Habitación Sin Salida se inicia con unos espléndidos títulos de crédito muy al estilo de los que realizara Saul Bass para la compacta Psicosis de Hitchcock. Asimismo, el brillante punteado musical de Paul Haslinger que los ampara, muy cercano al de las composiciones de Bernard Herrmann, acercan al espectador a ese micro universo, retorcido y granguiñolesco, que conformaba al solitario motel del escuálido Norman Bates. Por si fueran pocas las referencias a una de las obras maestras de don Alfredo, el californiano (de raíces húngaras) Nimród Artal introduce en su historia la inquietante escenográfica del Pinewood, un motel igualmente cochambroso en el que se desarrollará la mayor parte de la película.
De todos modos, las claras alusiones a Psicosis sólo llegan hasta este punto. El resto es otro cantar, ya que las preferencias del tal Artal se inclinan hacia el oscuro mundo de las snuffs movies, aunque sin profundizar en absoluto en el tema pues, de hecho, tan sólo lo utiliza como mera excusa argumental para crear cierta atmósfera de angustia que no acaba de funcionar bien del todo.
Es innegable que su prólogo, sin ofrecer nada nuevo, está planteado de forma correcta, resultando magnético e incluso tenso. En él nos presenta a la pareja protagonista, David y Amy Fox, un matrimonio en plena crisis y a punto de tramitar los papeles de divorcio. Viajan en automóvil a causa de un tema familiar. El mal rollo entre ambos queda más que latente. La noche es oscura y silenciosa. Un error en la ruta elegida y una inesperada avería del motor, les obligará a elegir los servicios de un pequeño motel situado en una aislada carretera secundaria. La intención es esperar a la mañana siguiente para reparar el coche.
Hasta aquí todo funciona a la perfección. La inquietud y el nerviosismo que demuestran sus dos personajes principales; la presentación del enigmático gerente del local y la toma de posesión de la mugrienta habitación que se les asigna (para más señas, la 4), son todos ellos aspectos dignos de tener en cuenta dentro de una serie B que parece no tener demasiadas ambiciones. La química establecida entre la guapísima Kate Beckinsale (¡por Tutatis cómo me gusta esta mujer!) y un sorprendente Luke Wilson (en un registro atípico en él) levantan muchas y positivas expectativas sobre el posible progreso ascendente del film.
El descubrimiento del horror que abrigan las cuatro paredes de la habitación número 4, y en el que un viejo televisor y un buen número de cintas de VHS adquieren un relieve especial, se convierte en el mejor acierto de un trabajo que, por desgracia, empieza a caer en picado a partir de tan bien orquestada escena. El guión empieza a desmelenarse y a dar tumbos, mientras que la sobriedad descriptiva de la que hacía gala, cambia de tercio y se adentra en un "algo" imposible y difícil de digerir. Un montón de trampas narrativas y visuales se adueñan de la proyección, logrando tan sólo que deje de interesar el devenir del ya deteriorado matrimonio Fox.
Un thriller más, del montón, que, por sus erróneas ansias de rizar el rizo, se olvida de seguir la línea coherente con la que afrontaba su parte inicial, para transformarse en una orgía de violencia light sin pies ni cabeza. Un sinfín de truculencias que, en definitiva, no llevan a ninguna parte. Una verdadera pena, pues en un principio prometía mucho más de lo que en realidad ofrece.
Por cierto: ¿desde cuando, en español, Vacancy (su título original) significa Habitación Sin Salida?
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