4.3.09

El Chesoporífero

Che: Guerrilla es, en casi todos los sentidos, inversamente proporcional a su primera entrega, Che: El Argentino. De hecho, sus intenciones son idénticas, pero no los resultados. Da la impresión que Steven Soderbergh gastara todo su nervio y entrega en la loable plasmación del episodio cubano y que, en su fatiga, la visión sobre la revolución boliviana se haya quedado a medias tintas.

De ritmo cansino y narración pesarosa, la cinta se inicia justo tras la dimisión como Ministro de Industria del gobierno cubano de Ernesto Guevara y su posterior entrada ilegal, en Bolivia, para unirse a la naciente guerrilla de ese país en 1965. Pero Soderbergh, al contrario que en su título original, se olvida de la acelerada puesta en escena por la que optó (y en la que jugaba un decisivo papel su frenético y modélico montaje) y se inclina por una narrativa sin fuerza y llena de lagunas insalvables, lo cual dificulta sobremanera el seguimiento de la historia por parte del espectador.

Un sobrio Benicio del Toro es, sin lugar a dudas, lo mejor de esta segunda parte. Él es el Che Guevara a todos los niveles. El Che icono y el Che hombre. Su interpretación, siempre moderadísima, sigue siendo igual de intachable que en el episodio inicial. Y es que el suyo es un personaje magnético al que el actor, con todo el cariño del mundo, le otorga una monumental carga de ternura y de humanidad. Un actor y un personaje que brillan en cada una de las escenas que componen Che: Guerrilla. Tanto es así que, pese a la numerosa cantidad de secundarios que le rodean (una desaprovechada Franka Potente incluida), éstos quedan totalmente desdibujados; una falta de definición que aún oscurece más el hilo de una historia plagada de continuos paréntesis temporales.

Una pena. Tras un film interesante y bien resuelto como Che: El Argentino, era de esperar que su acercamiento a la guerrilla boliviana estuviera a la misma altura. No ha sido así. Del frescor del original, sólo queda su intérprete principal. El resto no hay por donde pillarlo, a excepción (y siendo muy benévolo), de la potencia dramática que abrigan las escenas anteriores y posteriores a la ejecución del líder revolucionario y en las que el realizador, de forma milagrosa, parece haber recordado que un largometraje difícilmente se pueda sustentar sin un mínimo guión.

A pesar de los pesares, las buenas intenciones son innegables. Pero también lo son su falta de coordinación argumental, su poco nervio y, lo que es peor, esa indefinición que pesa sobre la mayoría de personajes que pululan alrededor de la figura del Che. Un soberano aburrimiento. ¡Con lo maja y vibrante que era la primera!

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