

No hay muchos secretos que salvaguardar de su argumento, una lucha sin cuartel en donde todo vale. Bienvenido a Farewell-Gutmann está plagado de personajes cínicos; gente sin pudor a la que no le importa pasar sobre el cadáver de su compañero para alcanzar una situación mucho más elevada en la empresa. El truco estriba en meter la zancadilla al rival y blandir sus trapos sucios al viento: una estrategia carroñera que generalmente funciona en el mundo del ejecutivo agresivo. Y mucho más si el juez que ha de seleccionar el ganador se trata de un tipo de su misma calaña.
Un alcohólico que acaba de ser abandonado por su esposa, un machista calentorro y una mujer altiva que se siente menospreciada, son los tres aspirantes al título. Un cuadrilátero a tres bandas y con un árbitro muy especial. Tras los púgiles se localiza un grupo de actores de solvencia contrastada quienes, de todos modos y en esta ocasión, se muestran demasiado sobreactuados. El tono teatral que le imprimen a sus caracteres, sumado a la realización exageradamente plana por la que se ha tomado partido, dificulta la compenetración con el espectador quien, debido a la falta de naturalidad que denota, termina por distanciarse de la historia.
Es una lástima esa inflexión tan hermética con la que se ha planteado la función, pues todo cuanto expone resulta interesante y demuestra que, tras la cámara, se encuentra un tipo inquieto y comprometido. El problema es que, como ya he dicho en repetidas ocasiones, el cine no vive sólo de las buenas intenciones. Sin esa magia tan especial y única que logra la vinculación absoluta entre la platea y la pantalla, es difícil conseguir un trabajo redondo.
Aunque me aburrí como un cosaco con tanta impermeabilidad narrativa y visual, estoy convencido que el tal Xavi Puebla va a dar alguna que otra sorpresa en el futuro.
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