Montxo Armendáriz es un realizador irregular, capaz de lo mejor y de lo peor. Por ejemplo, de la sensibilidad de Secretos del Corazón pasó a la olvidable y rutinaria Silencio Roto. Y ahora, con Obaba, su nuevo film, sigue manteniendo esa rutina un tanto asfixiante y repetitiva de la mayoría de sus productos.
Es innegable que el hombre sabe poner la cámara. Tiene oficio. Y eso se nota en Obaba. Retrata los ambientes rurales mejor que nadie. Juega con esa carencia de tiempo, un tanto bucólica, que existe en la mayoría de pequeñas aldeas españolas. Y lo utiliza tan bien que, esa falta de ritmo, acaba contagiando al espectador. La somnolencia parece uno de los rituales de la filmografía de Armendáriz. Y en este trabajo, abusa tanto de esa lentitud que acaba convirtiéndose en algo irritante.
¿Qué es Obaba? Obaba es un minúsculo pueblo enclavado en medio de las montañas del norte de España. Sus habitantes son un tanto peculiares, igual que las historias que les envuelven. Una joven estudiante de audiovisuales, para realizar una de sus prácticas académicas, se instalará en la población durante unos días. Allí hablará con los vecinos, les filmará y entreabrirá sus secretos más profundos. Obaba le atraerá y la atemorizará a partes iguales. Sin embargo, acabará descubriendo que, tras algunos de secretos que esconden ciertos vecinos, existe algo mágico y encantador que hará que Obaba se convierta en uno de los puntales de su propia existencia.
La cinta transcurre con cierta pesadez. Armendáriz urde un guión básico y sin complicaciones, aunque con una fuerzanarrativa casi nula. Su estructura no sorprende en absoluto. Tres son las historias que se van desvelando ante la joven estudiante en prácticas, convertida, para el caso, en la maestra de ceremonías del film. Tres historias que parecen robadas de viejos títulos del cine español de los años 70 y 80, empezando por el Tasio del propio realizador y terminando con El Amor del Capitán Brando, de Jaime de Armiñán.
Las viejas leyendas que se han apoderado de la población van asomando poco a poco. "Los lagartos entran por la oreja de las personas y les comen el cerebro", asegura una de las mujeres del lugar. El halo fantástico y casi sobrenatural, que envuelve al film en sus primeros minutos, desaparece muy pronto. El director vuelca su poca inspiración en contarnos tres hechos del pasado que han marcado a algunos de los habitantes de Obaba. De este modo, la antigua maestra, sus alumnos y un alemán afincado en el pueblo, acaban convirtiéndose en los ejes principales sobre los que se sustenta su mínimo (por no decir inexistente) argumento. Y todo lo cuenta sin fuerza alguna, de manera casi mecánica; sin emoción; casi con desgana.
La película ni tiene un final aparente. En lugar de 100 minutos, podría haber durado 4 horas. La sucesión de anécdotas sobre los habitantes del lugar podría haber sido infinita. Y al terminar la proyección, la sensación de tedio que se apodera del espectador hubiera sido la misma, pues parece no querer acabar nunca. Armendáriz siempre tiene una excusa u otra para alargar la cinta. Y es lo peor que se puede hacer cuando hay muy poca cosa que relatar. Todo es vacío; mil veces visto antes en productos similares. No importa su final, sea cual sea. Ni siquiera motiva su cuidada fotografía, capaz de plasmar maravillosamente la belleza de los escenarios naturales en los que transcurre la acción... Bueno, lo de "acción" es mucho decir...
Suerte ha tenido el director del buen plantel de actores de los que se ha rodeado, los cuales, por sí solos, salvan muchos de los pasajes de Obaba. Todos están perfectos, desde Pilar López de Ayala (la moderación interpretativa hecha mujer), como la maestra solitaria, hasta la sobrecogedora composición de Héctor Colomé, dando vida a un inquietante personaje, reservado y amante de los lagartos. Incluso Juan Diego Botto, a pesar de su corta colaboración, parece más controlado de lo normal (quizás porque se trata de eso: de una corta colaboración). Lástima, de todas maneras, de Eduard Fernández -uno de los mejores actores del panorama actual-, el cual, en esta ocasión, ha optado por desmadrarse en exceso a la hora de afrontar el papel de un hombre amargado y violento que arrastra, en sus entrañas, el remordimiento causado por un funesto suceso ocurrido en su adolescencia.
Les aseguro que hacía cierto tiempo que no me aburría tanto dentro de un cine... Les dejo, pues voy a alimentar a los lagartos.
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