28.10.05

Themroc

Ñores, ñoras: siento mucho no actualizar a diario en los últimos días. Me sabe muy mal no hablar de cine y de los estrenos más recientes. Aún tengo una dolorosa cita pendiente con Torrentetrés y, por otra parte, me apetece mucho (¡¡¡muchísimo!!!) ver el nuevo trabajo de Cronenberg, Una Historia de Violencia. Pero todo ello no será posible hasta la próxima semana. Me he convertido en un cavernícola urbano, sin un puto lugar en donde sentarme a descansar. Ahora, Spaulding’s House no es más que un terrible y desangelado agujero sin muebles .

Mi televisión y otros enseres habituales están retenidos y desconectados, colocados en los boxers provisonales en espera de disparo de salida. En estos precisos momentos, ir a un cine a ver una película, salpicado el rostro y el cuerpo de numerosas gotas de pintura, me parece una utopía, El salon-living-comedor (o como quieran llamarle al espacio más recurrido del domicilio) está vacío, en pelota picada. La pintura es lo primero. Y, aparte, a mi mujer y a mí (por qué negarlo), nos ha entrado la neura por renovar el decorado de la estancia, con lo cual nos hemos visto obligados a desmontar todos los muebles. Y ello implica, por ejemplo, tener que vaciar las estanterías de deuvedés, compactdiscs y viejos vinilos. Un esfuerzo del que aún se resiente mi ajada columna vertebral. Abajo tienen una muestra fotográfica del montón de material acumulado... Y todo ello sin contar con los más de dos mil uvehacheses aposentados en otros lugares estratégicos de la casa.

Sábado y domingo. Dos días anhelados por la mayoría de gente y que, en este caso, serán una tortura física para mí. Hoy hemos empezado con la primera capa de pintura del salón. Y sólo hemos terminado un tercio del mismo... ¡Joder, qué complicado resulta esto de la brocha y el rodillo! El fin de semana no será precisamente de descanso... Y cuando pienso que aún falta todo el techo, cada vez tengo más claro que, o bien, Miguel Ángel estaba como una cabra o era un masoquista de tomo y lomo.

Por cierto. Reciclando he visto que tengo varios vinilos de The Beatles, Rollings y Elton John (en bastante buen estado), entre otros muchos, que a lo mejor serían de interés para alguno de ustedes.

Me parece que hasta el lunes me pido fiesta de éste (su) blog.

Un beso en la frente a todos. Y vigilen no les manche.

25.10.05

Pepe Gotera y Otilia

Pensaba que ésta sería una semana normal. Pero no. La cotidianidad al carajo. Mi esposa decidió ponerse a pintar el piso. La santa empezó ella sola. Toda una profesional. Lleva ya dos habitaciones de un blanco luminoso que deslumbra.

Aún faltan muchos metros cuadrados por pintar, estanterías llenas de deuvedés y cedés de audio que vaciar. Estamos con el salón. Y aquí es donde, finalmente, me he decidido a acudir en su ayuda, no sea que la buena mujer se me vaya a romper en mil pedazos.

Toda la tarde he estado vaciando el inmenso mueble del salón. Estoy dolorido por todas partes. Y mañana me estrenaré en el arte de la pintura casera. No se extrañen si la página no se actualiza a diario, pues el nivel de visionado de películas (como es lógico) bajará enormemente.

De todas maneras, les iré informando, más o menos, de mis avances (o retrocesos) con el pincel. La verdad es que nunca he sido muy dado a los trabajos manuales y bricolages varios. Pero si Miguel Angel pudo con el techo de la Capilla Sixtina, yo podré con las paredes del comedor... como mínimo.

Les dejo, pues voy a prepararme un gorrito con papel de periódico para no llenarme la calva de goterones.

24.10.05

¡El cielo se me cae encima!

Como bien saben, nunca he sido muy amante de los cómics. A pesar de ello, nací y crecí con dos tebeos que me marcaron profundamente: Astérix y Tintín. O sea, me declaro públicamente Tintinista y Asterixta. Incluso Obélix, ese eterno y entrañable grandullón, me da la impresión de que, con los años, se ha acabado convirtiendo en uno más de mi familia. Ese tipo, peleón y de mente infantil, bien podría ser hermano mío. ¡Por Tutatis, les juro que a un personaje como ese le daría cobijo en mi casa! (aunque ahora esté hecha unos zorros porque estamos pintando).

Cada libro nuevo que sale sobre ese maravilloso par de galos, inevitablemente pasa a formar parte de mi colección. Hoy ha caído la última entrega, ¡El Cielo Se Nos Cae Encima! No la he leído aún. Y no creo que lo haga, pues las últimas me defraudaron tanto que no quiero romper los buenos recuerdos a los que me remontan esos tebeos. Desde que Goscinny murió, sus historias no son las mismas. La inteligencia que rezumaba el desaparecido guionista no la ha sabido reciclar Uderzo. Una lástima. Sus dibujos siguen siendo brillantes y únicos. Pero esa pequeña aldea gala, rodeada por los campamentos romanos de Aquarium, Babaorum, Laudanum y Petibonum, nunca volverá a ser la misma sin Goscinny.

Por suerte aún quedan los numerosos libros realizados entre ambos. Los iconos en los que se han convertido las figuras de Astérix y Obélix seguirán vivos durante toda la vida. Y, al mismo tiempo, tal y como he hecho hoy, cada vez que Uderzo publique nuevas historias de los dos galos, seguiré comprándolas. Todo un ritual emotivo.

Esta mañana, cuando estaba en una inmensa área comercial y he visto la portado del nuevo Astérix, el corazón me ha dado un vuelco. Un vuelco de alegría que, al mismo tiempo y durante unos segundos, me ha transportado muchos años atrás. Olor a tiza, a niños saliendo del colegio, el sabor de las primeras castañas calientes, batas blancas con gruesas rayas azules, apellidos bordados en los bolsillos... Astérix y Obélix, en esos años, estaban allí conmigo, con mis compañeros de escuela y con mis seres más queridos y allegados. Para mí, sus libros se convertían en uno de los más preciados regalos en fechas muy señaladas: aniversarios, onomásticas, la maldita primera comunión (vestidito de blanco, como un fraile), los Reyes Magos...

