Justo después de escribir los guiones de El Imperio Contraataca y En Busca del Arca Perdida, Lawrence Kasdan debutó como realizador con Fuego en el Cuerpo, una excelente película de cine negro que, sin lugar a dudas, le debía muchísimo a Perdición, una de las pocas incursiones de Billy Wilder en el género.
Si en film de Wilder la pareja de amantes, dispuestos a asesinar al marido de ella, eran Fred MacMurray y Barbara Stanwyck, en Fuego en el Cuerpo estos son William Hurt y Kathleen Turner. Un abogado mujeriego y una mujer (en teoría) insatisfecha en su matrimonio y caliente. O, al menos, así se define ella misma la primera vez que se dan la mano, tras notar que él queda un tanto sorprendido ante la elevada temperatura corporal que rezuma su cuerpo. “Mi temperatura está unos cuantos grados por encima de lo normal, alrededor de los 40; no me importa, es cosa del motor o algo”.
Y esa sensación de calor, no sólo corporal sino ambiental, es una de las cosas que mejor refleja la ópera prima de Kasdan. Desarrollando su acción en una pequeña localidad de la costa de Florida, la cinta transcurre durante un verano excesivamente caluroso. La transpiración corporal mancha las camisas de todos sus habitantes, mientras que Hurt y Turner, o lo que es lo mismo, Ned Racine y Matty Walker, se entregan a todo tipo de placeres sexuales en ausencia del marido de ella, un multimillonario hombre de negocios varios años mayor que su esposa.
Sudoraciones, flujos corporales diversos y sangre se mezclan en esta explosiva y cautivadora cinta. La mujer fatal y el macho atrapado. La perversa y el bobo. Y, la verdad, es que viendo a esa Matty Walker, una Turner turbadoramente sensual, antes de ponerse como una matrona, no sería nada difícil caer en sus redes y dejarse engatusar como un pardillo. Y es que el gancho de Fuego en el Cuerpo tiene un mérito muy especial, pues se trata de una historia contada centenares de veces en la pantalla grande. Pero el fantástico guión de Kasdan consigue hacernos olvidar la poca originalidad que se esconde tras su trama. Sus diálogos son perfectos, cautivadores, claros deudores de los clásicos del género. Concisos, ingeniosos, yendo al grano en todo momento y perfilando, sólo con sus frases, las personalidades de cada uno de sus protagonistas.
“No debes vestirte así”, le sugiere Ned a Matty, viendo que ésta es observada perversamente por los cuatro clientes masculinos de un oscuro bar de copas. “No sé a qué te refieres”, se sorprende ella, “esto no es más que una blusa y una falda”; él se la mira fijamente, de arriba a abajo, y le hace una nueva propuesta: “entonces no deberías llevar ese cuerpo”. Magia pura. Y así, con numerosos momentos como el descrito, se va tejiendo el impresionante guión al que antes hacía referencia. Pocas sorpresas, pero compensadas de manera grata por una narración excelente.
Fuego en el Cuerpo, aparte de a ese envidiable guión, no sería lo mismo sin la presencia de Hurt y Turner. Dos actores con una química especial, de esas que sueltan chispas incluso cuando sus dos cuerpos se rozan levemente. Tanto él como ella, tan sólo mediante sus clarificadoras miradas, son capaces de transmitir al espectador lo que están pensando en cada momento. Sus sentimientos afloran en cada plano. El odio, la pasión, el amor y el desengaño se pasean sin parar por la pantalla. Y en el otro extremo de esos amantes furtivos, analizando la situación con lupa, un fiscal peculiar, adorador del estilo de las cabriolas de Fred Astaire y sudoroso compañero de fatigas de Ned Racine: un desconocido Ted Danson en un rol similar al que, en Perdición, interpretara el gran Edward G. Robinson.
Tras ver a tantos personajes acalorados y sudorosos, esta mañana he recordado que tengo que hacer arreglar el aire acondicionado del coche. Después me he asomado al balcón y, sin que me viera mi mujer, he intentado atisbar en la calle a una apetitosa Matty Walker. Y es que, en el fondo, a todos los hombres nos gustan las mujeres malvadas que nos acaban utilizando a su antojo. Así de burros somos (a veces).
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