de gloria. De hecho, la película propuesta queda a años luz de sus films más notorios y emblemáticos.

La Mujer de Negro narra las vicisitudes por las que pasará Arthur Kipps, un joven padre, abogado y viudo, cuando, por cuestiones de trabajo y alejándose de su domicilio, tenga que tramitar todo el papeleo para poner en venta una vieja mansión situada en una remota y pequeña población tras la muerte de su propietaria; una vivienda sobre la que pesan un montón de leyendas y supersticiones que han afectado directamente las vidas de sus lugareños y, en concreto, las de sus hijos.

Tal y como sucedía con La Maldición de Rookford, la cinta de Watkins recurre a los típicos y tópicos del género, pero aún de manera más burda y mostrándose totalmente incapaz de crear una atmósfera mínimamente tensa. Truculenta al cien por cien, mantiene el empeño de asustar al espectador a golpe de efectos sonoros, creando así un montón de falsos “sustos” para compensar la falta de un buen relato en el que apoyarse.

Y es que, entre tanta inconsistencia argumental y técnica, a la película sólo le faltaba la insustancial presencia de Daniel Radcliffe quien, alejado de la piel del niñato Harry Potter, sólo hace que demostrar las pocas dotes interpretativas que posee, haciendo de su protagonista un personaje ciertamente indigerible. Que pena da ver a su lado, y metido en un producto tan poco atractivo como éste, a un actorazo como Ciarán Hinds.

22.5.12

La buena educación

La huelga en el sector de la enseñanza durante el día de hoy invita, directamente, a darle un vistazo a Profesor Lazhar, una excelente cinta canadiense que se coló en la última ceremonia de los Oscar al ser nominada como mejor película de habla no inglesa. Su director, Philippe Falardeau, habla de la educación de nuestros pequeños, de las reacciones de éstos frente a la muerte, de las relaciones entre maestros y alumnos y, al mismo tiempo, sobre el sentimiento de culpabilidad y del derecho como inmigrante a vivir con dignidad en un país extranjero. De todo un poco, vaya, pero de forma perfecta y bien ensamblado.

Profesor Lazhar parte de una premisa argumental ciertamente contundente y triste: el suicidio de una maestra en una de las aulas de un centro escolar de Montreal; todo un mazazo para los estudiantes y el resto del personal docente. La llegada de un nuevo profesor para sustituir a la maestra desaparecida cambiará el modo de ver y entender la vida de sus alumnos, un grupo de niños entre los 9 y 12 años de edad. Bachir Lazhar, el hombre contratado, es un tipo solitario, de buen corazón y, según cuenta, con una larga experiencia como educador en un colegio de su país natal, Argelia.

Falardeau centra su mirada, principalmente, en la relación que se establece entre Lazhar y una de sus alumnas, la pequeña Alice, una niña espabilada aunque muy tocada por la muerte de su profesora. Ella aprenderá de él y él aprenderá de ella. Así, entre los dos, lograrán cambiar los hábitos de una clase que parecía abocada a un curso totalmente funesto. Para ello, el realizador mima con delicadeza a sus personajes principales, al tiempo que juega con los sentimientos del espectador, siempre de forma natural y sin truculencias narrativas en pos de la lágrima fácil.

Tras esa química indisoluble que se crea entre maestro y aprendiz existen un par de aspectos determinantes: las magníficas e irreprochables interpretaciones de sus dos actores. Por un lado Mohamed Fellag, ese recién llegado a la escuela que entre sus sentimientos esconde una tragedia del pasado y, por el otro, la jovencita Sophie Nélisse quien, con la naturalidad que aporta, hace del suyo un personaje entrañable: el de una niña que madura de golpe y porrazo ante un suceso totalmente inexplicable para ella.

Acérquense a Profesor Lazhar y disfruten de un melodrama narrado sin aspavientos ni exageraciones y, ante todo, tómenselo como lo que es: un loable canto de amor a la vida, a la integración cultural y racial, a los profesionales de la educación y a una forma de entender el sistema educativo. Y mientras, aquí, en España, nuestros gobernantes dinamitándolo, obcecados en hacerlo retroceder hasta límites inenarrables.

