Pensaba que ésta sería una semana normal. Pero no. La cotidianidad al carajo. Mi esposa decidió ponerse a pintar el piso. La santa empezó ella sola. Toda una profesional. Lleva ya dos habitaciones de un blanco luminoso que deslumbra.
Aún faltan muchos metros cuadrados por pintar, estanterías llenas de deuvedés y cedés de audio que vaciar. Estamos con el salón. Y aquí es donde, finalmente, me he decidido a acudir en su ayuda, no sea que la buena mujer se me vaya a romper en mil pedazos.
Toda la tarde he estado vaciando el inmenso mueble del salón. Estoy dolorido por todas partes. Y mañana me estrenaré en el arte de la pintura casera. No se extrañen si la página no se actualiza a diario, pues el nivel de visionado de películas (como es lógico) bajará enormemente.
De todas maneras, les iré informando, más o menos, de mis avances (o retrocesos) con el pincel. La verdad es que nunca he sido muy dado a los trabajos manuales y bricolages varios. Pero si Miguel Angel pudo con el techo de la Capilla Sixtina, yo podré con las paredes del comedor... como mínimo.
Les dejo, pues voy a prepararme un gorrito con papel de periódico para no llenarme la calva de goterones.
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