5.8.08

Poner cara de burro

El reencuentro de dos hermanas distanciadas y la próxima boda de la más pequeña de ellas, es la excusa argumental para que Noah Baumbach diseccione, con la ayuda de su pluma y la cámara, las interioridades de una familia al límite. Margot y la Boda es su título; un claro exponente de las coordenadas por las que discurre el cine indie actual.

De hecho, Margot y la Boda, a pesar de sus innegables pretensiones de cine de autor, es una película pequeña; pequeñísima aunque atractiva, al igual que la excelente Nicole Kidman que da nombre a la joven del título. Baumbach demuestra cierta atracción por resaltar las partes más tensas de las relaciones familiares; el morbo por el mal rollo le va al realizador neoyorquino. No hurga mucho en las causas que mantienen enfrentadas a las dos hermanas; sólo deja claro que jamás se entendieron bien y que a la mayor, Margot, no le gusta en absoluto Malcolm, el prometido de su hermana, un progre de los de la vieja escuela, melenudo, sin trabajo ni beneficio alguno y aún colgado por su pasión por los clásicos rockeros de los 60 y 70.

Lo que más interesa al realizador es recrearse en la desintegración de una familia. La imagen clásica de un clan unido, en esta cinta se convierte en una figura tambaleante, frágil y a punto de resquebrajarse en mil pedazos. Baumbach, para llevar a cabo su misión de enderroque, aporta muchos datos y abre, entre todos sus miembros, un sinfín de episodios límites.

Viejos reproches, adulterios no confesados, celos extremos... Todo vale en el pequeño universo de Margot y Pauline; dos seres no muy cuerdos y con los nervios a flor de piel. Margot es escritora; lleva su fama con dificultad y se olvida por completo de criar a Claude, su hijo adolescente; Pauline vive en la playa (al igual que la heroina de Eric Rohmer), justo en la vieja casa propiedad de sus padres; lugar en el que piensa contraer matrimonio con el cuestionado Malcolm.

La perturbadora interpretación de Kidman contrasta, a la perfección, con la más moderada de Jennifer Jasón Leight (la otra hermana en cuestion) y con el correctísimo modo con el que un distinto Jack Black afronta el papel más mesurado de su carrera; un papel matizado que, sin embarga, tampoco dista mucho de aquellos descerebrados a los que suele dar vida.

Situaciones y diálogos de todo tipo se van sucediendo de la manera más natural posible, casi siempre captados por una cámara en mano que sólo se desequilibra en los instantes más tensos... todo ello muy en plan amateur, aunque en realidad meticulosamente estudiado y milimetrado para causar cierta sensación de poca profesionalidad; un (falso) formalismo que potencia con la ayuda de iluminación natural para su fotografía y cuatro toques cercanos al del manifiesto Dogma.

Es innegable que Margoy y la Boda, sin contar nada nuevo sobre familias al borde del abismo, posee su gancho. La peculiaridad de sus personajes, el ingenioso guión sobre el que se apoya y la alta complicidad entre sus actores, tienen parte de culpa. Lástima que, en su final y habiendo dejado un montón de temas por clausurar, al tal Baumbach le da por disfrazarse de minimalista y no cierra ninguna de las puertas que ha entreabierto. Y es que a veces, a los directores gafapastas, se les olvida aclarar quién coño es el asesino.

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