Hay películas que, sin ser nada del otro mundo, se han transformado en verdaderos referentes cinematográficos. Una de ellas es, sin lugar a dudas, Cuando Ruge la Marabunta. No se trata de una obra brillante, ni siquiera abriga un prodigio de realización e interpretación, pero sin embargo emana una magia especial; una personalidad propia que la convierte en un icono entrañable, tanto por su descabellada historia de amor como por su exótico toque aventurero.
Su trama es sencilla y funciona mucho mejor en su apartado melodramático que en su apoteósica y entretenida parte final. Cuando Ruge la Marabunta se inicia con la llegada de la bella Joanna a una zona selvática e inconcreta de América del Sur. Ha viajado desde su ciudad natal, Nueva Orleans, hasta la espesura de la jungla con la intención de conocer a su marido por vez primera, un rico y solitario hacendado norteamericano, propietario de una inmensa plantación de cacao, con el que ha contraído matrimonio por poderes.
Él atiende por Christopher Leiningen, y no es otro que Charlton Heston; Joanna es Eleanor Parker. Ellos dos (y más tarde las hormigas) llevan todo el peso del film. El primer encuentro será difícil y muy tenso, pues el Heston se rebota al saber que ella es viuda. A él le encanta que todos sus objetos estén por estrenar, incluida la mujer a la que ha convertido en su esposa. Y difícilmente, como en el caso de Joanna, una viuda no haya sido usada con anterioridad. El enfrentamiento entre ambos será inevitable. Un tira y afloja de proporciones considerables, pues Leiningen es un individuo tosco que se ha criado entre indígenas, en una microsociedad en donde el adulterio se castiga con la muerte.
Como pueden intuir, Charlton Heston interpreta poco. Ese personaje machista y fascistoide al que da vida, alberga un mucho de esa imagen patética a la que nos tiene acostumbrados el actor gracias a su papel como Hombre del Rifle, pues da totalmente el pego en la piel del tal Leiningen. Seguramente, ese mecenas del cacao formaría parte igualmente de la misma asociación que el propio Heston. Tal para cual. La simbiosis máxima entre el actor y su personaje. El machito tiene porte y, al mismo tiempo, se le adivina cierto desparpajo al recitar un extenso catálogo de frases ofensivas y cínicas dirigidas con desprecio hacia su nueva esposa. Y ella, defendiendo su condición de fémina humillada, tampoco se queda corta parándole los pies a su nuevo propietario.
Y lo cierto es que, a través de esos enfebrecidos diálogos matrimoniales, es cuando la película consigue sus mejores momentos. La verdad es que no tienen desperdicio alguno. Son contundentes y únicos, más destructivos que la marabunta de su título (una mera excusa argumental para romper el enfrentamiento de la pareja y darle cierto toque aventurero al producto). Son diálogos de esos que hace décadas han dejado de oirse en las plateas y que resumen, a la perfección, el brillante trabajo de sus tres guionistas acreditados. Como ejemplo maravilloso -en el que queda de manifiesto la repulsa del personaje de Heston por la condición de mujer de segunda mano de ella-, tomen nota del siguiente combate dialéctico: Eleanor Parker está sentada ante un piano nuevo, por estrenar; él le asegura que lo ha hecho comprar especialmente para ella y que será la primera persona en utilizarlo. “Este piano no lo había tocado nadie desde que llegó aquí”, asevera Leiningen. La respuesta de la mujer es cerebral, fría y concisa, como una patada en la boca del estómago: “si supiera de música, sabría que un piano suena mejor cuando se ha tocado”. Para sacarse el sombrero. ¡Y, además, se hablaban de usted!
La lástima es que ese excelente trabajo de guión acaba perdiendo parte de su fuerza en el apartado final, cuando George Pal, su productor, aprovecha para hacer gala de su reconocida creatividad visual a través de ese anunciado ejército de hormigas devastadoras, dispuestas a arruinar las tierras del recién casado. Es entonces cuando la película toma otro aire, pierde su regusto melodramático y entra a saco en una aventura imposible (aunque divertida) y de proporciones heroicas. Heston contra las hormigas. Pobres hormiguitas. De dramón exquisito a ejemplar cine de serie B. Quince minutos de delirio hormiguero. Una ardua tarea para nuestro héroe, aunque más sencilla que la de lidiar con una mujer de saldo.
A pesar de estar dirigida por Byron Haskin (el típico realizador todo terreno de la época), el delicioso e imaginativo estilo de Pal por la imagen acaba convirtiéndose en el tercer protagonista en discordia de la función. El tratamiento del color, el diseño de las estancias de la finca de Leiningen y los frondosos parajes selváticos denotan la clara influencia del director de El Tiempo en sus Manos.
Un melodrama enardecido, disfrazado de cine fantástico y aventurero, son las coordenadas que definen un título mítico del Séptimo Arte, en el que el amante de los rifles aprovecha (como siempre) para lucir sus pectorales en el momento más impensado.
Disfrútenlo sin más. No busquen sorpresas, pues no las hay. Conforménse con redescubrir una (entrañable) manera de hacer cine que ha pasado a mejor vida. Tiene su encanto, a pesar de que la marabunta quede reducida a cuatro hormiguitas feroces. Les aseguro que lo del piano está por encima de cualquier legión de insectos.
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