Basada en una historia verídica y, en concreto, en el artículo que sobre la misma publicara hace siete años Mark Jacobson en el New York Magazine bajo el título de The Return Of Superfly, éste, al igual que el film de Scott, analizaba la ascensión de Drug Lord (el apodo callejero por el que se conocía al personaje de Frank Lucas), al tiempo que desvelaba la larga y costosa investigación que, llevada a cabo por un solitario detective del cuerpo de policía de Nueva York, terminó con la detención del que fuera uno de los mayores traficantes de heroína en un país que, por aquel entonces, estaba tocado por el interminable conflicto del Vietnam; un conflicto que le fue como anillo al dedo al tal Frank Lucas quien, aprovechando los numerosos vuelos militares procedentes de Saigón, introdujo cantidades ingentes de heroína en los EE.UU. desbancando, de este modo y debido a la pureza con que la distribuía, a otros narcotraficantes que pasaban el producto mucho más adulterado que el suyo.
La cinta retrata, con la que parece bastante fidelidad, las vidas paralelas de Frank Lucas y del obstinado policía Richie Roberts. Cada uno de ellos a un lado distinto de la ley, pero ambos, a su manera, demostrando una nobleza muy superior a la de sus similares. Mientras Lucas trapicheaba con una droga más pura que la de sus rivales, Roberts logró mantenerse alejado de la corrupción que, en esos años, dominaba las acciones de sus colegas.
Un trabajo sobrio y elegante en el que, por su temática, no podía faltar alguna que otra referencia a El Padrino, una de las obras maestras del género. Y lo hace, ante todo, a la hora de comparar la estructura empresarial y familiar de la mafia italoamericana con el esquema similar, que siguió Lucas, durante el periodo en que se alzó como uno de los personajes más influyentes y millonarios de la jet set de los 60 en su país natal.
Tal y como ya había citado, American Gangster es un producto en el que la violencia está metida, a lo largo de su narración, con la ayuda de un cuentagotas. En general, apuesta más por un abrupto aquí te pillo, aquí te mato que por la opción de una exagerada (e innecesaria) colección de secuencias de acción. No obstante y a pesar de ello, Ridley Scott obsequia a la platea con una de las más milimetradas y mejores escenas de acción de la temporada la cual, ambientada durante una intervención policial para desmantelar uno de los laboratorios en los que se corta la heroína, transporta al espectador a la estética y maneras del thriller más setentero. Entre este brillante y bien filmado pasaje y la presentación inicial del personaje de Crowe pateando las calles de Nueva York, es inevitable caer en el recuerdo de una cinta tan emblemática como fue, en su día, la excelente The French Connection.
Un producto que, al igual que hizo Spielberg con Munich, recupera una estética y un modo de hacer cine que parecía ya perdido. Lástima, de todos modos, de esas neblinas y contraluces inevitables en el universo fotográfico de Ridley Scott y de la presencia de un Denzel Washington que no acaba de arrancar del todo en su recreación del llamado Drug Lord. Con un guión un pelín más perfilado y menos esquemático (pues queda alguna que otra laguna por desvelar, así como algunos saltos temporales demasiado bruscos), American Gangster se contaría ahora entre lo mejor de un realizador que empezaba a parecer irrecuperable.
Y un consejo final para aquellos que aún no la hayan visto. Séanme pacientes y no se levanten antes de tiempo de sus butacas. Apuren hasta el último de los 157 minutos de proyección.
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