24.10.05

¡El cielo se me cae encima!

Como bien saben, nunca he sido muy amante de los cómics. A pesar de ello, nací y crecí con dos tebeos que me marcaron profundamente: Astérix y Tintín. O sea, me declaro públicamente Tintinista y Asterixta. Incluso Obélix, ese eterno y entrañable grandullón, me da la impresión de que, con los años, se ha acabado convirtiendo en uno más de mi familia. Ese tipo, peleón y de mente infantil, bien podría ser hermano mío. ¡Por Tutatis, les juro que a un personaje como ese le daría cobijo en mi casa! (aunque ahora esté hecha unos zorros porque estamos pintando).

Cada libro nuevo que sale sobre ese maravilloso par de galos, inevitablemente pasa a formar parte de mi colección. Hoy ha caído la última entrega, ¡El Cielo Se Nos Cae Encima! No la he leído aún. Y no creo que lo haga, pues las últimas me defraudaron tanto que no quiero romper los buenos recuerdos a los que me remontan esos tebeos. Desde que Goscinny murió, sus historias no son las mismas. La inteligencia que rezumaba el desaparecido guionista no la ha sabido reciclar Uderzo. Una lástima. Sus dibujos siguen siendo brillantes y únicos. Pero esa pequeña aldea gala, rodeada por los campamentos romanos de Aquarium, Babaorum, Laudanum y Petibonum, nunca volverá a ser la misma sin Goscinny.

Por suerte aún quedan los numerosos libros realizados entre ambos. Los iconos en los que se han convertido las figuras de Astérix y Obélix seguirán vivos durante toda la vida. Y, al mismo tiempo, tal y como he hecho hoy, cada vez que Uderzo publique nuevas historias de los dos galos, seguiré comprándolas. Todo un ritual emotivo.

Esta mañana, cuando estaba en una inmensa área comercial y he visto la portado del nuevo Astérix, el corazón me ha dado un vuelco. Un vuelco de alegría que, al mismo tiempo y durante unos segundos, me ha transportado muchos años atrás. Olor a tiza, a niños saliendo del colegio, el sabor de las primeras castañas calientes, batas blancas con gruesas rayas azules, apellidos bordados en los bolsillos... Astérix y Obélix, en esos años, estaban allí conmigo, con mis compañeros de escuela y con mis seres más queridos y allegados. Para mí, sus libros se convertían en uno de los más preciados regalos en fechas muy señaladas: aniversarios, onomásticas, la maldita primera comunión (vestidito de blanco, como un fraile), los Reyes Magos...

Les parecerá una tontería, pero Astérix y Obélix significan mucho para mí. Siempre los he asociado con un periodo que lamentablemente jamás volverá a repetirse. Esos familiares y amigos que ya han marchado... esas ilusiones nunca cumplidas. Es jodido, pero en esta época siempre me da un bajón. El sol desaparece demasiado temprano. Todo tiene un color grisáceo bastante desapacible. Y, a veces, en estos momentos un tanto desnivelados, me viene esa terrible y puñetera añoranza difícil de vencer.

Cuanto daría, ahora mismo, para estar compartiendo una cerveza con mis dos primos, Josep Maria y Paquito, hojeando el nuevo libro de Astérix. Se fueron demasiado pronto. Por suerte, a ellos ya no les podrá caer el cielo encima.

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