Bryan Singer aparca a un lado a los X-Men y a Superman, sus superhéroes de papel, y se enfrenta a la odisea de otro tipo de titanes, mucho más carnales y reales. En Valkiria, su nuevo film, recrea el periplo vivido por un grupo de militares alemanes que, durante la Segunda Guerra Mundial, tejieron uno de los muchos atentados perpetrados sobre la figura de Adolf Hitler. A tal maniobra se la conoce como la Operación Valkiria, siendo el principal cabecilla de la misma el coronel Claus von Stauffenberg, un hombre opuesto a la política devastadora del Führer quien, tras su intervención en África con la 10ª División Panzer, obtuvo un cargo de relevancia en Berlín, justo en la Oficina General del Ejército.
Von Staunffenberg es Tom Cruise, una excelente elección que sin embargo ha disgustado a muchos de sus detractores, quienes opinan, sin mucha razón, que Valkiria no es más que un festival Cruise. La verdad es que Cruise es a Valkiria lo que James Stewart es a ¡Qué Bello Es Vivir! o Dustin Hoffman a Perros de Paja. O sea, su protagonista principal y, como tal, es lógico que ostente una presencia mayor en pantalla que el resto de sus compañeros, aunque sin abusar (como en otros de sus films) y construyendo su "mutilado" y quemado personaje de forma solvente. Él, sencillamente, es el eje central de la conspiración expuesta y, a su alrededor, giran un sinfín de secundarios (¡a cual mejor) indispensables para tejer su milimétrica trama.
La película de Singer cuenta con un guión de lujo escrito en comandita por Nathan Alexander y Christopher McQuarrie, este último el mismo que trenzara el perfecto libreto de Sospechosos Habituales y que, en Valkiria, sigue haciendo gala de la precisión y delicadeza con la cual maquina sus narraciones. Y es que, en este aspecto, hay que tener en cuenta que, más que una película de acción al uso, se trata de una cinta plagada de diálogos y personajes.
De hecho, aparte de ese laureado y heroico von Staunffenberg, figuran un montón de nombres más, a uno y otro lado del complot, perfectamente delimitados con tan sólo cuatro trazos de guión. La indefinición política del general arribista interpretado por un (siempre) magnífico Tom Wilkinson, la testarudez arriesgada del personaje de Kenneth Branagh (protagonista de un delicioso episodio en el que una botella de Cointreau juega un papel especial) o la frialdad del político al que da vida un sorprendente Terence Stamp, son tan sólo un mínimo ejemplo de ello.
Un film documentado, respetuoso con la historia, de ágil ritmo narrativo y, al mismo tiempo, plagado de ramalazos de gran cine, tal y como demuestra la escena en la cual, con la ayuda de un gramófono y su música, se abre la idea de bautizar como Operación Valkiria a la confabulación ideada por Staunffenberg y su gente. Y no sólo eso ya que, teniendo en cuenta la complejidad que alberga la trama, ésta queda perfectamente plasmada en pantalla, yendo siempre al grano y sin dejar lagunas en blanco.
A buen seguro, sin Cruise, muchos de sus opositores la verían con otros ojitos. Lo que hace la presencia de un actor resbaladizo y polémico.
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