Jordi Dauder, uno de los actores catalanes más prestigiosos y populares, nos abandonó ayer a los 73 años de edad. Un hombre comprometido en temas políticos, activista de izquierdas, que antes de subirse a los escenarios en nuestro país pasó 15 años exiliado en París, lugar en el que, a través de distintos movimientos sociales, estuvo involucrado en la revuelta del mayo del 68.
Escritor, poeta, actor, doblador y director de doblaje. El cine, la televisión y el teatro siempre contaron con él. Una actividad, la de actor, que no empezó a ejercer de modo profesional hasta los años 80, época en la que regresó del exilio.
Hace un par de años, durante un homenaje a su carrera que le rindió el Fecinema (Festival de Cinema Negre de Manresa), tuve el honor de compartir mesa con él en varias ocasiones. Allí descubrí que se trataba de un hombre afable y conversador, alejado totalmente de aquellos personajes un tanto pérfidos en los que se le había encasillado. A propósito de este tema, nos contó la anécdota de una mujer que le espetó tal encasillamiento. “No, señora, no siempre” fue su respuesta, irónica y con sentido del humor, “en Camino interpreto a un sacerdote”.
Ayer su muerte me pilló desprevenido. Aún le recuerdo con cariño durante esos días por Manresa, lugar en el que, cada vez que se cruzaba conmigo, me soltaba el siguiente requerimiento: “Tu, noi, dona’m una cigarreta”. Nunca antes un gorrón me había caído tan bien. Y más si me pedía el cigarrillo con idéntica entonación a la de Nick Nolte o Gregory Peck, actores a los que puso su voz en más de una ocasión.
Jordi, descansa en pau.
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