6.5.11

Los ojos de la hija de Julia

Desde la decepcionante Obaba, han tenido que pasar casi seis años para que el navarro Montxo Armendáriz vuelva a colocarse tras la cámara. No Tengas Miedo significa su regreso a la palestra: una historia de superación personal protagonizada por Silvia, una joven de 25 años marcada por los abusos sexuales que empezó a sufrir por parte de su padre a muy temprana edad. La televisiva Michelle Jenner (Los Hombres de Paco) asume de forma excelente el papel principal. Lluís Homar y Belén Rueda, quienes ya habían ejercido de matrimonio en Los Ojos de Julia, vuelven a repetir como pareja y padres de Silvia.

No Tengas Miedo es un film valiente y bienintencionado, primero por el arrojo de acercarse a un tema que muchos (erróneamente) prefieren considerar como tabú y, segundo, por reflejar a la perfección el dolor psíquico que arrastran sus víctimas durante el resto de sus días. Y ello, con nota alta, queda perfectamente definido en el nuevo título de Armendáriz.


Quizás, la poca empatía que tuve con la cinta, resida en su poca profundidad expositiva y en el frío distanciamiento con el que retrata a los personajes de los padres de la joven protagonista, así como en esa inseguridad que demuestra a la hora de apostar por un estilo narrativo concreto, debatiéndose entre la ficción pura y dura (aunque realista) y el docudrama, sin decantarse jamás por uno u otro y embarcándose en un (innecesario) desfile de testimonios que narran sus experiencias personales directamente a la cámara.

La lentitud con la que está planteada (tónica habitual en el cine de su director) hace que su escasa hora y media de metraje se acabe eternizando para el espectador. En lugar de explorar (y explotar) la hipocresía de una madre que prefiere ignorar a plantar cara o de vapulear la figura de un padre demoníaco, prefiere centrarse en la tristeza de Silvia, siguiéndola cámara en mano en sus largas caminatas en solitario y con la mirada perdida por las calles de su ciudad.

Nunca llega esa esperada escena que rompa con fuerza la monotonía de la que hace gala. La esboza, pero no la desarrolla hasta las últimas consecuencias, cuando deja solas, cara a cara, a madre e hija en la mesa de un restaurante. Y vuelve a asomar, brevemente, cuando por fin Silvia decide mirar directamente a los ojos de su padre. Dos escenas necesarias, perfectamente ideadas e insertadas, pero no finalizadas con la mala leche que muchos desearíamos para paliar el infierno que vive la joven Silvia.

A pesar de las irregularidades de un guión no muy contundente y del distanciamiento emotivo que demuestra con la mayor parte de sus personajes, hay que aplaudir a Montxo Armendáriz por descubrir abiertamente una verdad que sucede demasiado a menudo a nuestro alrededor.

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