Tras el delirio video-clipero que supuso Moulin Rouge, Baz Luhrmann recurre de nuevo a la Kidman para montarse "una" de aventuras al más puro estilo de las películas de los 50. Su título, Australia. El espíritu aventurero lo tiene y ocurren tantas cosas que no llega a aburrir. Ganaderos engañados, viudas valerosas, caciques desmadrados y empleados resentidos. La receta: unas gotas de Memorias de África, cuatro referencias al mundo del western, un poco de magia, un tanto de Pearl Harbor y una sobredosis de melaza en su parte final. Pero al dire se le va la mano con sus delirios de grandeza, y abusa y reabusa de los planos grandilocuentes y de los efectos informáticos. Y ello sin citar las truculencias argumentales que cuela a lo largo y ancho de su interminable metraje. La Nicole ya no es lo que era y el Hug Jackman (aka Lobezno) no cuaja ni a tiros. A otra cosa, mariposa.
A punto de estreno la segunda entrega sobre la figura del Che, bien vale la pena darle un repaso al Che: el Argentino, la excelente (y cariñosa) mirada que Steven Soderberg ha orquestado sobre un mito que es mucho más que un simple póster. En su piel, el Benicio está que se sale. Mientras, el director norteamericano se acerca al personaje de modo mimoso, aunque con talante, nervio y un montaje de lo más brillante. Se inicia justo durante la gestación de la que sería la revolución cubana, en julio de 1955, y termina una vez ganada la contienda. Falta el episodio boliviano, pero esta es una historia que pronto se desvelará. ¡Hasta la victoria siempre!
Pocas esperanzas se pueden tener con Rob Schneider. Y menos sabiendo que el actor es también director y guionista de su nueva película, El Gran Stan. Pero, contra todo pronóstico, ésta hasta tiene su puntito. En comedias peores se ha metido el pequeñajo. Los típicos y tópicos del género carcelario colados en un triturador y, de pasada, cuenta con un desmelenado guiño al cine de artes marciales y, en concreto, a una de las series más míticas de la televisión de toda la vida: Kung Fu. Si no quiere ser violado en prisión, antes de su ingreso, contrate como maestro al mismísimo David Carradine.
A pesar de su título, la argentina El Otro no tiene nada que ver con la magistral cinta de Robert Mulligan de idéntico epígrafe. La única relación de la película de Ariel Rotter con el genero fantástico, es que resulta "fantástico" soportarla de cabo a rabo. ¿Saben lo que es la nada? La nada es El Otro, la historia de un tipo que no hace nada, absolutamente nada. Un modo como otro de quemar celuloide sin ton ni son. Tiempos muertos. Planos fijos. Silencios rotundos. La negación cinematográfica por excelencia. Cuatro alucinados le otorgaron el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Ver para creer. Y yo, con estos pelos.
A un profesor de instituto alemán se le mete en la cebollera que sus alumnos, durante una única semana, se pongan en la piel de los adictos a un régimen totalitario. Como todo ensayo alucinado, la cosa se le escapará de las manos. La Ola es el título de la película y, al mismo tiempo, el del grupo neonazi que empieza a nacer. La idea es buena, aunque la película patina por muchas partes. Va de cine de autor comprometido pero, en el fondo, le ha salido un producto que recuerda demasiado a ciertos títulos norteamericanos de factura claramente comercial. Le falta mala leche y más convicción en lo que expone. Las medias tintas nunca llevan a ninguna parte. Y es que no me la creo... Para experimentos (y valga la redundancia), me quedo con El Experimento.
"Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en su mata, y viene un hijo de puta, lo mete en una lata y lo manda 'pa' Caracas..." Algo similar a lo del tomate es lo que le ocurre a la buena de Salma, una viuda palestina que, tras cuidar durante toda su vida del limonar de la familia, estará a punto de perder sus posesiones cuando se instale como nuevo vecino, al otro lado de la frontera, el nuevo Ministro de Defensa israelí. Eran Riklis es el responsable de Los Limoneros, un hombre nacido en Jerusalén que, con su film, construye un furibundo (aunque también emotivo) retrato sobre las tensas relaciones entre palestinos y judíos. Parece de un surrealismo supino, pero es real como la vida misma. Y, además, de rabiosa actualidad. Atención a Hiam Abass, la actriz que da vida a Salma.
Quarantine no es más que una cópia fétida, urdida desde Yanquilandia, de la espléndida [Rec]. Incapaz de definir mínimamente a sus numerosos personajes, rompe totalmente con el espíritu coral y mediterráneo del film de Balagueró y Plaza, lo mejor, sin lugar a dudas, del original. Y es que los americanos van a lo bruto. No importa la sorpresa. Ya, desde su título, se indican en parte los problemas con los que se enfrentará la presentadora protagonista a lo largo de su visita nocturna a un cuartel de bomberos. La magia de falsear un reality show se rompe por completo desde el momento en que su director, un tal John Erick Dowdle, cuenta entre sus intérpretes con rostros populares de la pequeña y gran pantalla. Caca de la vaca. Y el sentido del humor brillando por su ausencia.
Ridley Scott tiene ganas de enmendar su carrera. Primero fue con American Gangster; ahora lo hace con Red de Mentiras. A pesar de sus buenas intenciones, no acaba de arrancar del todo. Russell Crowe está magnífico; el DiCaprio, no tanto. Es más: juraría que el chico repite personaje pues, entre éste y el de Diamante de Sangre, hay muy pocas diferencias. Incluso me parece que lleva la misma gorrita. Terrorismo, Oriente Medio y espías. La CIA no podía faltar. Los engaños, tampoco. Es como Syriana, pero sin tantas pretensiones: más abierta y menos confusa. ¿Qué sería de películas como ésta sin el invento del teléfono celular?
Repo! The Genetic Opera, o cómo revestir de gran producto a una película nacida para pasar directamente a las estanterías más recónditas del peor vídeo-club de barrio. Su realizador es el mismo que se encargó de las secuelas de Saw. Sus intenciones son claras: las de convertirse en una ópera rock de la misma envergadura que The Rocky Horror Picture Show. ¡Válgame Tutatis! Zetoso es un calificativo suave para un engendro como éste. Qué pena da ver a Paul Sorvino metido en un invento en el que la música suena igual de desafinada que su infumable guión. Sexo, sangre, vísceras y muchas tonterías con ganas de epatar. El culto a la muerte y a los transplantes de órgano también tienen su rinconcito. Caca de la vaca 2. Huyan raudos.
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