11.3.09

Harry El Jubilado

Walt Kowalski, el jubilado viudo interpretado por Clint Eastwood en su nuevo film, Gran Torino, bien podría ser un claro alter ego de Harry Callahan. La única diferencia entre Kowalski y Callahan estriba en que el primero nunca fue policía, ya que paso su vida laboral trabajando al servicio de una empresa automovilística de Detroit. Gruñón, huraño y racista, pasa el día despotricando sobre la invasión coreana de su viejo barrio. En su soledad, sólo le reconfortan una mascota tan achacosa como él y, ante todo, el especial cuidado que le dedica a su Gran Torino del 72, el coche que da título a la película y que atesora en su garaje como oro en paño.

Eastwood es perro viejo y, en este melodrama ribeteado con pinceladas cercanas al thriller y a la comedia, se transforma en un fullero de mucho cuidado. Y lo hace con gracia, llevando al espectador hacia el terreno que él quiere y que sus seguidores conocen de sobras. La relación que se establece entre el refunfuñón Kowalski y sus vecinos coreanos, está más que cantada desde los primeros minutos de proyección. Toda la platea es consciente de por dónde van a ir los tiros. Poco a poco, para ese ex combatiente de la Guerra de Corea, el rechazo absoluto a la aceptación de otras culturas se irá convirtiendo, paso a paso, en algo más que moldeable. Una vez entreabierta la puerta, un aire nuevo y revitalizador se colará en su apagada existencia.

La cinta anda por senderos conocidos. No hay altibajos, ni vericuetos, ni demasiadas sorpresas. El realizador de Mystic River se guarda la mejor carta para el final: un modo efectivo de romper con la previsibilidad general que, de modo engañoso y planeada de forma consciente, pretende denotar el trabajo. Y es que, justamente, esa es la impresión que busca generar en la platea. Así, cuando en la recta final se saca su as de la manga, deja a propios y a extraños con la boca abierta. El full funciona a la perfección e incluso pone la carne de gallina a más de uno. Una jugada maestra. Eastwood es el mejor. El reclamado canto del cisne de Harry Callahan nos lo ha brindado en bandeja de plata.

Walt Kowalski, un nombre que pasará a engrosar la lista de personajes iconográficos generada por un cineasta al que, injustamente, no se le empezó a tomar en serio hasta finales de los 80. Kowalski y sus diatribas religiosas. Kowalski y sus remordimientos. Kowalski y su racismo exacerbado. Kowalski y el fantasma de Harry el Sucio. Kowalski y su coche. Kowalski y sus armas. Y, ante todo, Kowalski y su gesto más habitual y chulesco: apuntar al “enemigo” con la mano como si ésta se tratara de un revolver.

Eastwood es un gigante; el último gran clásico vivo junto a Lumet.

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