No saben el miedo que me daba enfrentarme a la petición que tocaba esta semana. Estaba aterrado, dispuesto a encontrarme ante esa desidia que, habitualmente, me depara el cine oriental. Y, si he de serles sincero, Deseando Amar, el film de hongkonés Wong Kar Wai, me ha sorprendido positivamente, de manera absoluta. Será que me estoy haciendo mayor o bien que estoy pasando por una temporada en exceso emotiva, pero la fuerza de las imágenes de esta película, junto con su particular y original manera de narrarla, me han llenado profundamente.
Y eso que, analizando a breves rasgos la historia que se esconde tras Deseando Amar, no propone nada nuevo al espectador. Un argumento que hemos visto una y mil veces en la pantalla grande; una historia más sobre amores imposibles, de esas que cuando le tocan a uno le quitan el sueño y las ganas de seguir tirando adelante. Pero la gracia de la misma se encuentra, ante todo, en la manera que tiene Kar Wai para contarla, pues ese hombre recurre a toda la magia y recursos del séptimo arte para darle la vuelta a un tema manido y convertirlo en una propuesta cien por cien original.
Cada plano está estructurado de manera metódica, buscando los detalles más íntimos de todo aquello que rodea a sus protagonistas, una pareja de personajes solitarios, abandonados por sus respectivos cónyuges, que buscan consolarse el uno al otro. Y Kar Wai se recrea en esa relación peculiar y un tanto enfermiza, tras la que se esconde cierta pasión por la autocomplacencia, la tortura y el desamor: una pareja que no quiere caer en el adulterio como han hecho sus compañeros y que, por esa tozudez un tanto espartana, malvivirán a sabiendas de que están perdiendo su gran momento. Ambos han descubierto el amor. Sólo les falta amar. Y se utilizan, tanto el uno como el otro, para descubrir quiénes eran en realidad sus anteriores parejas, un elemento que incluso el espectador desconoce (al menos en el aspecto físico) por haber quedado estos fuera de plano en sus diversas escenas
Deseando Amar es sólo eso, no busquen más. Pero trazado con el corazón, desgranando los sentimientos. Se trata del retrato minucioso de un amor no exteriorizado entre dos seres que se necesitan y no se atreven a plantearlo; o no quieren; o no saben. Esa es una cuestión que el realizador deja para el espectador. Él tan sólo coloca las claves, muestra sus movimientos, pero se abstiene de juzgar o de remover en sus mentes. Y esas claves las va entregando poco a poco, lentamente. Como en el pausado ritmo interno de la película, éstas asoman sin prisa, de muchas maneras: pequeños roces casi imperceptibles entre esa pareja de no-amantes desesperados que, sin querer, acaban actuando como un verdadero matrimonio. Sin sexo, aunque entrando en la monotonía habitual de las relaciones matrimoniales. Un bucle sin salida que el director dibuja a la perfección, buscando paralelismos en costumbres diarias de los dos personajes, como ese acto reflejo tan bien descrito que conduce a la chica, cada noche, al restaurante de la esquina en busca de su dosis diaria de tallarines.
Visualmente inmejorable y bella, minuciosa en la plasmación del aspecto del interior de las viviendas y de las vestimentas utilizadas en el Hong Kong de los años 60, el realizador nos sorprende con recursos fílmicos ciertamente interesantes. No sólo hace hablar a sus personajes, sino que consigue diálogos mágicos confiando tan sólo en la percepción visual del espectador, aunque siempre gracias a una utilización prodigiosa de la cámara. Sinuosos seguimientos, de imagen ralentizada, le sirven para mostrar, de manera sutil, la asfixiante tristeza y la impotencia que ahoga a esos dos seres, punteándolos siempre con la excelente banda sonora compuesta por Michael Galasso y Umebayashi Shigeru o bien, en su defecto, por la inserción disonante (y repetitiva) de la voz aflautada de Nat King Cole interpretando, en castellano, un par de boleros de los de toda la vida. Y he aquí cuando el bolero, signo inequívoco de la pasión más melodramática, se convierte en el tercer y gran protagonista de un producto a tener muy en cuenta... aunque sea amarillo y de ojos rasgados.
1 comentario:
Soy una persona relativamente joven y me había -mejor dicho me he- hecho fan de Xavier Dolan, me parece alucinante y sensacional lo parecido en cuestión de planos sobre objetos inanimados que crean un mágica aura de cotidianidad con el espectador, hace todo tan humano, recayendo en paredes, mesas, pisos, me fascinan más y más. Y creo que a todas luces debió inspirarse (Xavier) en él, en éste film. Sobre todo si uno compara Los amores imaginarios con Deseando amar. Gracias por tu crítica. PD: me parece terrible como destrozas de forma pedante como exigiendo demostrar tu intelectualidad, una bella pieza como Harold y Maude, pero vaya que has hecho una labor magistral con ésta de In the mood for love. -Saludos.
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