27.10.13

SITGES 2013: Jornada 4 (de polis novatos y lluvias torrenciales, mejicanos cutrones, carne humana sabrosona, soldados nazis tullidos y vampirismo quirúrgico)

El lunes 14 la jornada se inició con Moonsoon Shotout, un violento thriller de factura india que, a las antípodas del estilo Bollywood, se adentra en un Bombay deprimido, sucio y azotado por las continuas lluvias del monzón. La cinta, dotada de un registro visual cuidado y atractivo, plantea tres formas distintas de solucionar una acción policial en la que, entre otros, interviene un policía novato recién licenciado y un asesino al que persigue bajo un fuerte aguacero. Vaya: eso tan tópico de que hubiera pasado si en lugar de una suceso en concreto la balanza su hubiese decantado hacia otro lado. Al principio, con la primera opción planteada, la cosa parece prometer. Luego, cuando se mete de lleno en el bucle de los déjà vu y su director, el debutante Amit Kumar, se empeña en repetir escenas e imágenes similares, el invento empieza ir de baja. Un trabajo irregular, no exento de buenas intenciones y pasajes brillantes, cuya mejor baza se encuentra en la atmósfera enfermiza de los bajos fondos de una gran capital por donde, entre luces de neón y bajo intensos chaparrones, pululan delincuentes, maderos corruptos y prostitutas. El mal rollo urbano está servido.


Después, el Auditorio del Meliá se vistió de gala para recibir a un personaje tan cutre como ese Machete nacido de la imaginación gamberra de Robert Rodríguez. Si en su primera entrega, Machete, apuntaba por una gansada en clave de homenaje al cine zetoso de los años 70, en su nuevo film, Machete Kills, se decanta por un guiño al universo del 007, en su vertiente más hortera a lo Roger Mooore. Aquí, el ex agente federal mejicano al que da vida un genial Danny Trejo (totalmente cómodo en la piel del freaki protagonista), tras ver morir a su novia (Jessica Alba) en manos de un malvado enmascarado, será llamado en presencia del mismísimo presidente de los EE.UU. para encomendarle la misión de terminar con la vida de un revolucionario dispuesto a mandar al mundo a tomar por culo.

Su primera media hora es clara deudora del título original. Su humor sigue siendo burdo y sus chicas igual de jamonas. Sus golpes de efecto, a cual más bastorro, y sus frases antológicamente delirantes, le sientan de maravilla a la animalada propuesta por Rodríguez. La aparición de Charlie Sheen (aquí con la coña añadida de estar acreditado como Carlos Estévez) dando vida al presidente norteamericano (en claro homenaje a su padre Martin Sheen y al Ala Oeste de la Casa Blanca) significa un buen y divertido puntazo, así como el cachondeo con el que Mel Gibson afronta el rol de villano. Pero la cinta, superado el impacto y las genialidades iniciales, entra en un bucle del que no sabe escapar. Los chistes, ya en nada originales, son redundantes y cada vez más exagerados. El frescor del primer Machete desaparece por completo, pasando a ser una mala caricatura, en exceso pasada de rosca, del personaje y sus acciones. Una secuela decepcionante de la que Robert Rodríguez no quiere renunciar, pues deja un final abierto y, de propina, tanto al principio como al final de la misma, nos endilga un tráiler de lo que será su continuación: Machete Kills Again, ambientada en el espacio al más puro estilo Moonraker.


Mucho más compacto resultó We Are What We Are, el remake del olvidable Somos Lo Que Hay, un film mejicano presentado igualmente en Sitges hace unas pocas ediciones. Su revisitación, realizada por el norteamericano Jim Mickle, es de lo más sobria y concisa. Ambientado en el seno de una familia que acaba de perder a la madre y mezclando canibalismo con ritos religiosos ancestrales, se trata de un producto contundente y aterrador, tanto por la crueldad realista con la que expone ciertos pasajes (magnífico el toque gore de su feroz escena final) como por el impúdico acercamiento (un tanto repulsivo y elegante a la vez) hacia los guisos cocinados con carne humana, así como a su posterior ingesta. Un retrato espeluznante y dramático de una estirpe marcada y dominada por un culto enfermizo. Es indiscutible que los caníbales vuelven a estar de moda en el cine. Y el tal Mickle, de modo inteligente, le ha sabido sacar todo el jugo a la propuesta. Para mojar pan y chuparse los dedos.


De los Paises Bajos y de la mano del debutante Richard Raaphorst aterrizó Frankenstein’s Army, una historia que transcurre a finales de la Segunda Guerra Mundial, justo cuando una patrulla militar soviética tropieza con una fábrica en cuyo interior el ejército nazi ha experimentado con cuerpos muertos y armamento diverso. Con la excusa de tratarse de un documental encargado por el gobierno ruso a uno de los miembros del destacamento, está filmada cámara en mano, al más puro estilo El Proyecto de la Bruja de Blair, el llamado found footage. La cosa, a pesar de poseer una primera media hora de lo más aburrido y sin salsa, acaba por tener su gracia. La aparición de un mad doctor, perteneciente al linaje de los Frankenstein y padre de una tropa de cadáveres tullidos, resucitados y cosidos a armas de todo tipo, destila coña marinera. Es tan exagerado el número de aberraciones visuales y narrativas que se suceden en pantalla, que por exceso hasta se me antoja una burrada divertida, empezando por la forma de hablar de los integrantes del escuadrón soviético: inglés con acento ruso.


El particular humor del holandés Alex van Warmerdam inundó el Auditorio con la presentación de su nuevo film, Borgman, uno de los mejores trabajos de este certamen y merecido ganador del mejor film fantástico en competición. Se trata de un producto muy en la línea del surrealismo habitual en el cine del realizador; un surrealismo con el que disecciona y desmantela a la clase media europea a través de una familia estándar que acepta, en su chalet, a un nuevo jardinero tras el que se esconde un miembro de una extraña secta de tintes vampíricos. Un toque de comedia negra (dominada totalmente por el absurdo), un mucho de misterio y unos cuantos enigmas que deberán resolverse en la mente del espectador, conforman la chicha de este peculiar Borgman. La pequeña intervención quirúrgica que sustituye a las dos dentelladas típicas del chupasangres de toda la vida y, visualmente hablando, el curioso modo de enterrar a sus víctimas bajo el agua, son dos de los toques más destacables (por su ingeniosa rareza) de una obra que no dejará indiferente a nadie.


La quinta jornada caerá en el próximo post.

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