29.3.11

La gran comilona

Amparándose en el éxito conseguido por el Tiburón de Steven Spielberg, tres años después, en 1978, Joe Dante estrenaba Piraña, una serie B tan modélica como entretenida, producida por Roger Corman, que tuvo su secuela, en el 81, de la mano de un debutante y hoy reputado James Cameron con la más que olvidable Piraña II: Los Vampiros del Mar. Ahora, Alexander Aja retoma el material original del film de Dante y, de forma muy libre, lo adapta a los nuevos tiempos con la ayuda de la tecnología que ofrece el 3D. El resultado es Piraña 3D: con ella el desmadre ya está servido.

El guiño inicial a Tiburón mediante la presencia de un visto y no visto Richard Dreyfuss, la recuperación de una madura Elisabeth Shue (Karate Kid, Regreso al Futuro II y III) para interpretar uno de los papeles principales (el de la sheriff Julie Forester) o la emblemática presencia de Christopher Lloyd (Regreso al Fruturo again), son claros síntomas de la vocación ochentera de Aja en su nueva (y diferente) visión sobre Piraña.

La fiesta de la primavera acerca a una multitud de jóvenes descerebrados y con ganas de jolgorio hasta el municipio en el que está enclavado el Lago Victoria. Música a tope, alcohol, bikinis y top less... mucho top less. Un inesperado movimiento sísmico, capaz de abrir una gran grieta bajo las aguas del lago, cambiará el rumbo de la celebración ya que despertará a un hambriento ejército de pirañas prehistóricas dispuestas a darse un suculento almuerzo.

La historia parece no esconder secretos. Pero sólo lo parece en apariencia, pues su proyección alberga varias sorpresas (y algunas de ellas jocosamente escatológicas). Su primera media hora hasta puede llegar a crispar debido al cúmulo de tópicos que amontona y al sinfín de personajes vacíos (e insufribles) que presenta. Pero no hay que desfallecer y cometer el error de abandonar antes de tiempo. El amigo Aja sabe lo que se hace y, una vez empieza la acción, compensa con creces esa (repito, en apariencia) rutinaria parte inicial. Es más: sin esos treinta minutos de introducción al más puro estilo de las películas con teenagers repelentes, no tendría mucho sentido el festival gore, sangriento, cachondo y sin tregua (incluso diría que irreverente) en el que se embarca.

Una película trepidante y sin complejos. Una gamberrada divertida y totalmente fiel a las coordenadas del cine de los 80. Yo me lo pasé pipa. Hasta estuve a punto de cometer pecado e ir a por una bolsa de palomitas.

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