Siempre había sido muy escéptico sobre el tema, pero definitivamente creo en fantasmas. Y más ahora, recién llegado del Festival de Sitges. Rectifico. No sólo creo en fantasmas; añádanle también muertos vivientes, caníbales, depredadores, chupasangres y desorbitados Oompa Loompas procedentes de embrujados bosques asturianos.
Normalmente, la organización del Festival ha sido siempre el caos más desorganizado de todos los certámenes cinematográficos habidos y por haber. Pero en esta ocasión he descubierto que, de ese mismo caos, se han contagiado algunos de los asistentes habituales al evento.
Quizás haya sido debido al cansancio acumulado por acudir a Sitges desde hace mucho tiempo. Quizás haya sido culpa de que, psíquica y mentalmente, no fuera el año más apropiado para mí. El caso es que Sitges y alguno de sus satélites me han sobrepasado. La cuestión es que no he aguantado en el lugar más de dos días. La paz y la intimidad de mi domicilio me han acabado tentando más que el jolgorio festivalero y la mala milk de ciertos personajes (o personajillos).
Perdonen que les haya utilizado para desterrar algunos fantasmas personales. Necesitaba vomitar el malestar de dos días agobiantes. Borrón y cuenta nueva. Renovarse o morir. Siempre el mismo ambiente, las mismas caras y los mismos soplapollas. No es una manera agradable de ver cine. Fui a Sitges con la intención de disfrutar, de asistir sólo a los pases que me apetecieran y de pasar por alto las tonterías de la organización. Conseguí sólo dos de los tres propósitos: vi las películas que quería y pasé por altos los errores de los responsables del certamen.Normalmente, la organización del Festival ha sido siempre el caos más desorganizado de todos los certámenes cinematográficos habidos y por haber. Pero en esta ocasión he descubierto que, de ese mismo caos, se han contagiado algunos de los asistentes habituales al evento.
Quizás haya sido debido al cansancio acumulado por acudir a Sitges desde hace mucho tiempo. Quizás haya sido culpa de que, psíquica y mentalmente, no fuera el año más apropiado para mí. El caso es que Sitges y alguno de sus satélites me han sobrepasado. La cuestión es que no he aguantado en el lugar más de dos días. La paz y la intimidad de mi domicilio me han acabado tentando más que el jolgorio festivalero y la mala milk de ciertos personajes (o personajillos).
El objetivo de disfrutar se vio bastante mermado por culpa de algún diablillo que, con aspecto de Ernest Borgnine, es capaz de trastornar al más pintado.
De todos modos, en estos dos días fugaces, con excesivas horas obligadas a la intemperie y poco tiempo para descansar, también han habido momentos inolvidables: la cena inaugural al lado del profesor Shorofsky y compañía, el encuentro con el colega REFO (con el cual nos intercambiamos nuestras propias gafas) o un pase de prensa al lado de centenares de niños, han sido algunos de ellos.
Por hoy no les molesto más. Durante esta semana les iré contando alguna que otra anécdota y, el fin de semana, les colgaré un post gráfico de lo más curioso y spauldiniano.
A la buena gente que, año tras año acude a Sitges (que de haberla hayla y en cantidad) un besazo en la frente. Y a todos ustedes también, por aguantar mis manías y tozudeces y, sobre todo, por seguir leyéndome.
No hay comentarios:
Publicar un comentario