Les parecerá una tontería, pero Astérix y Obélix significan mucho para mí. Siempre los he asociado con un periodo que lamentablemente jamás volverá a repetirse. Esos familiares y amigos que ya han marchado... esas ilusiones nunca cumplidas. Es jodido, pero en esta época siempre me da un bajón. El sol desaparece demasiado temprano. Todo tiene un color grisáceo bastante desapacible. Y, a veces, en estos momentos un tanto desnivelados, me viene esa terrible y puñetera añoranza difícil de vencer.

Cuanto daría, ahora mismo, para estar compartiendo una cerveza con mis dos primos, Josep Maria y Paquito, hojeando el nuevo libro de Astérix. Se fueron demasiado pronto. Por suerte, a ellos ya no les podrá caer el cielo encima.

22.10.05

Juegos de Otoño (III)

Fahrenheit 451 era la película fantasma del último Juego de Otoño. Deblin, como es habitual en él, dió en la diana de manera certera.

Vamos a por otra película, aunque antes les voy a dar un pequeño consejo para que puedan acertarla a la primera de cambio. A ser posible, reflexionenan ante la foto y la frase en horas nocturnas. Es la mejor manera de adivinarla.

Después del estrés, vale la pena relajarse un poco.

20.10.05

Fechas malditas

Dos años y un día después de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán, otro gran pensador y escritor ha decidido abandonarnos. Se trata de Eduardo Haro Tecglen.

Difícil es escribir algo sobre una persona cuyo mundo eran las letras y que se expresaba, a través de ellas, de manera tan extraordinaria.

Lo mejor es recurrir a sus propias palabras.

Putas, quinquis y pasteleros

Ramón de España es un tipo que siempre me ha caído bien. En todo momento, su postura provocadora, insolente y coñona, me ha resultado muy atrayente. Y más desde que lo conocí personalmente, hace algún tiempo, cuando él aún frecuentaba el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges. Hace un par de años, unos meses antes de que se estrenara su ópera prima como director, me concedió una larga y divertida entrevista para una publicación mensual ya desaparecida. El hombre disfrutaba hablando de su película y, con esa alegría que denotaba por su criatura cinematográfica, me contagió las ganas por verla.

Finalmente, ésta se estrenó y, desafortunadamente, pasó sin pena ni gloria por las pantallas españolas. Quizás fuera por culpa de su pésimo y poco atractivo título, Haz Conmigo Lo Que Quieras, pero la cuestión es que desapareció de la cartelera en menos que canta un gallo. Y un servidor, ansioso por conocer el trabajo del reputado periodista, se quedó con las ganas de visionarla.

Ayer, gracias a Canal +, pude descubrir finalmente que había tras ese título tan espantoso que, por lo que parece ser, fue debido a una imposición de la productora. La película se inspira lejanamente en una de esas noticias pequeñitas que aparecen, a diario, en los periódicos y que, en el fondo, forman parte de la sustancia más agridulce, macabra y cutre de nuestro país. Para entendernos (y desde el punto de vista más cinéfilo), el film de Ramón de España habla de un caso con ciertos paralelismos con la historia que Fernando Fernán Gómez plasmó en una de sus obras maestras, El Extraño Viaje.

Putas, delincuentes, vividores, estafadores, criminales, detectives y pasteleros son algunos de los personajes que dan cuerpo a Haz Conmigo Lo Que Quieras. La calentura de un viudo solitario y pueblerino, las triquiñuelas de una joven muchacha dispuesta a vivir gracias a la segura rentabilidad de su sexo y las memeces de un tipo peleón, expulsado de la Legión, enamoradizo y que se gana la vida persiguiendo a morosos disfrazado de conejo, son los principales ejes sobre los que se mueve el film.

Hay que reconocer que, por tratarse de una primera película, Ramón de España consigue una parte inicial muy atractiva. Presenta a todos sus protagonistas y los define a la perfección, con sólo cuatro trazos. Prepara los ingredientes a conciencia y dispone al espectador para que, cuando estos empiecen a mezclarse, pueda ocurrir de todo. Habla de la España cañí y más callejera y, al mismo tiempo, deja bien claro que, entre esos personajes cutrones y la gente “más normal” (entre comillas), hay una distancia mínima, igual que entre el modo de vida en un pequeño pueblo o el de una gran ciudad (Vilassar de Mar y Barcelona, en este caso, los dos enclaves geográficos del film). Decantarse a un lado u a otro es cuestión de milímetros. O de unos pocos kilómetros.

La cinta está narrada bajo el punto de vista de la comedia. Su humor es cínico, ácido y negro. Podría ser mucho más negro y haber apostado por el gran guiñol, una de las características que, en parte, definió la cinematografía de nuestro país durante muchos años (como ejemplo la citada El Extraño Viaje y la excelente La Semana del Asesino de Eloy de la Iglesia). Pero es en este punto que -precisamente cuando tendría que haber optado por la óptica más macabra y brutal-, Ramón de España se queda un tanto anquilosado y opta por suavizar su parte final. El enfant terrible de la prensa española demuestra no ser tan terrible y decide enseñarnos su aspecto más plácido y bonachón. Por suerte, no hay moralina, pero no entra a saco como hubiera debido y, de manera equívoca, evita caer en la tragicomedia que esperaba el espectador. Se muestra demasiado benévolo con sus personajes principales (ante todo con el personaje del ex legionario) e incluso, a algunos de ellos, les ofrece una salida beneplácita para purgar sus pecados.

