En 1902 Benito Pérez Galdós publicó la novela Nazarín. Más de 50 años después, Luis Buñuel decidió llevar una adaptación de la misma a la pantalla grande. Fue durante la época mejicana del maestro. Y aprovechó, al mismo tiempo, para distanciarse un poco del surrealismo exagerado que, hasta ese momento, había plasmado en su obra, aunque sin renunciar a él del todo. Un Cristo que ríe y su discutida escena final (en la que una mujer le regala una piña al sacerdote protagonista), hicieron correr ríos de tinta y toda clase de especulaciones y teorías sobre lo que quería decirnos, con esas imágenes, el cineasta de Calanda. Como era habitual en él, negó cualquier doble lectura de esos pasajes, afirmando que personalmente también querría averiguar lo que se escondía tras esas imágenes. Genio y figura hasta la sepultura. Un provocador en toda regla.
Nazarín muestra un pasaje de la vida del padre Nazario, un sacerdote español afincado en una pequeña habitación de una pensión de mala muerte en Méjico. Él es un hombre creyente, bueno y honesto en extremo. Respeta el voto de pobreza para así poder convivir al lado de los más humildes con sus mismas condiciones. No le molesta pasar penurias y, al mismo tiempo, repudia la violencia. Es de los que ofrecen una mejilla si les dan primero en la otra. En su morada da amparo a prostitutas y a delincuentes, lo que acabará convirtiéndole en un personaje buscado por la justicia y acusado de complicidad en un asesinato. Aquí, en su huida, empezará el largo peregrinaje del cura por el país. Un peregrinaje que, para muchos de sus seguidores, acabará convirtiéndole en una especie de santo.
Al contrario que en otras ocasiones, Buñuel deja a un lado su particular sentido del humor. Su sátira religiosa es mucho más sutil que en títulos anteriores, aunque igual de inteligente. Muestra milagros de Nazario que no son tales. Hace un perfecto dibujo de los fanáticos religiosos devotos del sacerdote protagonista. Éstos, con sus halagos y exageraciones, son capaces de convertir a un tontorrón como Nazario en un personaje divino y portentoso. Y el curilla, honrado y bonachón, en lugar de aprovecharse de la situación, intenta convencer a sus parroquianos de lo contrario. Y con su insistencia, aún potenciará más la exaltación de los feligreses.
Paco Rabal está excelente. Bueno, este hombre siempre ha estado magnífico. Tanto daba el pego de sacerdote como de macarra. Un actorazo inmenso, de lo mejor que ha dado nuestro país. Único e irrepetible. Construye a Nazario sin ningún tipo de desmesura, con una sobriedad total. Y destaca, sobremanera, ante el resto de actores, la mayoría de los cuales resultan demasiado exagerados en sus distintos papeles. Y es que a Buñuel se le va la mano en la caricatura extrema. Sus putas, por ejemplo, parecen verdaderas peponas con sus rostros pintarrojeados, lo cual, junto con otros detalles demasiado abultados, rompe un tanto con el toque de realismo que intenta infundarle al film.
Inevitablemente acaba recurriendo a su particular universo buñueliano. Algún que otro enano, ciertas divagaciones oníricas y un extraño aire de western -en su fragmento final- son una buena muestra de ello.
Nazarín nos propone una duda: ¿Nazario es un santurrón o un tontolculo? Al igual que en la citada escena final (la de la piña), Buñuel nos deja con la incógnita. Allá cada cual con sus creencias. Y después de tanto artificio, la película queda atrancada, sin posibles soluciones. Todas las buenas intenciones vertidas en su desarrollo acaban pendientes de un finísimo hilo. Hora y media de metraje para nada. Mucho universo buñueliano y poca cosa más.
Eso sí, el producto tiene personalidad propia, como la mayor parte de la filmografía del realizador. Pero tan solo se queda en eso, en la personalidad. La chicha que ofrece es poca y repetitiva. Y sin sentido del humor. Aparte de que, a Nazarín, le pesan demasiado los años con lo cual, ahora, no es más que un film rancio difícil de digerir.
Por cierto... ¿por qué Nazarín si el protagonista se llama Nazario?
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