En esta cuarta entrega sobre el mundo de Almodóvar repasaremos dos films que, innegablemente, quisieron romper con ese espacio hermético y cerrado que se estaba creando con sus trabajos anteriores. Un soplo de aire fresco parecía que, en esos años, había entrado en casa del artífice de Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón.
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1987)
Muy poco presupuesto y una buena idea argumental arropan una de las películas más celebradas (y también sobrevaloradas) de Almodóvar que, al mismo tiempo, le supuso su primera nominación al Oscar para la Mejor Película de Habla no Inglesa. Dejando totalmente de lado esa vena escandalosa que había adoptado en sus dos trabajos anteriores, el director regresa a un género más ligero como es el de la comedia de situación. Una atípica comedia que, como en los más preciados bodeviles, está llena de malentendidos, mentiras y engaños, así como de un sinfín de puertas que se abren y cierran en el momento más impensado. Todo ello con un aire muy folklórico y esperpéntico; tanto es así que el principal McGuffin de la película se encuentra en una tentadora jarra de gazpacho andaluz. Arropada en su primera parte por un buen numero de diálogos y gags espléndidos y divertidos, estas mujeres nerviosas vuelven a caer en ese bucle de repeticiónes habitual en el cine del realizador.
A su favor juegan las buenas intenciones, las ganas de romper con el encorsetamiento en el que se estaba encerrando y, ante todo, en el el inicio de ese imparable y reconocido afán por convertirse en el retratista más esmerado del carácter de la mujer española actual. Un mérito ciertamente indiscutible, así como por su gran dirección de actrices, de las que valdría la pena destacar a una imparable Carmen Maura, Julieta Serrano again, María Barranco, la picassiana Rossy de Palma y la eterna Chus Lampreave.
Y en la memoria de todos, una de las mejores escenas del universo almodovariano: una sesión de doblaje, con la presencia de Fernando Guillén y el mítico diálogo de Johnny Guitar entre Joan Crawford y Sterling Hayden.
¡Átame! (1989)
Siendo ¡Átame! uno de los mejores films de Pedro Almodóvar, no obtuvo, sin embargo, ni el merecido reconocimiento del público ni de la crítica, quedando injustamente relagada, al lado de la infumable Matador, como uno de los trabajos más incomprendidos del realizador.
La historia de ¡Átame! huye un tanto de ese universo almodovariano tan peculiar y único, rompiendo al mismo tiempo con ese temible bucle argumental que ha acabado marcando la mayor parte de su filmografía, aunque conservando tan sólo de ésta esa estética moderna y colorista con que le gusta arropar sus películas.
La gran Victoria Abril entra por vez primera en la órbita de Almodóvar, interpretando a una actriz de cine porno y cintas baratas de terror que, tras ser secuestrada por un delincuente habitual, acabará sientiendo algo más que odio por su raptor, a pesar de que éste tenga sus facultades mentales un tanto mermadas. Antonio Banderas se metió en la piel del quincorro protagonista, consiguiendo uno de sus trabajos interpretativos más completos. Un síndrome de Estocolmo muy particular y con muchos puntos de contacto con una de las grandes obras de William Wyler, El Coleccionista, a pesar de que el propio Almodóvar nunca reconoció públicamente ese claro paralelismo
Un secundario de excepción, el magnífico Paco Rabal -en su única incursión en el cine del realizador manchego-, y una escena de masturbación femenina con el atípico complemento de un muñequito en forma de submarinista, acabaron de completar uno de los films más maltratados de su cine.
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