Como debut cinematográfico no está mal. Una comedia amable a la que, sin embargo, le falta un pelín de mala leche. El film se puede ver, sin ser una gran obra. La cinta tiene gracia y, a pesar de mostrar algunos pasajes durillos pero necesarios (como todo lo que hace referencia a una prostituta vieja y yonqui) posee, al mismo tiempo, la virtud de contar con un buen plantel de actores, de los que destacaría, ante todo, a su pareja principal: Alberto San Juan (magnífico como quincorro tontainas) e Ingrid Rubio (maravillosa en su papel de trepa), por no hablar de la profesionalidad de alguien como el gran Emilio Gutiérrez Caba.

Se nota que el realizador mimó a sus actores. Y posiblemente ésto fuera debido al cariño que cogió a sus personajes hace tiempo, pues parió a los mismos cuando escribió la novela en la que se basa. Y vivir con ellos tanto tiempo hace que después uno se muestre encantador con éstos.

19.10.05

Ustedes lo han querido: LA PATRULLA PERDIDA

John Ford, en 1934, se adentró en los parámetros del melodrama psicológico gracias a La Patrulla Perdida, una original y tensa historia bélica que transcurría en plena Primera Guerra Mundial y que, al mismo tiempo, dejaría marcadas muchas de las constantes de su producción posterior. El marco geográfico protagonista es el exótico desierto de Mesopotamia, lugar en el que los integrantes de una patrulla del ejército británico, tras ver morir de un balazo enemigo a uno de sus oficiales, perderán el rumbo hasta acabar totalmente perdidos en medio del extenso y seco arenal. Una casa en ruinas y una vieja iglesia, situadas al lado de un frondoso oasis, servirán de refugio para los hombres que componen la partida. El acoso del enemigo no se hará esperar.

El planteamiento de Ford es atractivo y nunca visto en esa época. Pero los años no han pasado en balde. Es por ello que la cinta, vista hoy en día, puede parecer demasiado desfasada. La mayor parte de sus actores, procedentes del cine mudo, aún no se habían adaptado al sonoro con lo cual, sus interpretaciones, resultan exageradamente teatrales y casi mímicas. En este aspecto, se ha convertido en un film un tanto rancio y desfasado. Boris Karloff, por ejemplo, es quien más se resiente con su histriónica interpretación, pues el llamado por muchos el hombre de las mil caras hace gala, de manera involuntaria, de su mote pues en cada uno de los planos en los que aparece demuestra que dominaba, como nadie, las muecas de terror y pánico, aunque fuera tan forzado y falso en sus ademanes y posturas que con ellos rompiera cualquier atisbo de realidad en su personaje.

Una pena, pues tras La Patrulla Perdida se encuentran un sinfín de ideas magníficas, casi magistrales, empezando por el poder de síntesis del realizador, ya que la cinta no traspasa los 75 minutos de metraje. Fue la primera en convertir al cruel enemigo en un grupo de personajes invisibles; verdaderos fantasmas de carne y hueso dispuestos a acabar con su presa. Con esa figura volátil y desconocida (tanto para el espectador como para sus protagonistas) plasmó en imágenes, de manera cruda y sin concesiones, el proceso desgarrador que, debido al terror a lo desconocido, puede acabar acercando al ser humano a la locura.

A lo largo de toda su carrera John Ford fue acusado, de manera bastante injusta, de mostrarse excesivamente militaristas en la mayoría de sus películas. En contra de esas acusaciones, en esta cinta en concreto, volcó su personal discurso sobre la absurdidad de las guerras, al tiempo que denunciaba lo cazurros que, en determinados momentos, pueden resultar algunos militares de alta graduación en momentos de crispación. Precisamente por culpa de uno de ellos y de la ineptitud profesional demostrada por éste, el batallón del título acaba perdido y al amparo del enemigo.

Nueve años más tarde, Tay Garnett (uno de los artesanos menos reconocidos de Hollywood), contando con la figura de Robert Taylor, incidió en el tema con la película Bataan. Se trasladó a la Segunda Guerra Mundial y enclavó a un pequeño destacamento de soldados norteamericanos en la espesura de la selva filipina. El mensaje era el mismo. aunque en el caso de Garnett, cambió el desierto por el bosque y, al contrario que Ford, se decantó más (erróneamente) por la ensalzación militarista. El enemigo seguía siendo invisible pero, en general, resultó un film mucho más fresco y dinámico que el del realizador de La Diligencia, aunque sin la originalidad del de éste. De algo han de servir los referentes. Y más si éstos son debidos a un maestro.

Años más tarde, John Ford iría superándose así mismo de manera asombrosa, convirtiéndose en uno de los directores más reputados (y también discutido por ciertos sectores) de la historia del cine.

18.10.05

Una magistral clase de interpretación

En su último trabajo, Michael Radford huye del intimismo de una de sus cintas más aclamas, El Cartero (y Pablo Neruda), para adentrarse en el personal mundo de William Shakespeare, adaptando una de las obras a las que menos se ha recurrido desde el Séptimo Arte, El Mercader de Venecia.

La corrección con que Radford afronta el reto es envidiable, a pesar de que en su metraje (más de dos horas de proyección) haya más de un altibajo en su narración. Le cuesta pasar del melodrama implícito en la historia al sutil toque de comedia con que el inmortal escritor inglés adornó su obra. Y ese latente desnivel se acentúa, aún más, cuando salta de la tensa relación entre el judío Shylock y el comerciante Antonio al dicharachero y humorístico tratamiento con que plasma el caricaturizado universo de la bella Portia y sus adinerados pretendientes.

Es innegable que la ciudad italiana protagonista es uno de los platós cinematográficos naturales más atractivos existentes hoy en día. Y de ello, el realizador británico (nacido en la India), saca un partido exquisito. El siglo XVI aparece ante nuestros ojos con todo lujo de detalles. Los canales venecianos, sus oscuros y sombríos pasadizos, la humedad reinante en el lugar, la suciedad, la pobreza en las calles y cierto racismo exacerbado hacía los judíos que moraban en un gueto de la ciudad, son algunos de los mejores puntales sobre los que se aposenta esta adaptación de El Mercader de Venecia.

