Un violento atraco a mano armada a un banco propiedad de la mafia, forma parte del brillante prólogo con el que se abre El Caballero Oscuro, la segunda entrega sobre Batman dirigida por Christopher Nolan después del espléndido paréntesis mágico que supuso El Truco Final. Al igual que en Batman Begins, Christian Bale vuelve a repetir en el rol de Bruce Wayne, ese multimillonario excéntrico tras el que se esconde un superhéroe grisáceo; un héroe que, en esta ocasión, exhibe su rostro más deprimido y cansado. Un recurso, este último, que ya empieza a utilizarse de forma abusiva en el ámbito de las adaptaciones cinematográficas de cómics.
El Caballero Oscuro, en cuanto a cine de acción se refiere, posee pasajes fenomenales, como ese citado asalto bancario o, entre otros, una espectacular escena en la que todo tipo de vehículos se convierten en el principal centro de atención durante una vertiginosa persecución nocturna por las calles de Gotham City. Nolan, en este aspecto, sabe colocar la cámara (y utilizar los f/x) a la perfección. Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando se aleja de la aventura y se centra en la historia personal de sus protagonistas. Es justo allí cuando se le escapa de las manos, y se muestra demasiado reiterativo al enfrascarse en el eterno dilema sobre la frágil línea que separa el bien del mal; concepto éste que, en el género, ha sido tratado en numerosas ocasiones y de manera similar.
Batman y El Joker de nuevo cara a cara y en un tour de force descomunal. El Bien y el Mal; el Mal y el Bien... e incluso hasta yuxtapuestos. El orden de los factores no altera el producto. El debate psicológico y gafapastas ya está servido. No hay nada, como darle unas cuantas pinceladas intelectualoides a una película puramente de entretenimiento, para dejar claro que, dirigiendo el cotarro, se encuentra un AUTOR... con mayúsculas. La pretensión no tiene límites, aunque sea a golpe de machacar hasta el agotamiento la misma idea; idea que, por cierto, anula el acierto de haber introducido, en la historia, a un grupo de malechores compuesto por capos de distintas familias mafiosas. No es de extrañar que, con tanta insistencia sobre la dualidad de sus principales protagonistas, la cinta acabe rebasando las dos horas y media de metraje.
Y por suerte, tras la cansina lucha psíquica se encuentra la lucha más divertida, la que ansía el espectador ávido de hazañas, la de los mamporrazos, explosiones y la del corre que te pillo. Un combate con dos rostros, el de Bale y el del recientemente desaparecido Heath Ledger quien, en su maravillosa recreación de un Joker perverso y desalmado, gana por puntos -interpretativamente hablando- a su (sosísimo) rival en la escena.
Morgan Freeman, Michael Caine y Gary Oldman repiten afrontando el mismo papel que en la anterior. Y lo hacen de manera correcta, sin despuntar y demostrando, al mismo tiempo, su gran solvencia: el primero a través de esa especie de Q al servicio de los gadgets de Batman; el segundo como fiel (y muy británico) mayordomo de Bruce Wayne y el tercero, sacándose de encima su habitual histrionismo, dando vida al detective James Gordon; un personaje, este último, que se ve ensombrecido debido a la aparición del ambiguo Harvey Dent (un controlado Aaron Eckhart), nuevo fiscal de Gotham, novio de la ex de Wayne y excusa idónea para plantear una posible tercera parte.
No es oro todo lo que reluce y este Batman, por muy buena prensa que le anteceda, no es precisamente la maravilla que algunos pretenden. Cuatro escenas de acción bien perfiladas y la sobriedad (enfermiza) de Ledger en el pellejo del Joker, son un par de buenos argumentos para darle un vistazo. El resto, a mi gusto, es aburrido, redundante, alargado en extremo y con demasiados finales antes de llegar al The End definitivo.
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