5.9.11

The Great Mental Masturbation (Mad Doctor a la manchega)

Almodóvar sigue en sus trece. La Piel Que Habito vuelve, de nuevo, a los temas más recurrentes de su ya extensa filmografía: la identidad sexual y la ambigüedad sexual son sus principales puntos de mira. Por detrás, guiños al cine de toda una vida (incluido su propio cine) y, de forma menos velada, un (fallido) homenaje al giallo italiano. La gran paja mental ya está servida.

La Piel Que Habito, al igual que Hable Con Ella, es un film enfermizo, casi diría que de mal gusto. Un thriller que deriva hacia un melodrama rocambolesco en el que un cirujano plástico, traumatizado por la temprana muerte de su esposa y la posterior violación de su hija, urdirá una perversa venganza que, al mismo tiempo, le servirá para experimentar en el apartado de la cirugía transgenérica.

El cineasta manchego no ha sabido encontrar el tiempo adecuado para plasmar en imágenes su gótica propuesta. La película avanza poco a poco, muy lentamente. Se pierde en flash-backs y forzados monólogos (como el de Marisa Paredes) para orientar al espectador en una trama que, a pesar de contar con muy pocos personajes, resulta en exceso complicada. Busca el suspense y no logra crear ningún tipo de tensión: solo aburrimiento. Su realización, en este aspecto, se me antoja demasiado plana.

La búsqueda constante y premeditada del mal rollo en las plateas ha hecho que incluso se olvide de su peculiar (y siempre celebrado) sentido del humor. Y éste, a modo de parche sin sentido, sólo aparece en la (insostenible e innecesaria) colaboración de su hermano Agustín, protagonista de un chiste metido en calzador en medio de su oscuro argumento.

Por no funcionarle, en esta ocasión ni le funciona su tan cacareada dirección de actores. Marisa Paredes, totalmente inexpresiva, se asemeja a un monolito parlante; mientras que Blanca Suárez, en el rol de la hija del mad doctor, resulta de lo más forzada (y poco creíble) en su papel. Y todo ello corriendo un tupido velo sobre el infumable trabajo de Roberto Álamo, Zeca en el film (y Tigretón para los amigos), sobre el que recae uno de los episodios más penosos y disléxicos de la función.

Si algo bueno (y salvable) tiene La Piel Que Habito es la presencia de Antonio Banderas y de Elena Anaya. Él demuestra su profesionalidad ante la cámara y sale a flote con un papel controvertido, mientras que ella, afianzándose cada vez más en esto de la interpretación, con su impresionante trabajo hace viable a un personaje imposible.

Un film hermético, cerrado, muy propio de ese Almodóvar ansioso por ser etiquetado como director de culto, de gran autor, de ese que castiga con sus pajas mentales a su público más fiel: el mismo Almodóvar cansino y repetitivo de Hable Con Ella o La Mala Educación.

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