11.5.06

La caída de los dioses

Abril de 1945. El ejército ruso asedia Berlín. El nacionalsocialismo está a punto de derrumbarse. Los continuos bombardeos soviéticos han dejado la ciudad en ruinas. Los altos gerifaltes nazis quieren huir y pactar con los rusos y sus aliados. Todos menos uno, el más importante, el Führer, el dictador, Adolf Hitler. Éste y su amante, Eva Braun –con la que acabó contrayendo matrimonio pocos días antes de morir-, quieren permanecer encerrados en su búnker berlinés, estando incluso dispuestos a suicidarse antes de entregarse.

Éste es el marco histórico en el que se encuadra El Hundimiento. Un marco que, sin embargo, va más allá del episodio que todos conocemos, ya que, en el fondo, su realizador, Oliver Hirschbiegel, pretendía algo más. Sus intenciones están claras: ofrecer una faceta diferente, incluso más humana, de uno de los personajes más indeseables de la historia moderna. El propósito es bueno, incluso loable (y muy arriesgado). Pero la realidad es otra, pues difícilmente el espectador -conocedor de la ideología y las obras del dictador-, pueda aceptar ese rostro más ¿afable? que pretende resaltar el director.

Para conseguir esa impresión, convierte en narradora al personaje de Traudl Junge, la joven e inocente secretaria del dictador; una chica que logró salir con vida del búnker y que tras prestar declaración en los Juicios de Nüremberg, juró y perjuró que jamás había intuido las carnicerías humanas que se escondían tras la figura de un hombre al que consideraba cabal e inteligente. Y he aquí el truco: el intentar identificar al espectador con la ingenuidad de esa secretaria con la intención de ofrecer una visión más afectuosa de Hitler. Una secretaria que, por otra parte, es el claro símbolo de la voz del pueblo alemán; un pueblo que ahuyentó sus sentimientos de culpabilidad alegando desconocer los desmanes reales de sus gobernantes.

Personalmente, me es imposible entrar en el juego. No me creo en absoluto el papel adoptado por Traudl Junge. Me resulta insostenible pretender que una secretaria de total confianza no conozca todas las miserias que se esconden en el despacho de su jefe. Y más si éste tipejo atiende por el nombre de Adolph Hitler.

Por otra parte, es innegable el rotundo trabajo interpretativo de Bruno Ganz en la piel de un Hitler decadente y furioso. Ese actor representa de manera tan creíble y excelente al furibundo dictador, que aún hace más difícil pensar que, tras ese uniforme y ese bigote estilo Aznar, se esconde alguien con un mínimo de sentimientos. Tampoco creo que la senilidad y debilidad que demuestra en ciertos momentos lleguen a humanizar una figura tan cruenta y execrable como la de ese personaje diabólico. Al contrario: yo incluso disfruté con el sufrimiento y temor que demostraba éste al ver destrozado su gran sueño.

De todos modos, la cinta funciona a la perfección documentalmente hablando. El Hundimiento muestra claramente los miedos de un grupo de personajes acongojados. El desconcierto, las diferentes opiniones para afrontar el problema y la dificultad de la mayoría de éstos para aceptar la idea de que el nacionalsocialismo se les iba a pique, están perfectamente plasmados en el film. Las idas y venidas de oficiales por los pasillos del búnker, el miedo a las traiciones y las continuas reuniones de urgencia con el dictador, son las principales bazas que utiliza Oliver Hirschbiegel para describir el estado de neurosis colectiva que vivió el epicentro del ejército nazi durante sus últimos días.

La cinta es cruda. No podía ser de otra manera. Hay pasajes que, por su dureza, resultan difíciles de soportar, como esa escalofriante escena que hace referencia a la solución final adoptada por el matrimonio Goebbels respecto a sus propios hijos y en la que se encuentra uno de los momentos cinematográficos más despiadados de esta década. Una escena que, por otra parte, define a la perfección la falta de escrúpulos y la sangre fría que denotaron los altos dirigentes del partido nazi y sus más férreos seguidores.

Un film interesante y original, más como documento histórico que como retrato humano de un personaje execrable. Una buena manera de conocer, de forma bastante fidedigna, todo cuanto aconteció en ese refugio subterráneo antes del suicidio de Hitler y Eva Braun y, por defecto, de asistir a los últimos coletazos agónicos de un régimen que nunca debió existir. Lástima de la presencia de un personaje tan condescendiente y manipulador como el de la secretaria del Führer.

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