Steve McQueen (aka El Chico de la Nevera), sentado en el suelo de un frío calabozo y lanzando sin cesar una pelota de béisbol contra la pared de enfrente, con toda la tranquilidad del mundo, es una de las imágenes imborrables del cine de aventuras de la década de los 60 y, por extensión, de la historia del Séptimo Arte. La escena, que se repite en varias ocasiones a lo largo de la proyeción, pertenece a La Gran Evasión, uno de los títulos emblemáticos de John Sturges, uno de los maestros (menos reconocidos por la crítica especializada) del género.
Y es que La Gran Evasión es una gozada en todos los aspectos. Basada en un hecho verídico en el que, durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, un nutrido grupo de oficiales aliados escapó de su encierro en un campo de reclusión alemán para después, tras ser atrapados de nuevo, morir fusilados la mayoría de ellos. Es cierto que, para traspasar el suceso a la pantalla grande, Sturges se tomó sus (numerosas) licencias; licencias que, en cierta medida, rompían con la credibilidad del acto real. Pero el cine es imaginación y entretenimiento. No era cuestión de amargar a las plateas con una historia que podría haber resultado un dramón de mucho cuidado y el hombre, de forma inteligente, optó por suavizar (aunque no esconder) su apartado final y otorgarle cierto tono de comedia a su primera parte.
El modo satírico de representar al ejército nazi o el desparpajo de los personajes interpretados por Steve McQueen y James Garner (ambos espléndidos en sus respectivos papeles), son dos de las bazas más fuertes con las que jugó el realizador para darle ese aspecto de comedia a su trabajo. Mientras McQueen da vida a un oficial norteamericano en cuyo expediente figuran un montón de fugas frustradas, el rol de Garner, también americano y experto en evasiones, se caracteriza ante todo por su habilidad en conseguir todo tipo de utensilios y documentos birlados a los alemanes. Tanto el uno como el otro, a pesar de su desfachatez innata y su condición de extranjeros entre un abundante número de militares británicos, se ganarán la confianza de sus compañeros gracias al espíritu heroico y campechano con el que se acercan a ellos.
Y es que, entre otros factores, el heroísmo es la clave principal para comprender mejor La Gran Evasión. Pero no sólo el heroísmo, ya que la vertiente humana y sensible que muestra James Garner con un colega que está perdiendo la vista a marchas forzadas (un impagable Donald Pleasence), es digna de tener en cuenta. La bondad, el espíritu de sacrificio y las ansias de libertad frente a la mala hostia y el rencor que ofrece el ejército alemán.
Casi tres horas de duración que, por su poder de síntesis y el dominio de saber ir al grano en todo momento, pasan como un suspiro para el espectador. John Sturges nunca se pierde por las ramas, alzándose al mismo tiempo como un excelente retratista pues, teniendo en cuenta que se trata de un producto coral con un numeroso grupo de actores en su haber (a cuál más destacable), fue capaz de definir con sólo cuatro trazos a cada uno de los distintos y variopintos personajes; un aspecto éste en el que tiene una importancia vital el compacto guión de James Clavell y W. R. Burnett. Desde la prepotente insolencia de Big X (Richard Attenborough), el coordinador oficial de la fuga, hasta el valor de un claustrofóbico Danny Velinski (un Charles Bronson fuera de serie), quedan todos perfectamente delimitados en sus caracteres y funciones. Cada uno en su sitio, cumpliendo con sus tareas específicas para conseguir el éxito de la fuga y, al mismo tiempo, cargando con los problemas del personaje que les ha tocado representar.
La Gran Evasión es una película claramente dividida en dos partes. En la primera, Sturges muestra las relaciones entre los prisioneros y con los nazis que les custodian, así como el proceso de preparación de la escapada. En la segunda, entra a saco en el espíritu de la aventura por la aventura. La huida y el acoso a que se ven sometidos por parte del ejército alemán, rompen definitivamente con ese tono de comedia que iba esgrimiendo a ráfagas. La cinta, a partir de ese momento, se convierte en un trabajo mucho más sórdido aunque con un ritmo trepidante. Acción y suspense a partes iguales.
Trenes, bicicletas, barcas, aviones y motocicletas. Cualquier vehículo es válido para pegarse el piro y buscar nuevas fronteras. Unos intentarán llegar a Suiza. Otros, por el contrario, probarán suerte internándose en España con la ayuda de la resistencia francesa. La mayoría, sin embargo (tal y como ocurrió en la vida real), caerán en el intento. Pero, sea como sea y a pesar de la tragedia, Sturges sabe darle la vuelta y hacer olvidar el mal trago. Lo más importante es el valor, el heroísmo y la lucha por la libertad.
Steve McQueen haciendo acrobacias sobre una motocicleta mientras es perseguido por un abultado grupo de nazis; James Coburn, en Francia, asistiendo casualmente a un atentado perpetrado por la resistencia a una cuadrilla de mandos alemanes, o Donald Pleasence escondiendo su ceguera a James Garner y a Attenboroug para poder evadirse junto a ellos, son sólo tres de entre muchas de las escenas que han quedado grabadas, para siempre, en la memoria de los que hemos visto la cinta de Sturges; sin olvidar tampoco la magitral partitura musical compuesta para la ocasión por Elmer Bernstein: todo un clásico en cuanto a bandas sonoras se refiere.
Una película que jamás me cansaré de revisar. Épica y comedia. Ritmo y tensión. Una maravilla totalmente milimetrada. Cine para todos los públicos con un espíritu que ya no suele respirarse en producciones actuales. Sencillamente inmensa. De lo mejor de entre lo mejor del género. Y, además, con El Chico de la Nevera incluido.
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