El Custodio es un trabajo distinto a lo que estamos acostumbrados a ver en cine. Se trata de un ejercicio de estilo en toda regla, aunque en nada pedante e inteligente al cien por cien. En él, Rodrigo Moreno se propone respetar, de forma estricta, uno de esos mandamientos sagrados del Séptimo Arte: el del punto de vista narrativo; una de esas normas que, para bien o para mal, suelen saltarse a la torera la mayoría de realizadores. Aquí no. En momento alguno la cámara se escapa del lugar en el que se localiza Rubén, un tipo solitario y silencioso que ejerce de guardaespaldas de un ministro en Buenos Aires.
Es por ello que el espectador sólo conocerá las sensaciones que vive o atisba su protagonista. Cuando, por ejemplo, su jefe asiste a una reunión o a una entrevista en un plató televisivo, el objetivo perderá a éste y se centrará en las monótonas vivencias de un empleado de seguridad que ha de pasar interminables horas en medio del vacío más absoluto; siempre en la retaguardia, entre pasadizos o en el interior de un automóvil. O sea: el patio de butacas verá y oirá exactamente lo mismo que Rubén. El abrumador ruido de una ciudad abarrotada, la silenciosa paz del bosque, conversaciones entrecortadas, músicas lejanas o ensordecedoras... Su trabajo es callar y observar. Observar, ante todo, la monotonía que le rodea. Una monotonía asfixiante que le perseguirá incluso en sus mínimas relaciones familiares pues, fuera de su ámbito laboral, su círculo íntimo queda reducido, casi en exclusiva, a una hermana que lleva años internada en un psiquiátrico.
No negaré que, por lo expuesto, pueda parecer una propuesta aburrida. A mí gusto no lo es en absoluto. Se trata de un film diferente y muy arriesgado; una película en la que la naturalidad y la sensación de realidad son totalmente palpables. Y es que, precisamente por esa impresión de autenticidad que desprende, se me antoja una propuesta intrépida. Les aseguro que, una vez rota la barrera y el desconcierto inicial, se acaba uno enganchando a su mínima historia. Mínima pero, al mismo tiempo, jugosa y magistralmente descriptiva.
No todo el mérito del film recae en el guión y en su espléndida realización, ya que uno de los elementos imprescindibles para su buen funcionamiento es la rotunda y expresiva interpretación de un magnífico Julio Chávez, un actor procedente del mundo del teatro sobre el que recae todo el peso de su metraje. Él ha revestido de una ternura y una humanidad increíbles al personaje de ese custodio que afronta, con la mayor profesionalidad del mundo, el rol de inmutable y servil ángel de la guarda. La verdad es que al hombre no le han otorgado demasiadas líneas de diálogo en su papel, pero sólo con sus miradas y sus (lentos) movimientos tiene suficiente para dar a conocer al espectador sus sentimientos más íntimos.
El Custodio abre nuevas fronteras narrativas y demuestra, con su atrevida originalidad, que aún se nos puede sorprender desde una pantalla grande . Denle una oportunidad y déjense seducir por un modo diferente de plasmar una historia.
Lástima que al igual que Muerte de un Presidente, en Barcelona se haya estrenado en una sola y minúscula sala.
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