18.5.12

Vampiro bajo mínimos

Con Sombras Tenebrosas Tim Burton sigue varado en su cine de siempre, aunque bajo mínimos, sin inspiración. Las intenciones son buenas, su look visual sigue siendo excelente, pero la sustancia que ofrece es de una calidad bajísima. Cuatro gags graciosos y un sinfín de guiños cinéfilos (y musicales) un tanto forzados, es lo poco que nos ofrece esta adaptación cinematográfica de una vieja serie norteamericana de Dan Curtis jamás vista en España.

Johnny Depp (¿quién sino tratándose de una película de Burton?) es Barnabas Collins, un vampiro de lo más gótico que se ha pasado dos siglos durmiendo bajo tierra para despertar en plena década de los 70. Alrededor suyo y de los disfuncionales integrantes de su familia actual, gira una historia construida a base de pequeñas anécdotas y chistecillos. Su base argumental es prácticamente inexistente y su máxima intriga -para mantener atento al espectador- se acoda en el enfrentamiento del protagonista con la pérfida y macizorra bruja que en el pasado le convirtió en chupasangre.

La brillante e inteligente adaptación de Sweeney Todd de Somdheim significó un oasis creativo en medio de infumables planetas de los simios, casas de chocolate irritantes o insufribles Alicias adolescentes. Sin ser tan patética como sus antecedentes más recientes, Sombras Tenebrosas se convierte en la clara y palpable demostración de que Tim Burton ha quedado encallado en su propio cine; una especie de autocaricatura que se alimenta de lo más granado de su filmografía: un mucho de Bitelchus, un poquito de Eduardo Manostijeras, unas gotas a lo Sleepy Hollow y un par de detalles agamberrados al más puro estilo Mars Attacks.

No hay nada nuevo que le otorgue cierta personalidad a este trabajo, ni siquiera a través del rostro de una Michelle Pfeiffer alejada de esa Catwoman sensual del segundo Batman timburtoniano. Más y más de lo de siempre: Johnny Depp repite en su cine por enésima vez, aunque en esta ocasión un tanto achaparrado y cuellicorto; la Bonham Carter (como fiel compañera) tampoco podía faltar y, ocupando el lugar del desaparecido Vincent Price, un Christopher Lee del que todos echan mano en los últimos años cuando se trata de homenajear al género fantástico.

Tras el verano llegará Frankenweenie, la trasposición al largometraje de su fantástico cortometraje animado de 1984. La cosa promete. El problema es que cada día creo menos en Tim Burton. ¿Remontará o se quedará encallado? La solución el próximo octubre.

16.5.12

La decadencia de Peter Pan

Tras Il Divo, el director napolitano Paolo Sorrentino regresa con una nueva película, Un Lugar Donde Quedarse, idéntico titulo en español que el último e interesante film de Sam Mendes estrenado en el 2009. Y, al igual que en el de Mendes, el del realizador italiano también discurre bajo las coordenadas de una road movie.

Un Lugar Donde Quedarse se centra en la figura de Cheyenne, un viejo y decaente rockero ya jubilado que vive anclado en el pasado. Un tipo extraño, toda una rara avis: aún conserva la misma estética gótica ochentera con la que lideraba su banda sobre los escenarios. Su universo actual se limita a su sufrida esposa y a la hermana de un fan suyo que desapareció de la faz de la tierra sin dejar rastro alguno. La muerte de su padre en Nueva York le obligará a iniciar un viaje iniciático que le llevará a reencontrase consigo mismo al tiempo que decide dar caza al nonagenario nazi que torturó a su padre en un campo de concentración.

Sean Penn es Cheyenne; un Penn que, en un principio y debido a la sorpresa inicial que provoca su look, resulta hasta divertido pero que, a medida que avanza la historia, termina por provocar cierto repelús en el espectador. Su personaje es patético y de reacciones lentas, al igual que el pasmoso ritmo narrativo impuesto por Sorrentino; un ritmo que no conduce absolutamente a ningún parte, a pesar de que el amigo Cheyenne, a bordo de una furgoneta, se recorra buena parte de los EE.UU.

