Algunos de ustedes estarán esperando, como posesos, que arremeta con cierta saña contra la película ganadora de la última edición del Festival Internacional de Cinema de Catalunya (Sitges), la coreana Old Boy, aquella que muchos, ya antes de estrenarla siquiera, ya habían convertido en película de culto. Y la verdad es que, sin ser un producto redondo, tampoco lo voy a destripar al cien por cien, pues éste tiene sus aciertos (que son muchos) y sus errores (que también son un buen montón).
Old Boy nos narra la historia de una venganza. O, mejor dicho, la de una venganza a partir de otra venganza. O, según como se mire, la de una venganza originada por otra venganza. En definitiva, una estrambótica muñeca rusa perfilada con cierto atino por Chan-wook Park, el de Sympathy for Mr. Vengeance, un film no estrenado en salas comerciales, visto sólo en canales digitales de pago, pero que goza de cierto prestigio entre los enganchados a la mula del ciberespacio. Vaya, que estamos ante un coreano especializado en desagravios.
La película arranca cuando, tras una noche de borrachera, un tipo insolente y pendenciero es secuestrado por un extraño grupo. Tras quince años de encierro será liberado de manera inexplicable. Durante su cautiverio su esposa y su hija han sido asesinadas, convirtiéndose en el principal chivo expiatorio de la muerte de estas, ya que todas las pruebas le señalan directamente a él como autor de las mismas. Dispuesto a conocer que se esconde tras todo ello y vengar esos crímenes y su propio rapto, descubrirá que, en realidad, él también ha sido víctima de una metódica venganza.
La idea es buena. Interesante. Ante todo original. Pero ese afán desmesurado de su realizador por sorprender cada cinco minutos, forzando giros para ir enmarañando su gigantesca (a veces grotesca) muñeca rusa, me rompieron todo tipo de esperanzas por esa historia. Un afán, por otra parte, exhibicionista y con ganas de ser rompedor y que, por culpa de la exageración continua que ello conlleva, hace que además la cinta no termine nunca, amontonándose un final sobre otro final, como en esos films cansinos en el que el presunto malo, ya machacado y muerto, se levanta, tres o cuatro veces más, para alargar un tanto su metraje. La única diferencia es que Chan-wook Park no juega a resucitar muertos (¿o sí?) para pegarnos el susto de rigor. Él es un poco más inteligente y nos desvela inesperadas cartas (marcadas), salidas, una detrás de otra, de su manga. Golpes de guión tan efectivos como falsos e improbables, acumulados uno encima del otro en su fragmento final y urdidos, tan sólo, con la única y malsana intención de dejarnos a todos boquiabiertos.
La absurdidad de la escena de la liberación del protagonista o la ingestión de un pulpo crudo y vivo por parte de éste, esconden, en parte, ese tono fantástico e irreal con el que su realizador quiere envolver a toda la película. Y, para mí, es una lástima esa elección, pues precisamente este tipo de colgadas en su narración (bastante orientales, por otra parte), distancian al espectador medio de sus verdaderos aciertos, pues tras Old Boy se amaga un relato totalmente amoral, en nada puritano (sino todo lo contrario) y con una de las historias de amor más trágicas (y bellas) plasmadas en mucho tiempo, en donde el pecado y su purgación acaban tomando cuerpo de manera casi terrorífica.
Y no sólo eso, sino que la fuerza de sus imágenes es de lo mejorcito que, en ese aspecto, se ha visto en los últimos meses. Ríanse ustedes de la plasticidad visual del cine de Jeunet y compañía, pues este coreano les va a la zaga, aunque sin moderneces escénicas y amparándose únicamente en los recursos más clásicos del séptimo arte. De este modo sabe sacarle el máximo partido posible al formato scope, casi igual a como lo hacían los grandes del cine. El golpe de uno de los protagonistas contra un inmenso ventanal, quedándose suspendido en el aire antes de que este se rompa en mil pedazos o la lucha a martillazo limpio, filmada a través de un envidiable travelling lateral, son buenos ejemplos de esa utilización.
Lástima de lo rocambolesco de su guión, de ciertas colgadas a lo largo de su narración y de esas ganas tremendas de rizar el rizo en su resolución final, pues por la causticidad y fiereza de su historia, por el tratamiento (exquisito) de la violencia (furibunda) y por el cuidado tratamiento de su imagen, poco podría envidiar de los momentos más conseguidos del cine de Tarantino o de Fincher. Con un poco de suerte y puliendo asperezas (bastantes), a lo mejor, dentro de unos años, tenemos a un director más que prometedor.
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