19.5.11

Cualquier tiempo pasado fue mejor

El déjà vu anual de Woody Allen ya está en cartelera. Midnight in Paris es su título. Con éste, ya es su segundo film, tras Todos Dicen I Love You, con el que el director neoyorquino se pasea por la ciudad de las luces. De hecho, pese a la elevada dosis de pedantería que amaga, se trata de un homenaje onírico de Allen a París, reflejando en sus fotogramas la idealización de una época y de un lugar, concretamente de ese hervidero de intelectuales que, en los años 20, coqueteaban con la jet set del momento.

Al igual que en La Rosa Púrpura de El Cairo (o, tal y como apuntan los gafapastas, al Brigadoon de Minnelli), Allen transporta a su protagonista principal al pasado, justo a los años veinte, cuando la ciudad europea bullía de sabiduría y esplendor, viendo inundadas sus calles de gente como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Dalí, Buñuel, Cole Porter o T. S. Eliot, entre otros muchos. Así Gil, el personaje de Owen Wilson, claro alter ego de Woody Allen, aprovechará sus fantasiosas incursiones en el ayer para opinar sobre literatura y otras artes con sus ídolos de toda la vida. En este caso, los fantasmas del director de Annie Hall huelen a petulancia que tumba de espaldas.


Las relaciones de pareja, el sexo, el sentido de la vida o la muerte, son temas eternos (y ya diría que enfermizos) en el cine del realizador. Sobre ellos, inevitablemente, da una y mil vueltas por enésima vez. Por mucha pincelada quimérica que le haya querido otorgar, siempre acaba siendo lo mismo. Woody Allen fue uno de los mejores: su cine ha sido grande, inmenso, pero hace unos cuantos años que no arranca y permanece encallado en un bucle del que le cuesta escapar.

El frescor de sus diálogos ha desaparecido por completo. Sus chistes ya no son agudos e incluso, como sucede durante el aparte de Gil con Luis Buñuel, resultan de lo más fácil y pueril. La falta de ideas (posiblemente debida a la obligación de estrenar un título cada año) hace que se repita hasta la saciedad, tal y como demuestra la creación del personaje del citado Gil, de nuevo un guionista de Hollywood que, frustrado por su empleo, decide escribir un libro a pesar de la falta de inspiración por la que está pasando. ¿Cuántas veces ha recurrido Allen en su filmografía a esta misma figura? La verdad es que ya cansa.


Después de su horripilante Vicky Cristina Barcelona, quizás haya descubierto su verdadera faceta actual. Confeccionar atractivos folletos turísticos europeos se le da de maravilla. Y es que lo mejor de Midnight in Paris, aparte del atractivo cartel publicitario, del sorprendente trabajo de Owen Wilson y de la melancólica mirada de Marion Cotillard, son los minutos iniciales en los que, antes de entrar en materia, muestra Paris (y sus monumentos) desde todos los ángulos y a través de distintas tonalidades. Por la mañana, al atardecer, con lluvia y al anochecer. No se deja ni un solo rincón de la capital francesa por explorar. Luego, una vez finalizado el recorrido a golpe de postales, vuelve a lo de siempre, aunque con el forzadísimo añadido de un viaje onírico y temporal.


Una pareja en crisis, un escritor americano (también en crisis creativa) enamorado de la “poesía” que desprende París, un montón de gente bien a su alrededor (muy culta y muy cretina) y un desfile de fantasmas históricos a cual más tópico. El déjà vu está servido. Y la moraleja, muy aplicable a su propio cine, también: "cualquier tiempo pasado fue mejor".

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