Filmado en blanco y negro, se trata de un film acartonado y con ínfulas de mega autor cuya visión, en su primer cuarto de hora, puede incluso llegar a sorprender. Pero, una vez sobrepasado el impacto inicial, el trabajo de Sapir entra en un bucle difícil de soportar. Y es que resulta muy difícil suplir la falta de un buen guión y de dignas interpretaciones apoyándose, tan sólo, en un interminable y cansino festival de guiños cinéfilos, tan forzados como esperables.
Referencias a títulos clásicos como Metrópolis, M., El Vampiro de Düsseldorf, El Gabinete del Dr. Caligari o, ya entrando en el cine sonoro, a El Tercer Hombre y a la influencia de Orson Welles, componen la espina dorsal que intenta sostener un ejercicio de fatuidad cinéfaga que en el fondo, y aparte de su (más o menos) cuidada imagen y de su brillante idea argumental inicial, no conduce a ninguna parte.
La cinta parte de una prometedora premisa que, lastimosamente, no llega a cuajar debido a su parco y amodorrante desarrollo posterior. Durante éste, se muestran las aventuras y desventuras de los habitantes de una gran ciudad a los que robaron la voz hace muchos años. Una ciudad en la que sólo hay dos personas con la facultad del habla: la estrella del show musical del único canal televisivo que existe y el hijo de ésta, un niño sin ojos del cual las autoridades ignoran su existencia y que, con su presencia, podría arruinar las malignas intenciones del Sr. Tv., el propietario de la citada emisora de televisión con la que controla a toda la urbe; un complot que anularía por completo el pensamiento de sus conciudadanos.
La Antena, con su aspecto de fábula fantástica, repleta de simbolismos y de segundas y terceras lecturas de baratillo, no deja de ser la versión para gafapastas de las hazañas que protagonizaron Los Chiripitifláuticos en la tele española de los años 60 y 70. Y es que en realidad, a pesar de la vanidad y pomposidad intelectual que pretende vendernos su director, de su minimalismo estético, argumental y musical y de las constantes (aunque bienintencionadas) alusiones a la persecución del pueblo judío por parte de un nazismo incipiente, se trata de un producto altamente infantil; de un infantilismo tal que denota la vacuidad de una cinta pretenciosa y que no avanza en ningún sentido.
Un peñazo de mucho cuidado, de aquellos que algunos asegurarán (de forma falsa y para guardar las apariencias) que se ha de visionar obligatoriamente, que es poesía hecha imagen, que si patatín que si patatán... ¡Chorradas!: La Antena no es más que el típico título soporífero y cargante que, con el tiempo, pasará a formar parte de esa insostenible lista de cults movies que nunca debieron realizarse. Y es que, por mucha pleitesía que demuestre hacia los padres del Séptimo Arte, es una de las mayores broncas que ha parido el cine argentino en años.
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