Los años no pasan en balde y por ello, en este nuevo episodio, se echa de menos esa frescura que poseían, a raudales y en todos los aspectos, sus tres anteriores entregas. La historia es mínima, muy pequeñita y, curiosamente, el que mejor aguanta el tipo y el paso del tiempo es el propio Harry Ford quien, a pesar de ser un actor de pocos recursos interpretativos, ha asimilado a la perfección el personaje de Indiana Jones; un héroe que le viene como anillo al dedo y al que, por desgracia, pronto se le planteará la posibilidad de un relevo. Consciente de estar físicamente un tanto oxidado (aunque no tan exageradamente como se insinúa de modo persistente en el film), Indiana ha potenciado su parte más patosa y sin renunciar, por ese detalle, a realizar toda clase de proezas físicas.
El desgaste de este Reino de la Calavera de Cristal es más intelectual que físico. Ello se desprende de la lectura de su (prácticamente inexistente) guión y del dibujo, demasiado básico, de ciertos personajes. Al estar ambientado a finales de los años 50 y en plena Guerra Fría, se han visto obligados a cambiar las tendencias políticas de los enemigos habituales de Indi. Si antes estaban representados por el ejército nazi, ahora debe enfrentarse a una horda de malvados rusos; un comando comunista, encabezado por una mujer a la que pone su rostro, cuerpo y voz una Cate Blanchett más bella que nunca, la cual, siendo fiel a sus artes camaleónicas, ofrece un look entre atractivo y perverso (atención, ante todo, a su brillante pronunciación en su versión original). El problema es que, contando con esta maravillosa fémina de aspecto pérfido, no se ha explotado su lado más oscuro y maléfico quedando, tan sólo, en el retrato de una villana descafeinada a la que le hubiera sentado de mil maravillas una fuerte carga de mala leche supina; una carga que al mismo tiempo compensaría un poco ese toque dulzón y para todos los públicos que rezuma buena parte del metraje. Los tiempos han cambiado e Indi debe asumir, le guste o no, la tan cacareada filosofía de la edulcorada familia norteamericana actual...
Un exceso de cromas y transparencias subidas de tono (¿un homenaje al estilo de filmación de este tipo de films en los 50?) y uns batería (pésimamente utilizada) de f/x digitales en su apartado final, rompen un tanto la fuerza de algunas de sus numerosas y trepidantes escenas de acción, tal y como ocurre con una vibrante y larga persecución automovilística a través de una espesa selva peruana. Una persecución en la que se recogen un sinfín de homenajes al cine de toda una vida: desde la figura de Tarzán a Apocalypto, pasando por Cuando Ruge la Marabunta; guiño, este último, en el que Spielberg deposita su gen más macabro y gore. Otros, como la primera aparición motorizada del personaje de Shia LaBeouf, disfrazado a lo Marlon Brando de ¡Salvaje!, o el auto homenaje inicial y material al Arca Perdida, se me antojan un tanto forzados e innecesarios.
Incluso el motivo principal -una ansiada calavera acristalada, de cráneo prominente y por la cual luchan los rusos y el propio Indiana-, no es más que una mera excusa para desarrollar una historia que no tiene definida su línea argumental en absoluto; detalle bastante extraño si se tiene en cuenta que sus responsables llevan escribiendo y desechando guiones desde hace más de quince años.
Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal: un título entretenido, para fans acérrimos y seguidores impenitentes (entre los que me cuento) de las aventuras y desventuras de uno de los mayores héroes del Séptimo Arte. Es evidente que no está a la altura de los tres anteriores aunque, debido a la esperada recuperación de un personaje tan antológico y a la carga de recuerdos visuales (emotivos y cinéfilos) que ello conlleva, bien merece un visionado. A pesar de sus pesares, difícilmente se aburran.
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