Ayer fui a ver Closer. Me apetecía. Y mucho. Entre otras cosas (aparte de haber leído críticas al respecto muy positivas) porque Mike Nichols, su realizador, siempre me ha caído bien, a pesar de que en los últimos años su carrera empezará a dar trompicones y él, como creador, se fuera acomodando demasiado, pero cuando pienso en ¿Quién teme a Virginia Woolf? o en El Graduado hacen que, para mí, ese hombre aún se merezca un respeto.
En Closer quiere hacer un retrato, bastante asfixiante, de la vida en pareja, quizás olvidándose de que ya lo dijo todo (y mucho mejor), hace la friolera de treinta años, en la ya citada Virginia Woolf. Allí, sin tapujos (teniendo en cuanta la época) y amparándose en la obra teatral de Edward Albee, desgranó los secretos más íntimos y recónditos de dos parejas al límite. Richard Burton y Liz Taylor (casi interpretándose a sí mismos) y George Segal y Sandy Dennis. Sólo cuatro actores y un excelente guión. La cinta era visceral. Encomiable. Y te golpeaba duramente en lo más profundo.
Ahora, como he dicho antes, vuelve a recurrir al mismo tema, aunque de manera errónea. Dos parejas igualmente. Casi cuatro personajes únicos. Ellos de profesiones liberales, un escritor y un dermatólogo, o lo que es lo mismo, Jude Law y Clive Owen. Ellas más distantes en sus trabajos, una fotógrafo y una stripper, o sea, Julia Roberts y Natalie Portman. Y Nichols los empareja; Jude con Natalie, Julia con Clive, para después, una vez bien definidos y colocaditos cada uno de ellos(as) con sus respectivos(as), los agita un poco, como en una coctelera, y empieza a mezclarlos entre ellos, para reunificarlos un poco más tarde. Y, cuando parece haberse calmado la marea, vuelta al meneo inicial. Todo ello como muy académico, excesivamente teatral, con grandes (y sorprendentes) elipsis narrativas (quizás lo más elegante y mejor de la función). Saltos en el tiempo. Ahora voy para adelante, luego voy para atrás. Y muchos diálogos. Como en Virginia Woolf, pero en falso. Y demasiado exagerado.
Viendo Closer tuve la impresión de que, en cualquier momento, aparecería en pantalla Woody Allen. Muchos, últimamente, han empezado a aporrear con cierta irascibilidad la filmografía del multioficios neoyorquino, pero les aseguro que éste hubiera sacado mejor tajada de la historia que nos vende Nichols pues, en un principio, la película tiene todos los ingredientes necesarios para ello: sus snobs protagonistas, la vida en pareja, el adulterio... Y habríamos salido ganando con Allen tras la cámara, pues por mucho que siempre haga la misma película, la confecciona con maestría, con gracia, inteligentemente. Y Nichols ha jugado a imitarlo. En lugar de Nueva York (para evitar las comparaciones) busca refugio en la vieja Europa, Londres concretamente, pero hace hablar a sus personajes como si estuvieran en Hanna y sus Hermanas. Pero sin chispa. Quieren ser diálogos inteligentes, pero en realidad suenan a falso. Son forzados, nada creíbles y, en los momentos teóricamente más tensos (que son muchos), rompen cualquier tipo de dramatismo.
Y es una lástima que la película se desmorone por culpa de esa cargante artificialidad que abriga su maniqueo guión, pues la idea de plasmar en pantalla las relaciones de pareja a partir de los engaños y de la crudeza que a veces puede suponer oír la verdad en boca de la persona amada resultaba, a priori, ciertamente interesante. Pero todo se le viene abajo por ese incontrolado afán de pretender ser más inteligente a cada nuevo golpe de guión. Al menos, personalmente, no creo que, en las discusiones matrimoniales, por muy cultos que sean sus púgiles, nadie pierda los papeles en sus comentarios y réplicas, salvando los ataques desmesurados del contrincante con contundentes y perspicaces réplicas. Ni en el Parlamento, vaya. Pura falacia. La falsedad más rotunda que hace que de nada sirvan las buenas intenciones que, indiscutiblemente, abrigaba el film.
Suerte tiene Mike Nichols de sus cuatro actores principales (casi únicos), pues todos, del primero al último, están soberbios, mayúsculos, en nada sobreactuados a pesar de que, en ciertos momentos, hubiera sido el recurso más fácil para ellos. La moderación más contenida, incluida la de una sorprendente Julia Roberts. Y ya es difícil esa contención interpretativa teniendo en cuenta el desmadre que se esconde tras ciertas situaciones y diálogos.
Definitivamente, me quedo con las arquetípicas parejas del cine de Allen. Al menos no me aburren. E incluso, a veces, hasta me las creo... Aunque, analizando fríamente mi desengaño ante Closer, he descubierto que posiblemente éste sea debido a que la propia Natalie Portman ordenó eliminar una escena en la que se mostraba absolutamente desnuda ante la cámara. Lástima. Estoy seguro que sin ese corte, la película, a mi gusto, habría ganado algún que otro punto más.
En DVD... ¿saldrá el Director's Cut con la secuencia eliminada?
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