La mañana del martes 15 de octubre ya empezó
torcida. De entrada se proyectó Wrong Cops, la nueva película de Quentin
Dupieux, el mismo de las estimulantes y raras Rubber y Wrong. Su premisa
argumental prometía: en una pequeña localidad norteamericana, en donde los
actos delictivos casi ya no existen, los hastiados integrantes del cuerpo de policía del lugar
buscan maneras un tanto atípicas y amorales de matar su larga jornada laboral. Una
absurdidad estúpida, dirigida sin nervio, de la que se podría haber sacado mejor
provecho con un buen guión y unos actores mínimamente decentes. Pero el
invento, aparte de resultar reiterativo en muchos (demasiados) aspectos, se
queda en un aburrimiento soporífero, sin pies ni cabeza. Un desfile pésimamente
interpretado de freakis descerebrados al servicio de una comedia burda, sin
gracia alguna y con escenas de un mal gusto supino, tal y como ocurre con las
que hacen referencia a un agente que trafica con droga escondida en el interior
de ratas muertas. El aspecto de cine amateur que destila, tumba de espaldas al
más pintado.
A continuación, Nicolas Winding Refn, el director de
la sólida Drive, presentaba su nueva cinta: Only God Forgives (a punto de
estreno, el próximo 1 de noviembre, bajo el título de Sólo Dios Perdona). Ryan
Gosling repite protagonismo, aunque esta vez su interpretación (en consonancia
con la película) resulta de lo más cargante e inexpresiva. De hecho, se trata de
una película con muchísimas reminiscencias del cine de David Lynch. Ambientada
en los bajos fondos de un Bangkok crepuscular, nos plasma la venganza que
planean una madre y su hijo para limpiar la memoria de un hermano que ha sido asesinado
tras terminar con la vida de una prostituta menor de edad.
De cuidadísima y rojiza fotografía, el film,
salpicado con pasajes de una violencia extrema, está narrado con una lentitud
extrema y, a pesar de las intenciones de su realizador por urdir un producto
complejo, se trata de un trabajo de los más simple: no es más que el reflejo de
una venganza (de las de toda la vida) complicada con retazos pretenciosos de
gran cine de autor. Ni siquiera la presencia de una sobreactuadísima Kristin
Scott Thomas (la madre de las dos criaturas) logra hacer olvidar la pedantería
que destila. Sexo, violencia, impotencia y cobardía: las cuatro claves básicas de
un film que, a pesar de su opulencia visual y descriptiva, dejan claro la
petulancia que se esconde tras su creador. Y es que no hay nada peor que querer
ser David Lynch sin ser David Lynch. Un film que indiscutiblemente dividió
las opiniones del público y la crítica: o se le ama o se le odia.
Personalmente, me apunto a la segunda opción. Hace sospechar que Drive se la hizo otro.
Con A Field In England, la nueva película de Ben
Wheatley (el mismo de Kill List y la estimulante y negra Turistas), quedaba
claro que la jornada iba de mal en peor. De nuevo, al igual que con Only God
Forgives, la pretenciosidad de un director dejaba cao a buena parte de la
platea. Ambientada en plena Guerra Civil inglesa, filmada en blanco y negro y
contando con sólo cinco actores (a cual más perdido), narra la relación de un
quinteto de personajes desarrapados en medio de un paréntesis en la contienda;
una correspondencia que se verá marcada por la ingestión de setas alucinógenas, una
excusa ideal para que la película derive hacia derroteros de lo más cafre.
Psicodelia sin sentido alguno. Los cinco tipos caminan sin destino por la
campiña inglesa; sueltan sandeces una detrás de otra; se atiborran de setas; cavan
agujeros en el suelo; se enfrentan entre ellos y, de propina, escupen frases
ilógicas que no llevan a ninguna parte. Bueno, sí, al tedio del espectador.
Sencillamente, caca de la vaca.
Por la tarde llegó Hooked Up, una producción española,
apadrinada por Jaume Collet-Serra y dirigida por el debutante Pablo Larcuen. De
hecho, se trata de un nuevo found footage que abriga la curiosidad de estar
filmado íntegramente con un teléfono móvil, el pretexto ideal para exponer la
terrorífica noche vivida por un par de turistas americanos en Barcelona
dispuestos a dejar registrados, en el celular de uno de ellos, sus escarceos
sexuales nocturnos por la ciudad. Lo que ignoran es que uno de sus dos ligues
es una chica dispuesta a vengar unos violentos sucesos de su pasado. Sangre,
violencia, terror y cuatro ramalazos de humor negro. De nuevo el espíritu de El Proyecto de la Bruja de Blair volvió a estar presente en Sitges. La cosa no
empieza nada bien (la descripción de los dos protagonistas recién llegados a la
capital catalana, amén de larga, es de lo más ridícula), pero luego se arregla un
tanto tras el aterrizaje de ambos y sus dos ligues femeninos en la casa de una de
ellas. A partir de ahí, la orgía de sangre y horror será un sin parar. Tanto
abusa de gritos y escenas teóricamente tensas que, siguiendo la tónica del
festival de este año, la propuesta acaba aburriendo. Y ello sin tener en cuenta
su mal planificado final. Siempre queda la curiosidad y el mérito de haber sido
rodada con un iPhone.
Por fin el día se arregló con Enemy, film canadiense
basado en la novela El Hombre Duplicado de Saramago que, dirigido por Denis
Villeneuve (el mismo que ahora tiene en cartel el más comercial Prisioneros), entra de lleno en
una historia marcada por el surrealismo total y en la que un excelente Jake
Gyllenhaal desarrolla dos papeles distintos: por el un lado el de Adam, un
profesor depresivo y, por el otro, el de Anthony, un actor al que acaba de
descubrir viendo una película en DVD y que resulta ser un tipo totalmente calcado a él.
Un duplicado al que intentará acercarse, provocando con ello un desorden
físico, mental y emotivo de lo más descarnado. Film extraño, enigmático, dotado de un plano final
totalmente desconcertante (aunque sorpresivo), perfectamente dirigido y capaz
de crear una atmósfera opresiva tan enfermiza como turbadora. Una de las
mejores propuestas del certamen, a la que hay que añadir las interesantes
aportaciones interpretativas de sus dos partenaires femeninas, Mélanie Laurent
y Sarah Gadon, así como la corta pero densa colaboración de Isabella
Rossellini. El mal rollo psicológico está asegurado.
En breve, la sexta jornada.
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