17.1.05

Almodóvar de 2 en 2 (II): Monjas, yonquis y Marujas

Aquí tienen la prometida entrega semanal sobre la filmografía de Pedro Almodóvar. De dos en dos, ordenadas cronológicamente. Hoy van la tercera y cuarta películas de su carrera. Dos títulos que, cinematográficamente hablando, empezaban a estar bastante más pulidos que los dos primeros, sobre todo en lo que respecta a ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Vayamos pues a repasarlos, uno a uno.

Entre tinieblas (1983)

Almodóvar siempre ha querido escandalizar y, en este caso concreto, consiguió sacar de quicio a la España más conservadora y carca. Lo hizo a través de la irreverencia religiosa más folklórica y desde un convento muy peculiar, regentado por una monja desviada y enganchada al jaco, en el que se redimía una bolerista toxicómana.

Religión, lesbianismo y drogas son el eje central de Entre Tinieblas. Un atisbo de surrealismo envuelve toda la historia, y más si tienen en cuenta que una de las monjas, Sor Perdida, la interpetada por Maura, disfrutaba cuidando de una especial mascota, un feroz tigre encerrado en una jaula.

El realizador nos la vendió como un melodrama a lo Douglas Sirk, en el que sólo faltaría Sara Montiel. En realidad solo se acercaba al género al tratar el oscuro pasado de la cabaretera protagonista. La película funcionaba perfectamente en su primera parte, aunque acababa aburriendo una vez entraba en sus habituales reiteraciones, mientras que su puesta en escena y realización mejoraban respecto a sus dos trabajos anteriores.

Julieta Serrano, Carmen Maura, Chus Lampreave (aka Sor Rata de Callejón) y Cecilia Roth repetían, aunque ésta última en una breve intervención. Marisa Paredes, en el papel de Sor Estiércol, se sumaba en esta ocasión al grupo de chicas Almodóvar, al tiempo que el propio realizador tenía su pequeño cameo en el interior de un autobús.

¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984)

Con este film, Almodóvar demostró a todos que acababa de convertirse en todo un artesano tras la cámara. Su dirección de actores deslumbraba, al igual que su manera de filmar. Su guión era más compacto que en sus tres películas anteriores y atinaba al máximo a la hora de mezclar la comedia con el melodrama.

Aparcando un tanto a toda esa peculiar fauna distorsionada que poblaba su filmografía hasta ese momento, no renunció, sin embargo, a caricaturizar en extremo (y con cierta gracia, por su desmelene) a personajes mucho más cercanos y estándares. O sea, a aquellos vecinos con los que todos nos podemos cruzar al ir a buscar el pan o a comprar bobinas de DVD vírgenes al bazar chino de la esquina.

Carmen Maura, gracias al papel de su marujona protagonista, se alzaba como una de las mejores actrices españolas del momento, añadiendo en su nómina particular de chicas Almodóvar a Verónica Forqué, la cual interpretaba a una prostituta inocente y de buen corazón. Lampreave, el agua de Vichy (con muchas burbujas), el lagarto Dinero y un magistral guiño a Alfred Hitchcok (en concreto a su episodio televisivo Cordero Para Cenar), se llevaban el gato al agua en un trabajo más serio y controlado que los anteriores, aunque siempre dentro de unos límites muy almodovarianos.

En cierto modo cercana al neorrealismo italiano (por su tratamiento visual y temático), hacía gala de una primera parte modélica en muchos aspectos, aunque sus vicios repetitivos volvieron a asomar de manera metódica. Un final seco y duro, aunque esperanzador, compensaba en parte su desnivel narrativo.

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