30.5.05

Vivir y morir en L'H

José Corbacho es un hombre de teatro procedente del grupo catalán La Cubana que, posteriormente, se ha caracterizado por sus colaboraciones en programas televisivos de Andreu Buenafuente producidos por El Terrat (sobre todo con la creación del chabacano personaje de El Sebas) y que en la actualidad, es el principal responsable de Homo Zapping, un irregular espacio humorístico de Antena 3 en el que satiriza la programación televisiva. Juan Cruz es un guionista de TV3 que, al mismo tiempo, ha producido un largometraje de nacionalidad mejicana y un corto y una serie conjuntamente con su colega Corbacho. A pesar de esos dispersos antecedentes, entre los dos han realizado Tapas, un emotivo y entrañable homenaje a L’Hospitalet y a sus moradores, una de esas apelotonadas ciudades dormitorio que, pegada a Barcelona, alberga a miles de vecinos, la mayoría de ellos gente humilde y trabajadora, muchos de estos hijos de inmigrantes llegados a Catalunya durante los años 50 y 60 procedentes de otros puntos del estado español. Aquellos a los que, durante muchos años y de manera despectiva, se les denominó charnegos; apelativo que finalmente adoptó el mismísimo Joan Manuel Serrat para definir su propia condición social.

Corbacho conoce mucho el ambiente popular de ese enclave geográfico (ya que se crió en él) y, desde Tapas, recrea a la perfección los modos y costumbres de los habitantes de ese lugar. Y, contra todo pronóstico, lo hace con un cariño envidiable. Los mima y los arropa en sus problemas cotidianos, alejándose de la astracanada habitual con que se desenvuelve en sus apariciones televisivas. No es ninguna sátira social y tampoco pretende una excesiva caricaturización de sus personajes, un tanto estandarizados. No, qué va. Se trata de un retrato delicado, amoroso y, por momentos, tan real como la vida misma.

Consciente que su presencia en pantalla rompería ese halo de credibilidad que rezuma todo el metraje, el actor ha preferido quedarse en la retaguardia, al lado de Juan Cruz, tras la cámara y compartiendo pluma para redondear su emotivo guión, logrando con ello un producto sencillo y altamente costumbrista. Los arquetipos que propone para moldear su historia parecen existir en la realidad. O, al menos, a mí me da la impresión de haber tratado con cada uno de ellos en numerosas ocasiones. Gente de base, de la calle, de compartir caña y patatas bravas con los amigos en la barra del bar de la esquina. Personajes anónimos, con dificultades para llegar a fin de mes, que aman, sufren y envidian como todo hijo de vecino.

No es una película de gente guapa y heroica. Es una película de gente corriente, como los inquilinos de mi escalera o la dependienta de la tocinería situada al lado del bazar chino Gran Familia. Gente cuya única y adorable ambición es pasar por la vida lo mejor que puedan, siempre dentro de sus límites económicos. Las posibilidades son pocas, pero hacen lo posible para salir bien parados. Corbacho y Cruz han conseguido, con nota elevada, hacer reír y llorar a partes iguales. Y nunca se extralimitan en sus pretensiones. Su toque de comedia es simpático, en general agridulce, pero jamás se acerca en lo más mínimo a la bufonada. Perfilan a sus protagonistas mediante diálogos de esos que hemos oído, cientos de veces, en la cola de un cine o en un abigarrado transporte público, como en esa escena, sin desperdicio alguno, en la que dos jóvenes compañeros de trabajo, empleados en un gigantesco supermercado, disertan de manera encomiada sobre la muerte de uno de sus ídolos, Bruce Lee.

Incluso se atreve a acercarse a un tema comprometido, de esos necesarios para seguir andando y que últimamente parece estar muy de moda entre algunos de los cineastas más reputados, como el derecho a una muerte digna; eso que tanto ha escandalizado a algunos pepistas en referencia al caso Río Hortega. Y eso se plasma, con sabia exquisitez, en una de las historias que componen Tapas, pues ésta es una cinta formada por un conglomerada de varios episodios, relacionados entre ellos y amparados por un nexo común; un núcleo popular en el que convergen la mayoría de sus protagonistas, el bar de Lolo, un inmigrante gallego (espléndidamente interpretado por un orondo Ángel de Andrés López), machista y un tanto jetas que, abandonado recientemente por su explotada mujer, decide contratar a un chino para elaborar, desde el anonimato que le ofrece la pequeña y sombría cocina, las tapas y menús habituales del local. La sombra de Bruce Lee acaba de aterrizar en el mismísimo L’Hospitalet.

No dejen escapar, bajo ningún concepto, esta película. Es un soplo de aire fresco dentro del paupérrimo panorama del cine español de los últimos meses. Hecha con ganas y de manera sencilla. Sin pretensiones ostentosas y con la única intención de recordarles que, por suerte, aún existe gente con alma.

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