Tragicomedia, melodrama, comedia, musical y unas gotitas de thriller de andar por casa. Un poco de todo al servicio (casí único) de un Sean Penn alucinado y peterpanesco que ronda el histrionismo en cada una de sus escenas. No hay más en este ejercicio (pedantillo) sobre busquedas existenciales y melodías a lo Talking Head. De hecho, David Byrne (con cameo incluido) es el compositor de su banda sonora; una música brillante que, junto a la aparición de un Harry Dean Stanton envejecidísimo, se convierte en lo mejor de un film tan innecesario como (a pesar de sus pretensiones) vacío y lleno de simbologías de baratillo (la del cigarrillo final es de juzgado de guardia).

Últimamente el cine gafapastoso me aburre un montón. Será que dejé de medicarme hace tiempo.

11.5.12

Miedo y asco en Puerto Rico

14 años después de la desmesurada Miedo y Asco en Las Vegas de Terry Gilliam, Johnny Depp regresa al universo literario del desaparecido Hunther S. Thompson para dar vida a Paul Kemp, otro reportero gonzo y experto en pillar unas cogorzas de órdago que, en plenos años 60, se lanza a la aventura como periodista en un pequeño diario de Puerto Rico, el The San Juan Star. Los Diarios del Ron es su título. Dirige el cotarro Bruce Robinson, veinte años después de su irregular Jennifer 8.

De hecho, Los Diarios del Ron es una especie de versión light de la película de Gilliam; una variante casi dedicada al público infantil, en la que el alcohol sigue teniendo su presencia (aunque muy minimizada) y en donde las drogas alucinógenas, a excepción de un breve pasaje, han sido casi eliminadas por completo.

Robinson intenta darle cuerpo a la película, dotarla de una historia más o menos lineal y coherente que rompa con la (alocada) dispersión de su referente cinematográfico. Y más o menos logra su objetivo a pesar de que, tras su visionado, quede en el espectador una cierta impresión de vacuidad total, de no ir más allá de una pura anécdota en la que se mezclan un buen número de postalitas puertorriqueñas, una cuantos litros de ron, un toque de corrupción inmobiliaria y un love story en la cuerda floja, así como el retrato de un periodicucho en horas bajas y a punto de la quiebra.

Johnny Depp, que aguanta sin caer en su vertiente más histriónica hasta bien entrado su metraje, se alza como lo más digno de la cinta junto con el alucinado rol de Giovanni Ribisi y la estimulante presencia de Amber Head, la rubita Chenault que a la primera de cambio le roba el corazón al borrachín de Paul Kemp. Añádanles la perfecta ambientación sesentera de Puerto Rico y esa acentuada sensación de incertidumbre –perfectamente insertada en la película- sobre si se trata de un territorio incorporado o no a los Estados Unidos, y obtendrán lo más valioso del superfluo producto de Bruce Robinson.

Un producto que pretende ser políticamente incorrecto pero que nunca termina de mojarse del todo. Sexo (moderadísimo), drogas (muy de pasada) y rock and roll (de forma accidental). Eso sí: alcohol bastante, pero no el suficiente como para llenar la piscina de Hunther S. Thompson. Personalmente, me aburrí sobremanera.

7.5.12

Ocean's Five

The Pelayos es un claro intento de acercase desde España a la fórmula hollywoodiense de tratar cierto tipo de comedias en donde la figura de un casino tiene un relieve especial. Un cine pretendidamente cool, glamouroso y coral en el que cinco individuos se proponen desbancar la banca de varios casino basándose en las imperfecciones de la ruleta.

Basada en hechos verídicos protagonizados por Gonzalo García Pelayo y unos cuantos familiares suyos durante los años 90, la cinta, dirigida por el catalán Eduard Cortés, se acerca a la historia intentando copiar el estilo visual y narrativo de cintas como Ocean’s Eleven, 21: Black Jack y otras similares. La intención es buena. Incluso, por momentos, la cosa tiene su gracia, pero se queda a medio camino en sus intenciones.

