18.5.06

El chaval que siempre quiso ser James Bond

Tom Cruise está frustrado. Su pequeña estatura no le ha permitido encarnar jamás al codiciado personaje de James Bond. Un trauma que arrastra desde temprana edad y que le ha llevado, entre otras cosas, a convertirse en productor de todos los títulos en los que asoma su perfil. La excusa ideal para que, de manera enmascarada, haga de James Bond cada equis años y, al igual que éste, poder viajar a variopintos enclaves de la geografía terrestre con el fin de resolver los encargos de sus superiores. Como lo de Bond es una marca registrada, ha adoptado el nombre de Ethan Hunt y se ha integrado en el equipo de espías del FMP que descubrió para los espectadores una añeja (pero divertidísima) serie de televisión de los años 60.

De hecho, tan sólo la primera entrega, la de Brian de Palma, se acercaba a las coordenadas reales de la Misión: Imposible televisiva, aunque en el desenlace final de ésta, rompía todo tipo de coherencia y se desmelenaba a gusto, acercando más al personaje de Hunt a una especie de nuevo 007 con alzas en sus zapatos. No nos engañemos: un espía que tiene que recurrir a los trucos de Alan Ladd para resultar más alto que sus compañeros de reparto, no es un espía fiable ni creíble.

Cruise ha alcanzado un grado de egocentrismo tan elevado que ya lo querría para sí la propia Barbra Streisand. Él es la estrella única. No deja que nadie la haga sombra, ni siquiera un desaprovechado Philip Seymour Hoffman, metido en calzador en el casting para darle cierto empaque y un pequeño (y falso) toque culto a la película. Para algo es el productor, ¡leñe!... y un malo nunca puede estar por encima de un espía con licencia para matar. Poder echar mano de un villano con entidad y no sacar un buen partido de él, tiene delito.

Con tanta egolatría se olvida de lo primordial: en Misión: Imposible III no hay guión que valga y, a pesar de la acción (que la hay, y mucha), todo resulta como muy básico; incluso acaramelado. La historia de amor que nos cuela, de esas que están por encima de todas las barreras, se me antoja bastante molesta y empalagosa. Como ejemplo, valga la ridícula escena de la boda precipitada que el agente gubernamental monta antes de irse a una de sus misiones ultra secretas. Melaza cursilonga, igual que el pastelón de final con que nos obsequia.

Es innegable que se trata de una película trepidante. No da respiro entre una escena y la otra. Cada vez se le complica más la historia al Ethan Hunt de las narices (¿se han fijado que, con los años, a Cruise le ha crecido mucho la narizota?). Y cada vez riza más el rizo en sus escenas de acción (que por cierto y en general, cinematográficamente hablando, están bien resueltas). Pero todo resulta tan banal que no engancha. Ya puede el tío saltar de un rascacielos a otro, pegarse un panzón de correr por los tejados y las calles de Shangai o disfrazarse -en menos de tres minutos- de Philip Seymour Hoffman, que no me coló absolutamente ninguna de sus proezas. Ni Mortadelo hubiera conseguido pasar de Tom Cruise a Seymour Hoffman con la misma barriguita y tipo del segundo.

Cruise ha de plantearse un cambio radical en su carrera. Productor y director en esta ocasión. Y no me equivoco en afirmar lo de director. J. J. Abrams, el acreditado como tal (que no tiene nada que ver con el barbudo padre Abrahams y sus muñecos), hasta el momento sólo había dirigido algunos episodios televisivos de la edulcorada Felicity, de Perdidos y de Alias, aparte de ser uno de los creadores de las citadas series. Nada del otro mundo, vaya. El hombre de paja ideal para dejarse influir por los caprichos de un Tom Cruise con delirios de grandeza (a pesar de su tamaño de bolsillo). Y es una lástima, pues no se trata de un mal actor... siempre y cuando tenga a alguien, tras la cámara, que sepa ponerle en vereda.

Por cierto: si algún día, al igual que a Ethan Hunt, les insertan vía nasal en el cerebro un chip con un explosivo temporizado, no recurran al sistema de éste para desactivarlo. Es muy peligroso. Opten mejor por hacer un siete, como los futbolistas. O sea: tapónense un orifico nasal con un par de deditos y, a través del otro, del que queda libre, resoplen con fiereza hacia fuera. Seguro que entre sus mocos aparecerá el chip prodigioso.

El Mañana Nunca Muere + 24 Horas = Misión: Imposible III.

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