Casual day es el término acotado por los norteamericanos para definir esas jornadas de encuentros que -fuera del horario de trabajo habitual y organizados por altos jerifaltes de ciertas empresas- se realizan en un entorno alejado del centro en el que los empleados prestan sus servicios. Generalmente, tal y como sucede en la película, suelen acudir los fines de semana a un tranquilo hotel, situado en medio de un paraje relajante y alejado de las grandes ciudades. Una vez instalados en el lugar, se someten a un número indeterminado de terapias que, en teoría, deberían descubrir ciertos errores de funcionamiento a nivel grupal, personal y empresarial.
Los estereotipos están servidos. Los protagonistas de Casual Day son puras caricaturas del personal que pulula por cualquiera de las empresas de nuestro país. Un estereotipo perfectamente definido y caricaturizado. Un excelente truco para que el espectador pueda identificarse con cualquiera de ellos o, en su defecto, reconozca al instante a muchos de los compañeros que le rodean en su lugar de trabajo. El enchufado recién llegado a la empresa, el pelota rastrero, el cachondo, el amargado…, una fauna extensa a través de la cual se retrata el amplio universo de los machacas de turno, a los de abajo, a aquellos de la tercera planta que nunca podrán subir al soñado sexto piso, la altura máxima de un edificio en cuyos butacones aposentan sus culos los envidiados y odiados mandamases,
La explotación laboral, la cruel competitividad actual (en la que vale de todo para desbancar al contrario) y, ante todo, el análisis de la escala de poder (en la que se presta especial atención al cinismo destilado por los mandos intermedios), son los principales objetivos del punto de mira de la cámara de Lemcke. Un guión preciso, cargado de diálogos hirientes e inteligentes, ayuda a maximizar la sensación de naturalidad y veracidad con la que transcurre la cinta.
Varios son los sentimientos que recorren la espina dorsal de cuantos personajes conforman este peculiar casual day ideado por Lemcke y sus dos guionistas, los hermanos Daniel y Pablo Remón. El miedo a posibles escarmientos por sacar a flote situaciones embarazosas, o el ácido regusto del jefecillo de turno a la hora de llevar a cabo ilógicas represalias a sus subordinados más insubordinados, suponen tan sólo algunas de las claves por las que se mueve la película; una película irónica y dotada de un sentido del humor ciertamente cáustico.
Y allí, en el centro del huracán, dominando todo el cotarro y demostrando con su trabajo la buena dirección de actores de la que hace gala el producto, se encuentra un inmenso Juan Diego que no cesa de "cagarse en los chinos", su frase predilecta en momentos conflictivos; un Juan Diego al límite del histrionismo, aunque sin caer nunca en él. Y es que ese tipo al que interpreta, el rocambolesco don José Antonio, es el jefe de la empresa, el que organiza y desorganiza como le viene en gana. Si hay que potenciar en el escalafón al recién llegado prometido de su hija, lo hará… a pesar de que ello pueda costarle el puesto de trabajo a cualquier otro de sus antiguos asalariados. Un directivo con carácter que va a todas partes en compañía de Cholo, su mano derecha, un ejecutivo agresivo y con cierto poder al que no le cuesta nada poner en práctica las órdenes más dañinas de don José Antonio; un ser despreciable y viscoso al que da vida, de forma espléndida, un maquiavélico Luis Tosar.
Aparte de estos dos grandes intérpretes, no hay que despreciar en nada la labor, concisa y creíble, que llevan a cabo el resto de actores, desde la función más distendida del Morales de Arturo Valls (que suaviza y humaniza un tanto el carácter de su Jesús Quesada en Camera Café) al psicólogo atemperado que encarna Alberto San Juan.
Presten mucha atención, ante todo, al diálogo entre Marta Etura y Estíbaliz Gabilondo que abre Casual Day. Un diálogo totalmente al margen del ámbito laboral pero, en cuyas palabras, se esconden muchas de las incógnitas que se desvelarán a lo largo de la proyección.
¿Melodrama o comedia?; un interrogante que inevitablemente se les planteará durante su metraje en más de una ocasión. Y es que la jocosidad inequívoca de algunas escenas amaga, en el fondo, una escalofriante radiografía de la realidad.
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