El sábado 12 de octubre, segundo día del Sitges
2013, el certamen abrió con Magic Magic de Sebastián Silva, una coproducción entre Estados Unidos y Chile muy poco fantástica que, de
forma sobria, plantea el proceso de degradación mental y físico de Alicia, una
joven adolescente que, durante un viaje en compañía de unos desconocidos,
empezará a perder a marchas forzadas la percepción de la realidad. La lentitud
de algunos pasajes y la poca chicha argumental de la cinta, se ven altamente
compensadas por la inquietante atmósfera conseguida y el excelente trabajo de Juno Temple en la piel de esa
destemplada muchacha que inicia su particular migración a la locura; un trabajo
que, por otra parte, se hizo merecidamente con el premio a la mejor
interpretación femenina del festival y que, entre otras cosas, hace olvidar el
histrionismo de algunos de sus compañeros de reparto, como por ejemplo el de un
desmelenado Michael Cera.
La mañana siguió de forma más o menos trepidante.
Eli Roth, un asiduo del certamen, presentaba en el Auditorio del hotel Meliá su nueva película, The Green Inferno, una de sus alocadas y habituales burradas a golpe de sangre y vísceras
aunque, en esta ocasión, de modo un tanto más light que en sus títulos
anteriores (las dos entregas de Hostel o Cabin Fever). Ambientada en la jungla
del Amazonas y centrada en el núcleo de una tribu de caníbales, narra los
avatares de un grupo de jóvenes idealistas que, en su lucha por evitar la
destrucción de la selva, se convertirán en su delicioso almuerzo. Dotada de un
peculiar sentido del humor, se trata de un cariñoso guiño cinéfilo a Holocausto Caníbal, uno de los films gores más nombrados de la década de los ochenta, con
crítica incluida a la falsedad de ciertas corporaciones ecologistas.
Entretenida. Y punto.
Blind Detective nos mostró la peor cara del
hongkonés Johnnie To: la de la comedia romántica y detectivesca. Un film menor
del realizador oriental, plagado de despropósitos argumentales y con una
nefasta e insoportable actuación de Andy Lau quien, a través de una exageradísima
interpretación, da vida al detective ciego del título y que, de forma
alucinante, se hizo con el premio al mejor actor del certamen. Ver para creer
(y nunca mejor dicho). La película, a través de un humor de lo más cazurro,
narra la relación profesional y amorosa del investigador y una policía con la
que indaga la desaparición de una amiga de la infancia de ésta. Uno de los
títulos más patéticos, con menos sustancia y largo del Sitges 2013. Más de dos
horas de tortura asiática. A Mariano Ozores le hubiera quedado mucho mejor.
En el próximo post, un poco más.
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