Ayer la volví a ver. Y sigo opinando que se trata de una obra maestra. Una de las cumbres del género fantástico y, en su época (a principios de los 60) una nueva manera de tratar las películas de fantasmas. Se trata de The Innocents, de Jack Clayton, en España pésimamente traducida como ¡Suspense! (con exclamaciones incluidas).
Basada en la novela de Henry James, Otra Vuelta de Tuerca (adaptada en varias ocasiones para la pantalla grande), el realizador británico consiguió uno de los films más novedosos y sorprendentes de una década que, en muchos aspectos, se distanció de todas las títulos anteriores con mansiones embrujadas y espectros sin descanso. Clayton dotó a su trabajo de un estilo propio que, con posterioridad, fue explotado hasta la saciedad. Y jamás con la fuerza y pasión que contiene The Innocents.
En la historia convergen varios elementos clásicos del género: una institutriz soltera, un par de hermanos huérfanos (Miles y Flora) y una gran y solitaria mansión en medio de un bosque, al lado de un enorme lago. Tres ingredientes básicos que el director moldea a su gusto, sin falsedades y otorgándole un crescendo narrativo insuperable.
Tras los niños se esconde algún oscuro misterio. Son perversos. Mienten y tergiversan cuanto cuentan. Son manipuladores. Un par de extrañas presencias fantasmagóricas pululan por el edificio. Y la niñera, temiendo lo peor, intentará salvar del mal a las dos hermanos.
No hay fuertes subidas de tono en su banda sonora para asustar al espectador; ni una sola. Tampoco aparecen en escena, de golpe y porrazo, inesperados elementos distorsionadores. Y, sin embargo, crea una atmósfera de tensión e inquietud pocas veces superada en el género. Se apoya en la excelente fotografía en blanco y negro de Freddie Francis, el cual, con una sabiduría visual innegable, sacó el máximo rendimiento posible al formato scope. Sombras, luces y contrastes son las grandes bazas, junto con su meticuloso guión, con las que Jack Clayton construye un ambiente sofocante.
Gótica y fantasmagórica. Obscena y morbosa. Cruel y sorpresiva. Un melodrama hiriente que, en su tiempo y en nuestro país, no acabó de ser comprendido en su totalidad. El (falso) doblaje español, y algún que otro tijeretazo, se encargó de ello. Y es que, en el fondo, The Innocents es un film amoral, totalmente atrevido y valiente que contaba, además, con una madura e insuperable Deborah Kerr para dar vida a Miss Giddens, la institutriz desesperada y atemorizada (y, por qué no, enamorada), la cual, a pesar de su estatus, no dudó ni un segundo en aceptar un papel conflictivo en un producto con un final duro y desolador.
Martin Stephens, el joven actor que daba vida al maquiavélico y diabólico Miles, fue otro de los puntales del film. No en vano, un año antes, esa criatura despiadada y temible, fue uno de los escalofriantes niños protagonistas de la espléndida El Pueblo de los Malditos.
No dejen de verla. Es una maravilla. Cine de terror del que ya no se hace y al que vale la pena recuperar y reivindicar. Hecho con conciencia. Piensen que, títulos como Los Otros o The Haunting (la versión del 63), le deben mucho a The Innocents.
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