13.12.05

Las comparaciones son odiosas, pero...

El último film de Roman Polanski ya está aquí. En esta ocasión se trata de un remake. O, si lo desean, de una nueva adaptación de Oliver Twist, la inmortal novela de Charles Dickens.

Sin contar la patética versión animada (y libre) que hizo en su día la Disney, Oliver y Compañía, ni con otras versiones también olvidables, valdría la pena recordar que con anterioridad, dos cineastas de la talla de David Lean y Carol Reed dieron su propia visión sobre el libro. Y, en concreto, la de Reed, el Oliver musical, se basó en la estética y en el ambiente del film de Lean para bordar una obra maestra en toda regla.

Nunca entenderé el porqué Polanski ha decidido revisar el mismo libro, pues la meta de superar la película musical es casi imposible. Y, vistos los resultados, se ha quedado a medio camino. Con respecto a las anteriores, varía ciertos aspectos e introduce nuevos pasajes en la historia, siendo posiblemente hasta más respetuoso con el original literario. Tratándose de un director con fama de morbosillo, evita caer en la tentación de hacer un producto en exceso sombrío. Y eso tiene mucho valor, pues el hombre, con un material como el de Dickens entre sus manos, se podria haber ensañado mucho con las penurias del joven protaginista. Y, por suerte, en ese aspecto no se pasa en absoluto, aunque juega siempre al límite.

Se muestra muy pulcro y detallista en su puesta en escena. Impecable. Su dirección artística es envidiable. Una pura maravilla. De un perfeccionismo que le acerca al obsesivo Kubrick. Y aquí, en esta minuciosidad escénica, estriba el gran problema de este film, pues Oliver Twist se queda sólo en su envoltorio: en su academicismo narrativo y en el virtuosismo con el que maneja la cámara.

Consciente de que el referente firmado por Carol Reed estaba muy presente en toda una generación concreta (los que ahora pasamos de los cuarenta), ha optado por darle un tratamiento menos colorido a su fotografía. Tonos grisáceos y oscuros, tal y como hizo en su poco recordada Tess, intentan matizar más el drama del pequeño huérfano protagonista. Pero, muy a su pesar, a la película le falta alma. No tiene suficiente gancho; no acaba de atrapar al espectador. Y, aunque su final resulte muchísimo más duro que el de su antecedente, aquel transmitía mucho mejor la amargura reflejada en la obra de Dickens.

El esquema narrativo es, más o menos, idéntico al del libro y al de sus dos versiones anteriores. El orfanato, la funeraria, la escuela de ladronzuelos y la mansión de sus padres adoptivos siguen presentes. Su escenografía (repito, perfecta) se basa igualmente en sus precedentes, aunque en esta ocasión cuidando hasta el último detalle. Quizás es por ello, por ese exceso de realismo visual, que el director se haya olvidado de darle más fuerza a las vicisitudes y amarguras que ha de soportar el pequeño Oliver.

Es posible que ese distanciamiento existente entre la pantalla y el patio de butacas, aparte de la frialdad con que está relatada, sea debido también a la presencia de Barney Clark, el pequeño que da vida al huérfano, el cual, en muchos momentos, no está a la altura de la situación. De todos modos, en contrapartida, se encuentra un excelente Ben Kingsley quien, gracias a su metódica interpretación y a un cuidado maquillaje, resucita físicamente al personaje que representaran con igual fortuna Alec Guinness y un magistral Ron Moody, el avaro Fagin. Kingsley no tiene nada que envidiar a estos. Al contrario: no me extrañaría nada que, este año, consiguiera el Oscar a mejor actor secundario.

No negaré que sea posible que esté demasiado condicionado por la versión de Carol Reed. Seguro que es así. La volví a ver hace un año y me sigue maravillando. Todos somos humanos y a veces, aunque no lo crea conveniente, es imposible no recurrir a títulos anteriores para juzgar un trabajo similar. El propio Polanski, en más de una ocasión, ha reconocido la influencia de ese film en su adaptación. Y, la verdad, le ha sido imposible llegar más lejos de lo que hizo el director de El Tercer Hombre.

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