
Lo malo es que una película no puede sustentarse sólamente de la belleza visual y las buenas interpretaciones. Y es que, en El Atardecer, no hay más que eso y una magnífica escena, capaz de romper su soporífera narrativa, en la que Claire Danes danza con Hugh Dancy al son del rítmico I’ve Got the World On a String vía Michael Bublé. Su argumento es lo mismo de siempre. Una historia tierna y lacrimógena pensada especialmente para el público femenino. En ella, el recuerdo de un amor imposible y una tragedia inesperada provocarán falsos sentimientos de culpa a Ann Lord, una anciana mujer en su lecho de muerte.

Una sobredosis de azúcar a la que sus guionistas, Susan Minot y Michael Cunningham, cargan de todos los estereotipos habidos y por haber en este tipo de productos. El amor materno filial, las frustraciones sentimentales, la negación a comprometerse de por vida, la aceptación de un embarazo no deseado o la auténtica amistad, entre otros muchos, son los temas que han ido apilando, uno encima de otro y sin orden alguno, para darle cierto cuerpo a su mínimo argumento. Aún y así, todo cuanto nos expone El Atardecer resulta totalmente previsible.
La posible dureza que podrían ofrecer ciertos pasajes, ha sido disfrazada rápidamente de manera dulzona y cursi. Así, una muerte se enmascara con un futuro nacimiento, mientras una tragedia cantada se anula con el emotivo reencuentro de dos viejas amigas. “La melaza que no falte”, se debió decir para sus adentros el tal Lajos Koltai. Y, efectivamente, no falta en ningún momento. Suerte, de todos modos, que allí están damas de un gran nivel como Glenn Close, Vanessa Redgrave o (una fugaz) Meryl Streep para hacer olvidar al espectador el tostón que se está tragando.
Si a esas señoras de alto postín y su preciosista fotografía les sumamos los nombres y el buen hacer de otras mujeres de generaciones posteriores, como Natasha Richardson, Toni Collette o una inesperada Claire Danes (en plena forma y cargando con la mayor parte del metraje), incluso se podría pensar (erróneamente) que se trata de un producto bien acabado.
Por cierto: ¿por qué el cartel publicitario asevera, textualmente y sin ningún pudor, que se trata de un film del autor de Las Horas (¡vaya otro palo!) cuando, en realidad, el literato aquí tan sólo ejerce de coguionista al lado de Susan Minot, la verdadera y única escritora de la novela en la que se basa El Atardecer?
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