La película habla de la usura, arremete contra la avaricia y deja bastante mal parado al colectivo judío de aquella época. Un juego de mentiras, trucos y engaños -en los que la ambigüedad sexual también está presente- componen los principales ingredientes del menú. Y, delante de éstos, dos grandes actores: Al Pacino y Jeremy Irons. Cada vez que aparece cualquiera de ellos, el film cobra una entidad especial. Y cuando lo hacen juntos, cara a cara, el silencio más estremecedor recorre el patio de butacas. Toda una inolvidable lección interpretativa de la que sale ganador el norteamericano. Al Pacino está SOBERBIO (con mayúsculas). Tanto es así que la buena e indiscutible labor de Irons queda un tanto difuminada al lado de la majestuosidad con que Pacino construye el personaje de Shylock. Ríe, llora, sufre, maquina y despotrica de la manera más natural. No hay sobreactuación que valga. Y es que ese tipo, desde hace años, está despuntándose como el mejor de los actores de toda una generación muy concreta.

Si la película tiene algún bajón (que los tiene... y varios), se compensa al momento cada vez que este actor vuelve a salir en pantalla. Da gusto ver una interpretación como la de esta ocasión. Con la ayuda sólo de la mirada y unos pocos gestos meditados y meticulosos, consigue que el espectador le odie o le ame. Tan genial está que, en un momento concreto, el tipo anda de espaldas a la cámara, a oscuras y en medio de una calle mojada y actúa igualmente de manera perfecta, apoyándose en el movimiento de su espalda y sus piernas. Realmente mágico. Hacía tiempo que no veía a nadie expresarse tan bien andando en una película desde que un cojitranco Hoffman se pateara las calles neoyorquinas bajo el disfraz de "Ratso" Rizzo. En realidad, en el trabajo de Pacino está lo mejor del film. Una clase de interpretación insuperable, impartida por uno de los grandes (a pesar de su pequeña estatura).

Lástima que el guión no acabe de acompañar tan sublime actuación. Y lástima, también, de la presencia de un soso Joseph Fiennes en el rol de Bassanio, el amigo del alma del mercader Antonio. Un Fiennes que, a marchas forzadas, se está convirtiendo en un clon de Jordi Mollà y que, en poco ayuda, con su inexpresividad, a profundizar en la esbozada relación entre él y el citado Antonio.

Y un apunte final: atención a la pelirroja Lynn Collins, la Portia de Michael Radford. Aparte de una presencia atractiva e interesante, la chica realmente promete.

17.10.05

Sitges en 5 imágenes (The End)

Como sabrán, el Festival de Sitges ha llegado a su fin. De todas maneras, para mí terminó el lunes pasado (aunque el viernes hice una pequeña incursión, disfrazado de lampista, para poder ver a Jodie Foster en persona). Para aquellos que estén interesados en el Palmarés de esta edición, les dejó el link pertinente.

Con la siguiente colección de fotos, doy por terminada mi rauda misión en las costas del Garraf. Mañana esta página volverá a su normalidad habitual. La cartelera cobrará una relevancia especial y, ¡cómo no!, retomaré lo de Ustedes Lo Han Querido... Y eso que pronto toca un Bergman (Persona)... ¡y me da una pereza espantosa!


La Jodie,. con o sin..., estaba guapísima. Valió
la pena subir de incógnito


Esta especie de mini croissant, picante como un
diablo, fue de los pocos canapés comestibles en la
cena de inauguración... ¡Imagínense el resto!


Quien quiera helado... que se tire al suelo. Tal cual.
La alimentación, en Sitges, está por las nubes...
aunque se coloque la comida a ras de suelo.
Y los encopetados incluso se agachaban por
conseguir una mísera ración...
¡Se han perdido las buenas costumbres!


Mireia Ross: toda una musa del destape a finales de
los 70 y una simpatiquísima y agradable dama en el
2005. Aún no entiendo que significa esa chapa
numérica que llevaba en la solapa.


La Extraña Familia. La señora pelirroja no es
Aramís Fuster. Según nos contó, se trata de una
escultora especializada en moldear estatuas de
hombres desnudos. Una fauna peculiar, sí señor.
El del centro es el Doctor Muerte (no se fíen de él
aunque lleve colgado un estetoscopio) y su
acompañante, el de la barba, un pariente lejano del
entrañable profesor Shorofsky.

16.10.05

Sorprendido por Mateu (La Extraña Pareja)

Fue hace una semana, la noche de inauguración del Festival de Sitges. Primero fue Álex Angulo. Después me di de bruces con Mateu, Sergi Mateu, el actor del Método (de su propio método, vaya), el hombre de las mil poses... siempre tieso, inamovible. Arqueando una ceja y torciendo sutilmente el labio lo tiene todo resuelto. Qué tierna escena, ¿no?

15.10.05

Cine en 30 segundos

Hoy les dejó un link curioso y muy divertido, aparte de original. Un espacio ideal para que se paseen todos aquellos que se hayan quedado con las ganas de asistir al Festival de Sitges.

Se trata de Angry Alien Productions. Unos conejos animados son los protagonistas de varias películas. Pero, ¡cuidado!, no se trata de películas cualesquiera, ¡qué va! El Resplandor, Tiburón o Alien, entre otras muchos, son algunos de los títulos elegidos para que esos animalillos, en menos de 30 segundos, representen las constantes más recordados de los mismos.

Entren y pasen una tarde de sábado en compañía de clásicos "diferentes". Pulsen sobre la imagen del conejo en el momento en que les apetezca cruzar el espejo. Les aseguro que conocerán otro mundo, similar al nuestro aunque un tanto distorsionado. Vale la pena el viaje.

13.10.05

El fantasma y la callista

Mañana se estrena, en toda España, la última de Jaume Balagueró, Frágiles, una de las pocas películas que vi este año en Sitges.

