6.8.08

Drinking Man


Por si no tuviéramos suficientes superhéroes mariposeando por los cines del mundo entero, van ahora y nos endilgan a uno de nuevo. Su nombre es John Hancock, y, aparte de estar enganchado a la botella, en poco se diferencia de los otros, a no ser porque éste no ha nacido en las páginas de ningún cómic, pues se trata de un parto natural debido a la cópula (se supone que mental) de sus dos guionistas, Vincent Ngo y Vince Gilligan. El carácter de Hancock es un pelín más áspero y ácido que el de sus predecesores. No soporta a los ciudadanos por los que debe velar y su trato con las fuerzas del orden público resulta de lo más lastimoso. Por lo demás, es idéntico en todo a los ya conocidos superhéroes de siempre ya que, en sus acciones contra el mal y a modo y semejanza de éstos, es propenso a inclinarse hacia una total indeferencia por lo que supone el mobiliario urbano.

El actor y director Peter Berg es el responsable más directo de Hancock, un film que junto a su anterior trabajo, La Sombra del Reino, le aleja definitivamente de sus más divertidos y corrosivos inicios. Los tiempos de la brillante y salvaje Very Bad Things ya han quedado muy atrás para un realizador que se ha rendido a los propósitos megacomerciales del Hollywood más hortera. Y es que Hancock, aparte de ser una película vulgar, se trata del típico producto vacío y sin nada nuevo que ofrecer al espectador. El truco estriba, sencillamente, en echar mano de una fórmula manida y de un par de estrellas que tienten a las taquillas . En general, jugar sobre seguro, suele funcionar bien, aunque en este caso ni tan siquiera se ha sabido aplicar el patrón debidamente.

Will Smith cumple medianamente con su papel, el de superhéroe borrachuzo y dispuesto a enmendar sus desmanes siguiendo los consejos de un nuevo amigo. De hecho, la cinta funciona bastante bien durante la presentación inicial de su personaje; una introducción que apunta hacia la comedia astracanada y en la que incluso se localizan un par o tres de gags bastante simples aunque efectivos.

Dicen que menos da una piedra, pero la (teórica) frescura de su inicio se desploma en menos que canta un gallo. La relación que se establece entre Hancock y un alto ejecutivo que ejerce de relaciones públicas en una gran empresa, apunta ya el principio del declive del film; film que se desmorona totalmente con la presencia de Mary, el personaje que interpreta una edulcorada y pésima Charlize Theron. La actriz, en esta ocasión, da vida a una mujer que esconde un preciado secreto que ni siquiera conoce su propio marido, el citado ejecutivo que, entre sus buenos propósitos, quiere lograr que Hancock vuelva a ser ese héroe aclamado y querido por las masas.

A medida que se desvela el misterio de Mary (una incógnita harto previsible), la comedia queda arrinconada y Hancock se transforma en una especie de fantamelodrama sentimental, llorón y cursilón de muchísimo cuidado. No hay guión por ninguna parte, y todo cuanto ocurre acontece porque sí. Y es que, aunque se trate de cine fantástico, al menos por respeto al espectador, siempre se ha de mantener algún mínimo de lógica (interna) para que el engranaje de la historia funcione.

Hancock, el superhéroe beodo; una idea inicial que, bien llevada, podría haber resultado divertida. O, al menos, así lo demuestran algunos de los chistes (que no todos) que conforman su prólogo; un prólogo que se minimiza hasta desaparecer; un visto y no visto que abandona a la platea en manos de un argumento imposible, ridículo y salpicado de tintes rosados. En definitiva: mucho ruido y pocas nueces.

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