

14 años después de la desmesurada
Miedo y Asco en Las Vegas de
Terry Gilliam,
Johnny Depp regresa al universo literario del desaparecido
Hunther S. Thompson para dar vida a
Paul Kemp, otro reportero
gonzo y experto en pillar unas cogorzas de órdago que, en plenos años 60, se lanza a la aventura como periodista en un pequeño diario de Puerto Rico, el
The San Juan Star.
Los Diarios del Ron es su título. Dirige el cotarro
Bruce Robinson, veinte años después de su irregular
Jennifer 8.
De hecho,
Los Diarios del Ron es una especie de versión
light de la película de
Gilliam; una variante casi dedicada al público infantil, en la que el alcohol sigue teniendo su presencia (aunque muy minimizada) y en donde las drogas alucinógenas, a excepción de un breve pasaje, han sido casi eliminadas por completo.
Robinson intenta darle cuerpo a la película, dotarla de una historia más o menos lineal y coherente que rompa con la (alocada) dispersión de
su referente cinematográfico. Y más o menos logra su objetivo a pesar de que, tras su visionado, quede en el espectador una cierta impresión de vacuidad total, de no ir más allá de una pura anécdota en la que se mezclan un buen número de postalitas puertorriqueñas, una cuantos litros de ron, un toque de corrupción inmobiliaria y un
love story en la cuerda floja, así como el retrato de un periodicucho en horas bajas y a punto de la quiebra.
Johnny Depp, que aguanta sin caer en su vertiente más histriónica hasta bien entrado su metraje, se alza como lo más digno de la cinta junto con el alucinado rol de
Giovanni Ribisi y la estimulante presencia de
Amber Head, la rubita
Chenault que a la primera de cambio le roba el corazón al borrachín de
Paul Kemp. Añádanles la perfecta ambientación sesentera de Puerto Rico y esa acentuada sensación de incertidumbre –perfectamente insertada en la película- sobre si se trata de un territorio incorporado o no a los Estados Unidos, y obtendrán lo más valioso del superfluo producto de
Bruce Robinson.

Un producto que pretende ser políticamente incorrecto pero que nunca termina de mojarse del todo. Sexo (moderadísimo), drogas (muy de pasada) y
rock and roll (de forma accidental). Eso sí: alcohol bastante, pero no el suficiente como para llenar la piscina de
Hunther S. Thompson. Personalmente, me aburrí sobremanera.
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