Aquí tienen la quinta entrega del repaso a la filmografía íntegra de Almodóvar, justo al día siguiente de que el enfant terrible y su hermanito Agustín hayan demostrado que jamás han sabido perder con dignidad. Raro es que, tras cualquier entrega de premios, ese dúo dinámico no nos salga con alguna que otra pataleta de niños malcriados. Pero, querido Pedro, para ganar hay que hacerlo bien y precisamente La Mala Educación no era un ejemplo muy clarificador de lo que es una buena película.
Seguramente ahora, después de darse de baja en la Academia, los dos hermanos Almodóvar dormirán más tranquilos y relajados. A lo mejor, sin la necesidad imperiosa de la competitividad esa que siempre ha corroído a Pedrito (creyéndose el mejor de los mejores), empezará a filmar películas más frescas. Quién sabe, pues éste hombre parece estar enquilosado desde hace bastantes años. Y, para muestra, el pequeño análisis de los dos títulos que, siguiendo el orden cronológico habitual, tocan esta semana.
Tacones lejanos (1990)
Con este film, Almodóvar inicia un claro periodo de falta de ideas, de alarmante decadencia, que no superaría hasta tres títulos más tarde con Todo Sobre Mi Madre. Sus ganas de buscar la originalidad al precio que fuera y de rizar el rizo en todo momento, le llevaron a maquinar una trama excesivamente melodramática en el seno de un triángulo familiar y, concretamente, a través del reencuentro de una madre con su hija, de la cual, el marido de ésta, había sido el antiguo amante de la progenitora. Como en un culebrón mejicano, pero con el ya oxidado toque almodovariano
Transformismo, crímenes, pasión, celos y música se mezclaban, de manera forzada, en un producto tan rocambolesco como aburrido, del que cabría destacar, tan sólo, el sentido del humor de su parte inicial (perdido, después, en medio de un maremagnum de despropósitos trágicos) y el trabajo de sus protagonistas principales: una impagable Marisa Paredes, una todo terreno Victoria Abril y un travestido Miguel Bosé (innegablemente la sorpresa más inesperada, por impensada, de la película).
Una atípica coreografía en el patio de recreo de una prisión de mujeres, encabezada por Bibiana Fernández (aka Bibi Andersen), en plan West Side Story pero en cutrón, junto con la torrida escena de amor entre un afeminado Bosé y una lanzada Victoria Abril, son los dos momentos más comentados y recordados del fallido producto.
Kika (1993)
Posiblemente, junto con Matador, ésta sea una de las peores películas de Pedro Almodóvar en la que, además, pareció dejar aparcada una de sus mejores constantes, la de director, pues, en esta ocasión, no estaba ni siquiera bien filmada, demostrando un uso caótico y desacertado de la cámara como medio narrativo.
Victoria Abril, envuelta por un disfraz un tanto marciano, repetía por tercera vez con el realizador, siendo su interpretación, junto con la de Verónica Forqué (en su tercera incursión en ese particular submundo), lo más destacable de un título caótico y sin sentido, sin olvidar, por supuesto, una divertidísima escena con la propia madre del manchego.
Kika se urdió como una fallida crítica a la telebasura, en la que una atípica presentadora (sacada directamente del mundo sci-fi), Andrea Caracortada, conductora de un crudo reality-show televisivo, seguía a todas partes con su cámara a Kika -una maltrecha maquilladora de su propio equipo-, analizando su crisis matrimonial y los efectos que causaban en ésta las influencias de los personajes cercanos a su círculo más íntimo.
Repetían los de siempre (Bibi Andersen, Rossy de Palma), pero, en esta ocasión, añadía nuevos rostros a su colección particular: Álex Casanovas (soso entre los sosos), Anabel Alonso, Jesús Bonilla, Karra Elejalde y Charo López. La sorpresa (errónea) la quiso dar con la presencia de un actor norteamericano, Peter Coyote, quien, recién llegado de trabajar con Polanski en la excelente Lunas de Hiel, se encontró en medio de Kika más perdido que el propio Coyote corriendo en busca del Correcaminos.
En definitiva, una tragedia que dejó indiferentes a casi todos y en la que, para variar, incidió en ese tipo de dirección artística ofensivamente modernilla cuando, en la época de su estreno, ya empezaba a atufar un poco esa estética.
De todos modos, Kika sirvió para descubrir, a más de uno, que lo del tema Almodóvar se trataba más de un bluf inmenso que de otra cosa.
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