¿Qué decir de Balagueró? Este hombre tuvo un inicio, en el campo de los largometrajes, ciertamente esperanzador. Los Sin Nombre significó su debut. La película bebía directamente de la fuente de Seven y de la estética oscura de Expediente X (muy de moda en esa época), La historia era sorprendente, bien narrada y, en parte, original. Pero lo que más destacaba de la misma era el cuidado y atractivo tratamiento de la imagen, así como la impactante manera de crear atmósferas y ambientes opresivos y sombríos. Darkness, su siguiente film, fue la primera decepción: un producto tratado al estilo del star system norteamericano y realizado para vender directamente al público de ese país. Un producto sin pies ni cabeza que, a través de un cocktail un tanto forzado -en el que se mezclaban diversos títulos ya clásicos en el género fantástico- intentó construir un argumento que no se aguantaba por ninguna parte. Mucho artificio y poca chicha.

Frágiles ya es otra cosa, aunque igualmente fallida. No tan falsa como Darkness, apuesta por una revisitación de aquellos títulos en los que grandes y viejas mansiones están poseídas por un espíritu maligno. El edificio, en este caso, se trata de un viejo hospital infantil en el que, a punto de ser cerrado al público, empezarán a sucederse extraños y violentos fenómenos paranormales.

Sólo empezar, y apuntando hacia el cine con casas encantadas como principal excusa, Balagueró hace un claro y larguísimo homenaje a uno de los títulos más valorados (o sobrevalorados, para quien esto escribe) de Stanley Kubrick, El Resplandor. La cámara sigue, a través de un amplio travelling y desde lo alto de un helicóptero, al automóvil que llevará a su protagonista -la televisiva Calista Flockhart-, al centro hospitalario en cuestión. Una angosta carretera de curvas, plagada de acantilados, es el marco ideal para trasladarnos hasta el clima fantasmagórico del aclamado film del director norteamericano.

El resto es lo de siempre. No hay sorpresas, aunque sí varios sustos bastante bien planificados; pero tramposos. Balagueró juega bien su planteamiento. Sabe crear situaciones tensas, domina la imagen como nadie y demuestra estar seguro tras la cámara. Estética y técnicamente, Frágiles es un título impecable que se apoya en sus momentos más tensos, de manera inteligente, en la maravillosa banda sonora de Roque Baños, éste último cada vez más cercano al estilo de Bernard Herrmann a la hora de afrontar sus personales y compactas orquestaciones. El desarrollo de la historia funciona, hace creíble lo increíble e, incluso, tiene su pequeño toque gore que no pienso desvelar. Domina el género y le saca el máximo provecho a la Calista, la imponderada Ally McBeal. Tanto respeta el nombre de la serie que la lanzó a la fama que incluso aquí la bautiza como Amy. De Ally a Amy hay un solo paso en el abecedario. Y ella, a pesar de haberse operado el rostro de manera desorbitada (deshinchándose un tanto esos labios que parecían inmensas salchichas de frankfurt), cumple con su rol perfectamente, cosa que no ocurre con la forzada interpretación de la española Elena Anaya.

Pero Jaume Balagueró sólo llega hasta un punto muy concreto. A partir de allí se le desmonta la historia, precisamente en el momento en que finalmente desvela el previsible misterio que se esconde tras ese hospital maldito. Un abuso desmesurado de fuegos artificiales y tracas valencianas rompe todo el trabajo realizado hasta ese instante. Su desmadre es demasiado falso, muy de cara a la taquilla yanqui. Y ese desmadre convierte el apartado final de Frágiles en un pasaje insustancial. No aprovecha ciertos elementos atractivos (como la figura del escalofriante fantasma) tal y como hubiera debido hacer. Y, por el hecho de no saber condensar y mimar esa parte, acaba rompiendo todas las intenciones del producto. Una lástima. Aún y así, por suerte, queda a años luz de la olvidable Darkness, aunque sólo sea para reconciliarse con la Calista y por disfrutar de la música del gran Roque Baños. Menos da una piedra.

12.10.05

Desde otro ángulo

Este año, en Sitges, uno de mis principales objetivos era conseguir fotografiarme al lado de Jodie Foster. Un meta que no podré alcanzar al haber abandonado el certamen.

Siempre queda un consuelo para paliar la decepción. Y éste ha sido el poder observar, desde otro punto de vista distinto, a un señor bajito que, al igual que un servidor, asistió a la cena de inauguración.

11.10.05

Goodbye Sitges

Siempre había sido muy escéptico sobre el tema, pero definitivamente creo en fantasmas. Y más ahora, recién llegado del Festival de Sitges. Rectifico. No sólo creo en fantasmas; añádanle también muertos vivientes, caníbales, depredadores, chupasangres y desorbitados Oompa Loompas procedentes de embrujados bosques asturianos.

Normalmente, la organización del Festival ha sido siempre el caos más desorganizado de todos los certámenes cinematográficos habidos y por haber. Pero en esta ocasión he descubierto que, de ese mismo caos, se han contagiado algunos de los asistentes habituales al evento.

Quizás haya sido debido al cansancio acumulado por acudir a Sitges desde hace mucho tiempo. Quizás haya sido culpa de que, psíquica y mentalmente, no fuera el año más apropiado para mí. El caso es que Sitges y alguno de sus satélites me han sobrepasado. La cuestión es que no he aguantado en el lugar más de dos días. La paz y la intimidad de mi domicilio me han acabado tentando más que el jolgorio festivalero y la mala milk de ciertos personajes (o personajillos).

Perdonen que les haya utilizado para desterrar algunos fantasmas personales. Necesitaba vomitar el malestar de dos días agobiantes. Borrón y cuenta nueva. Renovarse o morir. Siempre el mismo ambiente, las mismas caras y los mismos soplapollas. No es una manera agradable de ver cine. Fui a Sitges con la intención de disfrutar, de asistir sólo a los pases que me apetecieran y de pasar por alto las tonterías de la organización. Conseguí sólo dos de los tres propósitos: vi las películas que quería y pasé por altos los errores de los responsables del certamen.

