18.4.08

Mundos paralelos


Si usted, lector, es de los que tiene algún que otro pequeño en casa, una buena propuesta para el fin de semana es llevarles a ver Horton, una deliciosa película de animación en la que se funden universos paralelos y un par de personajes dignos de antología: un elefante bonachón que atiende por el nombre de Horton y el peculiar alcalde de la microscópica ciudad de Quién (Who en su versión original), un hombre, entre cuyas máximas proezas, figura la de ser padre de 96 niñas y un solo niño. La idea está sacada de uno de los cuentos del Dr. Seuss, un escritor y caricaturista de Massachusets, especializado en literatura infantil que, entre otros libros, escribiera el que dio origen a The Grinch.

Los debutantes Jimmy Hayward y Steve Martino han sido los responsables de dirigir el producto; una comedia afable, divertida y tierna que, a buen seguro, hará las delicias tanto de los pequeños como de los mayores. La fantasía y el sentido del humor vertidos en Horton son ciertamente envidiables y, comparado con otros títulos animatrónicos actuales, hasta incluso posee su elogiable puntito de originalidad. Y especifico lo de "puntito" porque, en los 70 y en forma de cortometraje, el reputado Chuck Jones ya hizo una adaptación de la misma obra de Seuss para la pequeña pantalla.

La historia que nos plantea, aparte de sugerente, se encamina hacia vertientes fantásticas en las que la imaginación y una pequeña gran dosis de fábula obran el milagro de la magia en el cine, pues el trabajo de Hayward y Martino, por suerte y dentro de su género, evita recurrir a los ya tan manidos guiños a cintas emblemáticas del Séptimo Arte, de aquellas que por su popularidad son reconocibles a simple vista por el gran público. Su guión es suficientemente interesante como para no tener que alimentarse en demasía de la (cansina) parodia cinematográfica. Tan sólo arremete (y con bastante mala saña, cosa que es de celebrar) contra la ridiculez de algunas series de animación nipona altamente sobrevaloradas.

La verdad es que, colocar a un elefante en medio de un dilema moral y casi metafísico, tiene su gracia pues, al pobre e incomprendido Horton, por culpa de una minúscula mota que cae en sus manos (o, mejor dicho, en su trompa), se le plantea uno de los mayores problemas de su selvática existencia al descubrir que, en su interior, existe una diminuta ciudad que ve peligrar su ecosistema por haberse desplazado accidentalmente de su hábitat natural. El destructivo y peligrosísimo cambio climatológico que empiezan a sufrir los habitantes de Quién, conforma el pistoletazo de salido que obligará a Horton a buscar un nuevo emplezamiento que cobije, de forma apacible y segura, a la desorientada partícula.

Dos mundos distintos: el del elefante y el de los quienquenses. Dos visualizaciones diferentes para cada uno de ellos: la primera, más tópica y muy cercana a la idealización selvática made in Disney, y la segunda -amparada en las láminas originales del Dr. Seuss-, gótica y estilizada; un planeta distinto al nuestro, aunque con una pincelada social que los hermana. Sólo por la estética y la imaginaria de los habitantes y edificaciones de Quién, Horton debería ingresar en la lista de cuantos films de animación merecen tenerse en cuenta.

Dos personajes únicos e irrepetibles: Horton y el alcalde; un par de seres de buen corazón que establecerán una relación íntima a través de sus voces; voces que, en inglés, han sido dobladas, respectivamente, por dos de los mejores cómicos norteamericanos actuales: Jim Carrey y Steve Carell. La suya es una afinidad tan kafkiana que resultará imposible de creer por todos aquellos que les rodean. Ningún animal en la selva dará crédito a las surrealistas explicaciones de un elefante al que consideran un tarado mental, mientras que, en el interior de la mota y debido a su fama de tontainas, su alcalde intentará guardar el secreto de su amistad con un mastodóntico bicho que le habla desde un lugar recóndito y desconocido.

Un cuento singular y simpático que abriga, al mismo tiempo, un hermoso y divertido canto a la hermandad y a la cooperación, sin caer, por ello, en esa cursilería que desgranan otras producciones de similares características, tal y como le ocurría a la parte final de Bee Movie.

Les aseguro que, por sus constantes y a pesar de la luminosidad que domina sobre sus tierras, a Tim Burton le hubiera encantado nacer en ese remoto país descubierto por un elefante.

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