Nathan Greno y Byron Howard, sus dos directores, han optado por intercambiar el género y el origen social de sus dos protagonistas principales con respecto al original literario. Si en éste la secuestrada era una plebeya, en el film se convierte en la hija del Rey, mientras que el príncipe que la descubría pasa a ser un forajido cargado de buenas intenciones.
La mezcla es típica y tópica, pero funciona a la perfección: una historia de amor entre una princesa y un ladronzuelo de buen corazón, un mucho de aventuras y un par de animalillos muy humanizados (en este caso, un caballo y una salamandra) para que el departamento de marketing empiece a frotarse las manos con las ventas de los muñecos de éstos. La fórmula es vieja, pero a las nuevas generaciones les sigue molando. Y más si se la enchufan con eso del 3D para resaltar el poder sobrenatural de la larga y sinuosa cabellera rubia de Rapunzel o para darle más vivacidad a sus numerosas y bien trazadas escenas de acción.
Un entretenimiento apto (y recomendable) para todos los públicos, del que cabe destacar un momento memorable, justo aquel en el que Rapunzel y su compañero, Flynn Rider, hacen un alto en el camino para adentrarse en una posada concurrida por un público de lo más vikingo y quincorro.
En el otro extremo de la cuerda, en cuanto a cine de animación se refiere, se sitúa El Oso Yogui, la ilógica e innecesaria adaptación a la pantalla grande de los míticos dibujos creados en 1958 por William Hanna y Joseph Barbera, en donde la (poco sorprendente) mixtura entre la animación informática y la acción real ha permitido que los muñecotes de Yogui y el pequeño Boo Boo se codeen de tú a tú con un Ranger Smith de carne y hueso.
Para aquellos que crecimos con las películas del oso Yogui, el parque de Jellystone ya ha dejado de ser lo que era. En el traspaso, sus entrañables personajes originales han perdido toda la inocencia y candidez, convirtiendo a la propuesta en una solemne gilipollada sin pies ni cabeza. Eric Brevig, su director, se ha dedicado a rescatar, por todo lo alto y sin garra, las gansadas que los dos osos realizaban en su afán por conseguir las cestas de comida de los turistas. Repetitiva y sin gracia. Una cosa es un episodio de 6 minutos de duración; la otra, es alargar lo que sucedía en cualquiera de esos capítulos hasta cubrir el estándar de 80 minutos. La historia es lo de menos. Es más: directamente, no hay historia: sólo una mínimo esbozo argumental, con alcalde corrupto incluido, para excusar su metraje (corto pero interminable) .
La cosa no da para mucho. Más bien no da para nada. Total, que en menos que canta un gallo, El Oso Yogui, él solito, le ha barrido un montón de recuerdos a la memoria de un par de generaciones. Cualquier día nos pillan a La Pantera Rosa, la transforman en un animatronic, y la ponen a perseguir a un tipo bajito, narigudo y desnudo, de carne y hueso, por las calles de Nueva York.
No hay comentarios:
Publicar un comentario