El objetivo de disfrutar se vio bastante mermado por culpa de algún diablillo que, con aspecto de Ernest Borgnine, es capaz de trastornar al más pintado.

De todos modos, en estos dos días fugaces, con excesivas horas obligadas a la intemperie y poco tiempo para descansar, también han habido momentos inolvidables: la cena inaugural al lado del profesor Shorofsky y compañía, el encuentro con el colega REFO (con el cual nos intercambiamos nuestras propias gafas) o un pase de prensa al lado de centenares de niños, han sido algunos de ellos.


Spauldfo y Refaulding

Por hoy no les molesto más. Durante esta semana les iré contando alguna que otra anécdota y, el fin de semana, les colgaré un post gráfico de lo más curioso y spauldiniano.

A la buena gente que, año tras año acude a Sitges (que de haberla hayla y en cantidad) un besazo en la frente. Y a todos ustedes también, por aguantar mis manías y tozudeces y, sobre todo, por seguir leyéndome.

8.10.05

Juegos de Otoño (II)

Pues nada, que el anterior jueguecito me lo adivinó Semanue a la primera de cambio. La película misteriosa era Bowling for Columbine, el interesante documental de Michael Moore.

El de hoy (y sirve ya como pista) va encaminado hacia el cine fantástico. Mañana empieza el Festival de Sitges. Ésta será una semana extraña en la que viviré un poco a salto de mata. No podré estar todos los días, aunque intentaré cubrir lo máximo posible lo que ocurra en ese pueblo costero. No se extrañen si algún día notan mi ausencia en esta página, pues el cansancio de bajar y subir, casi a diario desde Barcelona, acabará gastándome un poco las pilas.

Vayamos al grano. Aquí tienen una fotografía de la película incógnita y una frase alusiva a la misma.

No hay letras y algo, en el ambiente, recuerda a Alfred Hitchcock.

6.10.05

Siete hombres sin piedad

Marcelo Piñeyro, el realizador de la emotiva Kamchatka, ha sido el responsable de llevar a la pantalla grande la obra teatral de Jordi Galcerán, El Método Grönholm, con el título más abreviado de El Método.

Jamás llegué a ver la obra de Galcerán, con lo cual, a pesar de tener excelentes referencias sobre la misma, no puedo entrar en la polémica creada en los últimos días a raíz del estreno del film. Según el escritor teatral, el guión cinematográfico, confeccionado por el propio Piñeyro y Mateo Gil, se aleja totalmente de las intenciones del libreto original. Por lo que parece, sólo coge la idea principal y, a partir, de ahí navega a su libre albredío. Las quejas de Jordi Galcerán pueden ser ciertas pero, tal y como decía el desaparecido Manuel Vázquez Montalbán, desde el momento en que alguien vende los derechos de su obra ha de aceptar plenamente los cambios que su nuevo propietario pueda hacer sobre ella. Y la verdad es que el padre de Pepe Carvalho nunca llegó a despotricar de la irregularidad de la mayor parte de las adaptaciones cinematográficas y televisivas que sufrieron sus textos.

Centrándome ya en el film -y aparcando a un lado la controversia-, no se puede negar que éste está cargado de buenas intenciones. El Método carga, con bastante mala leche, contra los nuevos sistemas de selección de personal en muchas de las empresas actuales. Para ello reúne, en torno a una mesa, a siete personajes (dos mujeres y cinco hombres) dispuestos a conseguir –al precio que sea- una sola y codiciada plaza para un puesto de relevancia dentro de una sofisticada entidad. A estos se les someterá a varias pruebas, todas ellas de un nivel ciertamente cínico y peligroso para la salud mental, que los irá eliminando, de manera sistemática, uno a uno. La cuestión es que gane el más perverso; el que tenga menos escrúpulos.

El Método posse una primera hora brutal, prometedora, magnética, capaz de atrapar al espectador en una trama malvada en la que el juego sucio, el engaño y la mentira son las únicas fichas que se moverán sobre el tapete. Maquiavelo, en lugar de Grönholm, podría haber sido el ideólogo de tan siniestro método. Siete hombres sin piedad. El sálvese quién pueda está a la orden del día. La astucia y el desmontar al rival cobran una relevancia importante. Y los más débiles, a medida que vayan cayendo, tendrán que ir abandonando la nave, aunque sin un puto salvavidas al que agarrarse.

Pero la película de Piñeyro se queda aquí, en su primera hora. De golpe y porrazo, toda esa estructura perfectamente montada, tanto de guión como interpretativa, se hace añicos. La credibilidad que ofrecía hasta ese instante desaparece por completo. Esas cartas, tan bien barajadas y meticulosamente expuestas en su apartado inicial, se desmoronan como un castillo de naipes. Una situación demasiado exagerada (y absurda) acaba con la aparente seriedad. Un descanso en el juego, una visita al lavabo y una paja a destiempo son algunos de los fallidos y forzados ingredientes que se encargan de acabar con el buen ritmo de la propuesta.

A partir de ese punto todo puede ocurrir. El Método empieza a zozobrar y ciertos actores, como en el caso de Ernesto Alterio y Eduard Fernández, pierden el norte y apuestan por sobreactuar sin pudor alguno. Por su parte, el soseras del Noriega aprovecha para seguir demostrando que él hace muchos años que lo perdió, aunque por suerte, gente de la entidad de Carmelo Gómez, Adriana Ozores o de una espléndida Najwa Nimri no se olvidan de su profesionalidad en momento alguno, a pesar de que para ello tengan que sujetarse bien fuerte a una tabla para no hundirse con el naufragio general. Pero quien de verdad se salva totalmente de toda la acumulación de despropósitos es el argentino Pablo Echarri, uno de los protagonistas de Plata Quemada, otro de los títulos del realizador.

