Cuando la vi hace años en su estreno no entendí el culto creado alrededor de este título ni alrededor de su propio director, Luc Besson, pues ninguna de sus películas anteriores me habían acabado de convencer. Tanto Kamikaze 1999 como Subway me parecieron meros productos de fácil entretenimiento, aunque, eso sí, mejor acabados que otros títulos franceses de la época. Después, antes de El Profesional (Léon), se embarcó en esa pedantería interminable de El Gran Azul y en la muy irregular (e inmerecidamente reverenciada) Nikita. Aunque, al menos, en esta última, había la tentadora presencia de Anne Parillaud, la cual la hacía mucho más digerible de lo previsto.
Aún he de ver el producto redondo, al cien por cien, de Besson. Hasta la fecha, el único que encuentro ciertamente resaltable (que no perfecto) es El Quinto Elemento, pues su apabullante y exageradísima visión de Juana de Arco (larga a matar) me dejó más aturdido que otra cosa. Y es que de este hombre siempre me ha molestado sobremanera esas ganas de querer ser más norteamericano que europeo. Las ganas de imitar el look de los grandes productos de acción yanquis le restan personalidad. Nunca se ha sabido adaptar a sus posibilidades como, por ejemplo, hizo Melville en su tiempo, capaz de darle la vuelta al cine negro para hacerlo un poco más suyo. Le cinema noir, para entendernos..
En El Profesional juega a lo mismo de siempre, a ser más americano que los propios americanos. Aunque, a diferencia de sus títulos anteriores, narra una historia con mucho más empaque y que, en parte, se muestra deudora de la Gloria de Cassavetes. La cinta, ambientada en las calles de Nueva York, nos muestra la extraña relación creada entre un asesino profesional, al servicio de la mafia italoamericana, y una espabilada chiquilla de 12 años, dispuesta a vengar -apoyándose en las enseñanzas del primero- el cruento asesinato de su familia. Él, Léon, es un tipo duro, maduro, un tanto corto de entendederas, adicto a la leche y con una sola cosa de su propiedad: una planta a la que cuida como si fuera su propio hijo. Ella, Mathilda, la niña, ha tenido una infancia muy marcada por su déspota padre y su tirana madrastra y si por algo quiere llevar a cabo esa venganza es por la muerte de su estimado hermano pequeño, no tanto por la de sus padres y la de su hermanastra. Pronto descubrirá que detrás de su nuevo protector se esconde un buen hombre; un hombre solitario con el que no le importaría compartir el resto de su vida. Él, por su parte, encontrará en la jovencita ese amor que se le había ido negando hasta ese momento.
La cinta funciona a dos niveles. Por un lado la plasmación de esa relación atípica entre el criminal y la pequeña; una relación perfectamente definida y delimitada por Besson, alejada de las connotaciones morbosas o enfermizas que podrían encontrarse en un tema de estas características, pues el realizador consigue que ésta fluya de manera natural, como algo inevitable en dos seres esquivos y abocados al abismo. En ese aspecto, la cinta funciona a las mil maravillas. Y más teniendo en cuenta que parte de esa excelente funcionalidad se deba a la química existente entre un magnífico Jean Réno y una debutante Natalie Portman. Y ella, con sólo 12 añitos de edad, incluso conseguía eclipsar a su compañero en muchos momentos. Y es que esa muchacha siempre ha estado soberbia. Sólo tienen que verla ahora, ya más crecidita, en Closer.
El otro nivel de la película se encuentra en su aspecto más cercano al thriller, al cine de acción, puro y duro, del más violento y espectacular. Y es allí en donde la película funciona más a trompicones, a trancas y a barrancas. Por dos claras razones. Una es la presencia de un insoportable Gary Oldman quien, en la piel de un desquiciado policía corrupto, condimenta una de aquellas cargantes actuaciones que no van más allá del puro histrionismo y en la que, incluso, en un toque de delirio autocomplaciente, acepta darse un homenaje a sí mismo citando en varias ocasiones a Ludwig van Beethoven, personaje que justo acababa de interpretar en la ridícula Amor Inmortal, bajo las órdenes de Bernard Rose. Y es que aquí, Oldman, como en muchas otras películas, está como para darle de hostias... Y luego algunos dicen de Jim Carrey...
La otra pega está en el tratamiento de sus escenas que más se acercan al cine de acción y/o suspense. No precisamente por la manera de filmarlas, ya que están perfectamente trazadas y definidas, sino más bien en la poca o nula credibilidad de las mismas. No negaré que tienen gancho, pues tanto en su explosión inicial (la presentación del metódico sistema de trabajo de Léon) como en la trepidante y violenta resolución final, Besson sabe impregnarle fuerza a su narración, gracias a un montaje milimétrico y a un efectivo despliegue de efectos especiales. El problema estriba en que no cuela en absoluto toda esa violencia visceral que nos muestra, por muy atractivo y visual que resulte todo ello. Al menos a mí se me hicieron cuesta arriba según que pasajes de la película (la entrada de Léon en el edificio de la DEA), con lo que ese aire de realidad que quiere impregnarle a la relación entre Reno y Portman se va al carajo en menos que canta un gallo, quedando tan sólo, por culpa de esos desmanes irreales, en una simple fábula emotiva.
En definitiva, una obra en exceso sobrevalorada, como el resto de la filmografía de este realizador parisino, de brillante e impecable puesta en escena, conmovedora y resultona en cuanto a la atípica historia de amor plasmada y con una cuidada resolución técnica en sus numerosas, aunque en nada creíbles, escenas de acción.
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