A Cortés se le escapa la película de las manos, y ese toque cool que pretende otorgarle se convierte en algo excesivamente cañí. Spain is different. Ni su presupuesto da para mucho (el abuso de planos cortos y cerrados es todo un poema), ni su guión resulta todo lo ágil que sería necesario.

Lo mejor de The Pelayos es la facilidad y rapidez con la que, con cuatro trazos, define a sus protagonistas: unos personajes tópicos pero totalmente funcionales dentro del tipo de producto propuesto. La lástima es la poca entidad que le otorga a su rol un poco expresivo Daniel Brühl, quien queda totalmente apagado por el resto de un casting mucho más a tono con sus respectivos registros y de entre los que destacaría a un sobrio Lluís Homar, a un divertido (aunque de horrible dicción) Miguel Ángel Silvestre o a un irritable Eduard Fernàndez.

Un divertimento fallido, tanto por no alcanzar sus metas como por la pretensión de querer competir con un género y una forma de hacer cine totalmente distinta a la nuestra. Al menos, y eso ya es mucho, aburrir no aburre.

1.5.12

Loca por la secta

Martha Marcy May Marlene llega avalada por el premio al mejor director en el Festival de Sundance; un aval, por cierto, que no es garantía de mucho, más bien de encontrarnos ante un producto gafapastoso y pretencioso. De hecho, la película, dirigida por el debutante Sean Durkin, a pesar de sus buenas intenciones, peca de una vanidad que tumba de espaldas.

Deudora de la ortografía del cine indie de los últimos años, Martha Marcy May Marlene narra, mediante una lentitud exacerbante, el proceso de degradación mental de Martha, una joven que, tras escapar de la secta comunal en la que había caído, busca refugio al lado de su hermana mayor y de su cuñado. Los recuerdos de su negativa experiencia en el seno de la hermandad y el temor a que puedan estar acosándola para recuperarla, emborronarán su relación con sus seres más allegados.

La cinta, exenta de un epílogo mínimamente esclarecedor, se aproxima al personaje de la atormentada Martha, mezclando, en su narrativa, distintos procesos físicos y mentales. Juega con el tiempo actual al lado de sus familiares y un montón de flash-backs referentes a sus vivencias dentro del grupo, así como con la fusión de la realidad y las ensoñaciones turbulentas provocadas por el temor a ser rescatada por la cofradía; un trabajo, éste, muy poco diferenciado en su estilo y que, por su insistencia, acaba resultando ciertamente cansino, tanto por la parsimonia con la que se toma ciertos pasajes como por su falta de originalidad, ya que se trata de un recurso utilizado (de forma mejor y más contundente) en muchos films anteriores a la hora de plasmar la fatídica evolución de una enfermedad mental.

Si algo tiene a destacar Martha Marcy May Marlene es la interpretación de Elizabeth Olsen, su protagonista femenina, la misma que trabajara recientemente en Luces Rojas bajo la batuta de Rodrigo Cortés; una joven actriz que, con su sobriedad, hace totalmente creíble el estado de inestabilidad de una muchacha marcada por sucesos traumáticos.

En el plano actoral no sólo es Elizabeth Olsen la que sobresale, pues también resulta remarcable la inquietante presencia de John Hawkes quien, en el papel del oscuro gurú de la secta, logra incomodar con su pose al espectador. Un actor, por cierto, muy dado a este tipo de caracteres, pues ya en la espléndida Winter’s Bone -por la que fue nominado a mejor secundario- provocaba el mismo efecto de repulsión en la platea.

Personalmente, palié el aburrimiento que emanaba de sus imágenes gracias a un entretenimiento de lo más estúpido: intentar descubrir a quienes me recordaban Elizabeth Olsen y Sarah Paulson, la actriz que da vida a Lucy, la hermana de Martha. De la primera llegué a la conclusión de tratarse de una mezcla entre Ornella Mutti, Kathleen Turner en sus años mozos y Maggie Gyllenhaal, mientras que la segunda nace de la suma entre Kim Basinger y Nicole Kidman.