Y les puedo asegurar que es una lástima que un producto como El Método, con una carga ideológica y crítica destacable, acabe despeñándose por culpa de un cambio de ritmo y de estilo tan brusco. Una pena, de verdad.

5.10.05

"V"

Montxo Armendáriz es un realizador irregular, capaz de lo mejor y de lo peor. Por ejemplo, de la sensibilidad de Secretos del Corazón pasó a la olvidable y rutinaria Silencio Roto. Y ahora, con Obaba, su nuevo film, sigue manteniendo esa rutina un tanto asfixiante y repetitiva de la mayoría de sus productos.

Es innegable que el hombre sabe poner la cámara. Tiene oficio. Y eso se nota en Obaba. Retrata los ambientes rurales mejor que nadie. Juega con esa carencia de tiempo, un tanto bucólica, que existe en la mayoría de pequeñas aldeas españolas. Y lo utiliza tan bien que, esa falta de ritmo, acaba contagiando al espectador. La somnolencia parece uno de los rituales de la filmografía de Armendáriz. Y en este trabajo, abusa tanto de esa lentitud que acaba convirtiéndose en algo irritante.

¿Qué es Obaba? Obaba es un minúsculo pueblo enclavado en medio de las montañas del norte de España. Sus habitantes son un tanto peculiares, igual que las historias que les envuelven. Una joven estudiante de audiovisuales, para realizar una de sus prácticas académicas, se instalará en la población durante unos días. Allí hablará con los vecinos, les filmará y entreabrirá sus secretos más profundos. Obaba le atraerá y la atemorizará a partes iguales. Sin embargo, acabará descubriendo que, tras algunos de secretos que esconden ciertos vecinos, existe algo mágico y encantador que hará que Obaba se convierta en uno de los puntales de su propia existencia.

La cinta transcurre con cierta pesadez. Armendáriz urde un guión básico y sin complicaciones, aunque con una fuerzanarrativa casi nula. Su estructura no sorprende en absoluto. Tres son las historias que se van desvelando ante la joven estudiante en prácticas, convertida, para el caso, en la maestra de ceremonías del film. Tres historias que parecen robadas de viejos títulos del cine español de los años 70 y 80, empezando por el Tasio del propio realizador y terminando con El Amor del Capitán Brando, de Jaime de Armiñán.

Las viejas leyendas que se han apoderado de la población van asomando poco a poco. "Los lagartos entran por la oreja de las personas y les comen el cerebro", asegura una de las mujeres del lugar. El halo fantástico y casi sobrenatural, que envuelve al film en sus primeros minutos, desaparece muy pronto. El director vuelca su poca inspiración en contarnos tres hechos del pasado que han marcado a algunos de los habitantes de Obaba. De este modo, la antigua maestra, sus alumnos y un alemán afincado en el pueblo, acaban convirtiéndose en los ejes principales sobre los que se sustenta su mínimo (por no decir inexistente) argumento. Y todo lo cuenta sin fuerza alguna, de manera casi mecánica; sin emoción; casi con desgana.

La película ni tiene un final aparente. En lugar de 100 minutos, podría haber durado 4 horas. La sucesión de anécdotas sobre los habitantes del lugar podría haber sido infinita. Y al terminar la proyección, la sensación de tedio que se apodera del espectador hubiera sido la misma, pues parece no querer acabar nunca. Armendáriz siempre tiene una excusa u otra para alargar la cinta. Y es lo peor que se puede hacer cuando hay muy poca cosa que relatar. Todo es vacío; mil veces visto antes en productos similares. No importa su final, sea cual sea. Ni siquiera motiva su cuidada fotografía, capaz de plasmar maravillosamente la belleza de los escenarios naturales en los que transcurre la acción... Bueno, lo de "acción" es mucho decir...

Suerte ha tenido el director del buen plantel de actores de los que se ha rodeado, los cuales, por sí solos, salvan muchos de los pasajes de Obaba. Todos están perfectos, desde Pilar López de Ayala (la moderación interpretativa hecha mujer), como la maestra solitaria, hasta la sobrecogedora composición de Héctor Colomé, dando vida a un inquietante personaje, reservado y amante de los lagartos. Incluso Juan Diego Botto, a pesar de su corta colaboración, parece más controlado de lo normal (quizás porque se trata de eso: de una corta colaboración). Lástima, de todas maneras, de Eduard Fernández -uno de los mejores actores del panorama actual-, el cual, en esta ocasión, ha optado por desmadrarse en exceso a la hora de afrontar el papel de un hombre amargado y violento que arrastra, en sus entrañas, el remordimiento causado por un funesto suceso ocurrido en su adolescencia.

Les aseguro que hacía cierto tiempo que no me aburría tanto dentro de un cine... Les dejo, pues voy a alimentar a los lagartos.

Spot

Ayer noche falté a la cita habitual con todos ustedes. La razón es que estaba en el cine. Me tragué dos películas, una detrás de otra, con un bocata entre sesión y sesión. ¿Y saben la verdad? Lo que más me gustó fue un anuncio.

Espeluznante, ¿verdad? De las películas les hablaré durante estos días. De una de ellas, esta misma noche. Pero ahora me parece necesario resaltar ese spot, pues al mismo tiempo es el que promociona la edición de este año del Festival de Sitges que, por cierto, empieza el próximo domingo día 9.

En esta ocasión el leif motif que mueve todas las promociones del certamen es el Tiburón de Spielberg. Tal y como ya les comenté hace un tiempo, el bichejo marino cumple la friolera de 30 años. Y el anuncio citado aprovecha la figura del cetáceo, la tensa música de John Williams y el ambiente playero del film, para recrear una pequeña historia francamente sorprendente. Tan sorpresivo resulta que incluso me llegué a identificar con el monstruo en cuestión. Si lo pillan estos días en algún cine, disfruten con la ingeniosa propuesta. Muchos largometrajes actuales ya querrían tener el nivel de originalidad de este spot publicitario.

