3.10.05

El Ceniciento

Hace ya varios días que la última película de Ron Howard está en cartel. Se trata de Cinderella Man, un film para lucimiento (casi exclusivo) de Russell Crowe quien, con su moderada interpretación, se convierte en lo mejor de un título previsible y tan soso como el resto de la producción de su director.

Sin lugar a dudas, este biopic pugilístico está mucho mejor acabado y pulido que el anterior trabajo –inexplicablemente oscarizado- del tándem Howard-Crowe, Una Mente Prodigiosa. Mientras Cinderella Man anda por unos derroteros mucho más aceptables (empezando por el excelente trabajo del actor), la biografía del matemático esquizofrénico John Nash se perdía en medio de la histriónica e insoportable labor de Crowe (también con Oscar) y, al mismo tiempo, estaba dotada de un guión tan poco creíble como lamentablemente aburrido.

Cinderella Man narra una historia típica y tópica. Un producto que no esconde sorpresa alguna pero que, en contra de lo esperado, se deja ver con cierto agrado. Una especie de déjà vu que funciona a la perfección, gracias a la formalidad escénica y narrativa que en este caso ha empleado Ron Howard. Teniendo en cuenta que se trata de un realizador muy poco arriesgado (y, en exceso, sobrevalorado), se trata de uno de sus títulos más redondos y soportables; cosa que, por otra parte, no es mucho decir.

El film mezcla el mundo del boxeo con la sobada descripción de la superación personal de un individuo acabado y arruinado. Un Capra sin Capra. Y eso se nota. La falta de maestría y originalidad del director hace de Cinderella Man un producto más, muy cabal en sus planteamientos pero poco atractivo en sus resultados finales. El Ceniciento, el tipo en cuestión, es Jim Braddock, un boxeador en la cima del éxito y nadando en la abundancia que, tras las crisis económica del 29, perdió todas sus propiedades al tiempo que se esfumaba, para el público, su atractiva estela de popularidad. Acarrear con hijos pequeños, aguantando a una esposa tan insoportable como la Renée Zellweger y morando en una pequeña barraca de madera -subsistiendo a base de pequeños y desastrosos combates en el ring-, no es empresa fácil para nadie. Pero su fortaleza moral (y espiritual) harán de él un hombre nuevo, capaz de afrontar cualquier problema por muy duro que éste sea.

El mundo del boxeo ha dado grandes e inolvidables títulos al Séptimo Arte. Marcado por el Odio, Fat City, Toro Salvaje o Million Dollar Baby son, entre otros, buenos ejemplos de ello. Cinderella Man nunca conseguirá alistarse al lado de éstos, a pesar de su apreciado esfuerzo en intentar plasmar algo más que el mero ambiente pugilístico. Howard, con muy buena intención, se aproxima (sin profundizar demasiado) al ambiente de pobreza y desesperación que marcó a la ciudad de Nueva York durante los años de la Gran Depresión. La pincelada sobre Hoowertown (un pequeño poblado de indigentes, construido por ellos mismos en el corazón de Central Park) es ciertamente loable, así como ese empeño en destacar, ante todo, la relación de amistad entre Braddock, y Joe Gould, su entrenador (un envidiable Paul Giamatti).

De todos modos, ese esfuerzo en ir más allá queda un tanto superficial; muy de cara a la galería. Y lo peor de todo es que la película ha de aguantar un par de defectos capaces de derrumbar toda su endeble formalidad. Por un lado está el exagerado y malicioso personaje de Max Baer (interpretado por Craig Bierko), un púgil sanguinario que parece escapado de las páginas de un tebeo barato. Y por el otro, el peor error de todos, se encuentra en la irritante presencia de ella, la Zellweger, una mujer que, en cada una de las escenas en las que sale, quiere convertirse -contra viento y marea- en el centro de atención del espectador, a pesar de que para ello tenga que hacer mil y una muecas diferentes y robarle planos a un controlado y mesurado Russell Crowe. ¿Por qué esa chica no se retira de una vez del cine?

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