3.3.07

Con el genuino sabor de los clásicos

A Steven Soderbergh siempre le ha gustado experimentar con el cine, jugar con formatos y estilos diferentes y arriesgarse con propuestas difíciles y distintas, tal y como hizo en el aburridísimo Bubble, el film anterior al recién estrenado El Buen Alemán. Éste es un título que llega precedido de cierta mala prensa, pues tuvo una pésima acogida en el pasado Festival de Berlín, aunque, vistos los resultados, les aseguro que esa "mala acogida" es de lo más falso que se puedan tirar en cara, ya que las numerosas críticas negativas que recibió fueron debidas a que se proyectó en versión original inglesa, a pelo, sin subtítulos en alemán para los periodistas germanos acreditados en el certamen. Y con la -en parte, lógica- pataleta de la prensa, quien salió perdiendo fue Soderbergh y su brillante producto.

El Buen Alemán es otro de esos experimentos del realizador aunque, en este caso, se trata de un ensayo estupendo: un homenaje en toda regla -tanto visual como temático- a aquellas películas que, a finales de los 40 y principios de los 50, se rodaron en la destrozada Berlín de postguerra; una ciudad de la que todos querían sacar tajada y en la que el mercado negro empezó a campar a su aire. Billy Wilder (Berlín Occidente), Jacques Tourneur (Berlín Express) e incluso Stanley Kramer (Vencedores o Vencidos), fueron algunos de los cineastas que recurrieron a la ruinosa capital para utilizarla como escenario ideal de sus películas. Y, consciente de ello, Soderbergh ya apunta directamente a esas cintas desde sus miméticos títulos de crédito, realizados a modo y manera de los films homenajeados. De hecho, la espléndida fotografía en blanco y negro, su cuadro de pantalla bastante más reducido de lo habitual, las imágenes documentales que inserta bajo los créditos y la excelente partitura musical de Thomas Newman (al más puro estilo de Frederick Hollander), hacen pensar que uno se encuentra ante una recuperada joya de serie B producida por la RKO de la época dorada.

Y no sólo quedan aquí los cuidados guiños cinéfilos pues, a lo largo de El Buen Alemán, hay un par más de claras referencias a El Tercer Hombre y Casablanca, dos títulos míticos que, sin lugar a dudas, cambiaron el rumbo y la manera de hacer cine. Incluso su guionista, el prestigioso Paul Attanasio, en la adaptación de la novela de Joseph Kanon en la que se basa, ha optado por dotar a sus diálogos de un aire muy clásico, lo cual se nota a la perfección en las ingeniosas réplicas que, a lo largo del metraje, van soltándose entre sí todos sus personajes. Un buen ejemplo de este toma y daca dialéctico se encuentra en la escena del bar, aquella en la que se encuentran, por primera vez y cara a cara, George Clooney y Cate Blanchett; una camaleónica Blanchett que, en esta ocasión, crea una deslumbrante composición a lo Marlene Dietrich, ensamblando -en un mismo personaje- los roles de la actriz alemana para dos películas de Wilder, la citada Berlín Occidente (de donde saca su cara más dulce) y la magistral Testigo de Cargo.

La historia, en un principio, parece muy sencilla, pero su laberíntico guión -rocambolesco y con deliberadas lagunas en su narración, igual que sucedía en el de William Faulkner, Leigh Brackett y Jules Furthman para El Sueño Eterno- acaba complicando la trama de manera sublime; una intriga triangular (o, casi mejor dicho, cuadrangular), en la que se mezclan diversos caracteres: una mujer alemana dispuesta a abandonar Berlín al precio que sea; el difunto marido de ésta, al que rusos y americanos buscan con un empeño desmesurado; un periodista militar, norteamericano, recién aterrizado en el país para cubrir la conferencia de paz de Postdam, y el joven chófer que le han asignado a este último para sus desplazamientos por la ciudad (un desconocido y perfecto Tobey Maguire en un papel al margen de sus trabajos usuales).

Gracias a El Buen Alemán, por su elegancia y savoir faire, volverán a recuperar ese regusto delicioso que dejaban los clásicos de antaño. Aunque, para ser un producto redondo del todo, sólo le falta la presencia de Cary Grant, de cuya sustitución se encarga Clooney de manera casi perfecta. Un film interesante y muy recomendable que, sin embargo (y por encontrarle algún mínimo defecto), carece de algunos toques humorísticos, lo cual hubiera paliado (en parte) la sobriedad con la que ha sido tratado.

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