Aprovechando la ocasión, les recuerdo que si quieren más información sobre toda la programación del Sitges 2005, pueden acceder a ella pulsando aquí.

3.10.05

El Ceniciento

Hace ya varios días que la última película de Ron Howard está en cartel. Se trata de Cinderella Man, un film para lucimiento (casi exclusivo) de Russell Crowe quien, con su moderada interpretación, se convierte en lo mejor de un título previsible y tan soso como el resto de la producción de su director.

Sin lugar a dudas, este biopic pugilístico está mucho mejor acabado y pulido que el anterior trabajo –inexplicablemente oscarizado- del tándem Howard-Crowe, Una Mente Prodigiosa. Mientras Cinderella Man anda por unos derroteros mucho más aceptables (empezando por el excelente trabajo del actor), la biografía del matemático esquizofrénico John Nash se perdía en medio de la histriónica e insoportable labor de Crowe (también con Oscar) y, al mismo tiempo, estaba dotada de un guión tan poco creíble como lamentablemente aburrido.

Cinderella Man narra una historia típica y tópica. Un producto que no esconde sorpresa alguna pero que, en contra de lo esperado, se deja ver con cierto agrado. Una especie de déjà vu que funciona a la perfección, gracias a la formalidad escénica y narrativa que en este caso ha empleado Ron Howard. Teniendo en cuenta que se trata de un realizador muy poco arriesgado (y, en exceso, sobrevalorado), se trata de uno de sus títulos más redondos y soportables; cosa que, por otra parte, no es mucho decir.

El film mezcla el mundo del boxeo con la sobada descripción de la superación personal de un individuo acabado y arruinado. Un Capra sin Capra. Y eso se nota. La falta de maestría y originalidad del director hace de Cinderella Man un producto más, muy cabal en sus planteamientos pero poco atractivo en sus resultados finales. El Ceniciento, el tipo en cuestión, es Jim Braddock, un boxeador en la cima del éxito y nadando en la abundancia que, tras las crisis económica del 29, perdió todas sus propiedades al tiempo que se esfumaba, para el público, su atractiva estela de popularidad. Acarrear con hijos pequeños, aguantando a una esposa tan insoportable como la Renée Zellweger y morando en una pequeña barraca de madera -subsistiendo a base de pequeños y desastrosos combates en el ring-, no es empresa fácil para nadie. Pero su fortaleza moral (y espiritual) harán de él un hombre nuevo, capaz de afrontar cualquier problema por muy duro que éste sea.

El mundo del boxeo ha dado grandes e inolvidables títulos al Séptimo Arte. Marcado por el Odio, Fat City, Toro Salvaje o Million Dollar Baby son, entre otros, buenos ejemplos de ello. Cinderella Man nunca conseguirá alistarse al lado de éstos, a pesar de su apreciado esfuerzo en intentar plasmar algo más que el mero ambiente pugilístico. Howard, con muy buena intención, se aproxima (sin profundizar demasiado) al ambiente de pobreza y desesperación que marcó a la ciudad de Nueva York durante los años de la Gran Depresión. La pincelada sobre Hoowertown (un pequeño poblado de indigentes, construido por ellos mismos en el corazón de Central Park) es ciertamente loable, así como ese empeño en destacar, ante todo, la relación de amistad entre Braddock, y Joe Gould, su entrenador (un envidiable Paul Giamatti).

De todos modos, ese esfuerzo en ir más allá queda un tanto superficial; muy de cara a la galería. Y lo peor de todo es que la película ha de aguantar un par de defectos capaces de derrumbar toda su endeble formalidad. Por un lado está el exagerado y malicioso personaje de Max Baer (interpretado por Craig Bierko), un púgil sanguinario que parece escapado de las páginas de un tebeo barato. Y por el otro, el peor error de todos, se encuentra en la irritante presencia de ella, la Zellweger, una mujer que, en cada una de las escenas en las que sale, quiere convertirse -contra viento y marea- en el centro de atención del espectador, a pesar de que para ello tenga que hacer mil y una muecas diferentes y robarle planos a un controlado y mesurado Russell Crowe. ¿Por qué esa chica no se retira de una vez del cine?

2.10.05

¡México lindo!

¿Se acuerdan de la larga anécdota del obispo de Glasse y la mejicana? Desde que edité esos posts, cada día he navegado, de manera compulsiva, por un par de páginas que cuelgan fotografías del rodaje de El Perfume en Barcelona. La intención era encontrarme a mí mismo con el ropaje de obispo. Y no ha habido manera. A pesar de ello, seguiré persistiendo.

He visto cientos de fotografías. Salto de ¿Está Grabando? a El Perfume y, de éste, paso a otro ejemplar álbum de imágenes confeccionado, igualmente, por los propios figurantes del film. Pero el obispo Spaulding no aparece por ningún lado. Tendremos que esperar al estreno de la película... aunque allí salga con la vestimenta descoyuntada y por los suelos.

Pero, el otro día, en uno de esos links, el de El Perfume, me topé de frente con esa linda mejicana con la que me tocó en suerte compartir cartel. Les dejo con su foto. De las dos chicas, en concreto, es la que tiene la calabaza entre sus manos.

1.10.05

Juegos de Otoño (I)

Cerré los Juegos de Verano con una película maravillosa, La Semilla del Diablo; título que, por cierto, adivinó finalmente la amiga Sally, quien se hizo con su soñado Gallifante.

El estío ha terminado, por lo tanto el nombre de esta sección cambia un poco. Inaugurados quedan pues -siguiendo el mismo sistema de antes-, los interesantísimos Juegos de Otoño. La novedad radica en que, respecto a los anteriores, no hay novedad alguna. O sea, un fotograma de una película y una frase alusiva que les ayude a adivinar de cual se trata.

Sin más dilaciones, ¡vayamos al grano!

Parecen de verdad. ¡Y suenan como las de verdad!